Carta Magna, su emblema.

Palabras de José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange Española de las J.O.N.S

"La noticia de que José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange Española de las J.O.N.S., se disponía a acudir a cierto congreso internacional fascista que está celebrándose en Montreaux es totalmente falsa. El jefe de Falange fue requerido para asistir; pero rehusó terminantemente la invitación, por entender que el genuino carácter nacional del Movimiento que acaudilla repugna incluso la apariencia de una dirección internacional. Por otra parte Falange Española de las J.O.N.S. no es un movimiento fascista; tiene con el fascismo algunas coincidencias en puntos esenciales de valor universal; pero va perfilándose cada día con caracteres peculiares y está segura de encontrar precisamente por ese camino sus posibilidades más fecundas".

lunes, 23 de noviembre de 2009

Hedilla, Franco y el decreto de unificacion.11ª parte.

En la primavera de 1937, la guerra civil española dio un giro de gran importancia. Fueron varias las cosas que pasaron y casi ninguna en los frentes. En realidad, la primavera de 1937 fue especialmente intensa en la retaguardia y, curiosamente, en ambos bandos, Franco por un lado y la República por el otro, en el fondo ocurrió lo mismo: en ambos casos, lo que se produjo fue una aclaración del horizonte político de las fuerzas que apoyaban a uno y otro bando. Si la República se deshizo en aquellos días de la insoportable presión que el anarquismo ejercía sobre la voluntad de hacer una guerra seria, Franco también se deshizo, por aquellos días, de su propio anarquismo disgregador e individualista. Hoy hablaremos de este último caso y de los tristísimos sucesos que provocó. Los sucesos de Salamanca.


Según estimaciones fiables, en julio de 1936, cuando estalló la guerra civil, Falange Española y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FE de las JONS) era un partido minoritario y roto. Minoritario porque no tendría más allá de 6.000 miembros en toda España, de los cuales aproximadamente la mitad, «cayeron» en zona republicana, por lo que su efectividad era nula o inexistente; el primero de los de este grupo, el fundador y líder del partido, José Antonio Primo de Rivera, que estaba en la cárcel, primero en Madrid y después en Alicante; así como Nemesio Fernández Cuesta, Ruiz de Alda y otros notables, algunos de los cuales no sobrevivirían a la experiencia.

Este partido, no obstante haber tenido unos votos ridículos en todas las elecciones que se celebraron en la República y ser un partido de corte terrorista que había intentado matar incluso a diputados en Cortes (así, el socialista Jiménez de Asúa, en la calle Goya de Madrid), se convirtió en la gran reserva espiritual del alzamiento de las derechas, por dos razones fundamentales: la primera, porque su filosofía filofascista y de acción directa tenía muchos apoyos dentro del ejército, que fue quien realmente comandó desde el principio la rebelión; y, segundo, por el indudable aporte de combatientes que, en la siempre difícil primera hora de todo golpe de Estado, supo aportar (a petición de Mola, Falange sería capaz, en los primeros meses de la guerra, de dirigir una exitosa leva de 15.000 combatientes). No obstante, en esta situación hay algo que, supongo, no os cuadra del todo: un partido político con gran poder pero sin dirigentes de carisma. En efecto: más pronto que tarde, la pelea por liderar aquello tenía que empezar.

Comenzó pocas horas después del 20 de noviembre de 1936, es decir cuando se supo que José Antonio Primo de Rivera, el líder a quien todos esperaban en zona nacional, había sido fusilado en Alicante. Como ya hemos visto, los intentos por liberar a José Antonio fueron varios, pero chocaron con la obstinación republicana y con cierta pasividad alemana que, como veremos después, quizá tuviera su sentido. Lo importante aquí, no obstante, es tener claro que la muerte de José Antonio dejaba a la Falange sin un líder claro, situación ésta que debía resolverse lo antes posible.

A finales de 1936, sin embargo, ya no había una sola Falange. El partido se había hecho demasiado grande e importante como para permanecer con una sola facción. Dependiendo de los autores a los que leáis se os dirá que dentro de Falange había dos o tres tendencias. Una, la más clara, estaba formada por los falangistas del Norte de España, casi todos ellos personas de orígenes proletarios o casi proletarios, los cuales eran apoyados, además, por los intelectuales del partido, es decir gentes como Dionisio Ridruejo que, en aquellos primeros momentos de la guerra, sostenían posiciones abiertamente fascistas y estaban entregados a las filosofías del nuevo amanecer de la Humanidad que prometían experiencias como Italia o Alemania. Un segundo grupo eran los falangistas de corte más universitario, el mal denominado Grupo de Madrid (digo mal denominado porque había importantes elementos andaluces o extremeños) con ideas también muy radicales pero dispuestos, por así decirlo, a hacer de Falange un partido político de derechas, muy de derechas, alejado de las veleidades obreristas del fascismo (desde el falangismo se sostenían, en ocasiones, duros discursos anticapitalistas que, de hecho, hicieron relativamente fácil el diálogo tras la guerra entre cierto falangismo y cierto anarcosindicalismo). El tercer grupo estaría formado por falangistas de última hora con más experiencia política, dedicados a construir un partido político algo más moderado. Pero estos terceros, por mucho que a veces se los cite, mandan en esta historia menos que un gitano en una comisaría. Que se sepa.

El falangismo de tripas, protorrevolucionario, era un falangismo basado en iconos personales y, muerto José Antonio, escogió otro: Manuel Hedilla. Hasta la guerra, Hedilla no se había destacado especialmente dentro de Falange, aunque había demostrado su capacidad organizativa, que hizo mucho a favor del triunfo del golpe en Galicia, pues el 18 de julio le pilló en Vigo. La ausencia de líderes destacados dentro del partido, añadido al hecho de que Hedilla estaba en zona nacional y muy pronto bajó a Salamanca, donde se cortaba todo el bacalao de la guerra por parte franquista; así como su excelente relación con el general Emilio Mola, cogolpista junto con el propio Franco y con Sanjurjo, le valieron el nombramiento de jefe provisional de la Falange; provisional porque, si bien no eran pocos los miembros de la cúpula del lado nacional que sabían bien que José Antonio estaba muerto, esta realidad no se daba por cierta para mantener la moral.

Manuel Hedilla tenía dos grandes colaboradores: por un lado, el también cántabro Víctor de la Serna y, por otro, el catalán José Antonio Serrallach, personaje éste último muy interesante porque, entre otras cosas, algún testigo de aquellos días ha aseverado que le fue presentado a Hedilla por el embajador alemán en España, Wilhelm von Faupel, y que, de hecho, sería una especie de espía al servicio de los nazis. Este hecho, de ser verdad, abonaría la tesis, que de alguna manera se huele en los sucesos de Salamanca (unido a la antes mentada pasividad alemana para liberar a José Antonio) de que, tal vez, Hitler hubiese decidido jugar, a través de Falange, a controlar España. Lo cierto es que el primer candidato a mandar en Falange tras José Antonio, es decir Hedilla, tenía una copia del Mein Kampf dedicada por el Führer en persona; y que el segundo, Manuel Serrano Súñer, era uña y carne con, entre otros, el ministro nazi de exteriores, Joachim von Ribentropp.

Frente a Hedilla, De la Serna, Serrallach et altera, se encuentra el falangismo del grupo de Madrid, comandado por un sevillano, Sancho Dávila. Poco tiempo después de morir José Antonio, Sancho Dávila inició, nunca sabremos bien si motu proprio o impulsado para ello por Franco, la negociación para la fusión entre los dos grandes partidos del nacionalismo franquista: falangistas y carlistas. Lo que sí sabemos es que ya a finales de 1936 Franco estaba pensando en el tema. Por un lado, no le gustaba la propuesta de su hermano Nicolás, quien propugnaba la creación de un partido político nuevo sin base social, a la usanza de la Unión Patriótica del general Primo de Rivera; pero, por otro lado, sentía aversión hacia los partidos políticos, a los que consideraba responsables de la degradación de las democracias liberales. Quería, pues, un partido que no fuese un partido, y que pudiese dominar. Aunque no era el único que deseaba la desmovilización política de falangistas y requetés. Éste era también el deseo de las fuerzas políticas monárquicas que habían batallado desde sus exigüas minorías parlamentarias durante la República y que ahora demandaban al nuevo Estado que, de alguna manera, controlase las veleidades de aquellos grupos tan radicales. Inquietud que era compartida por el gran capital y es por eso que se ha escrito que dos de los grandes muñidores de la exaltación que, en aquellos días salmantinos, acabaría provocando muertos, fueron dos elementos, Ladislao López Bassa y Vicente Orbaneja, que habían sido enviados a malmeter por algún importante financiero, deseoso de desactivar aquella bomba fascista.

Las cosas, sin embargo, no son tan fáciles de conseguir, porque tanto falangistas como carlistas querían hacer las cosas por su cuenta. Hasta diciembre de 1936 no logró Franco decretar la unificación de sus fuerzas combatientes, lo cual quiere decir que, hasta entonces, un carlista, por ejemplo, era un carlista, no un soldado. De hecho, la tentativa de los carlistas de crear su propia academia militar provocó que Franco tuviese que exiliar a Portugal al líder tradicionalista, Manuel Fal Conde.

En enero de 1937, la España franquista es un hervidero de proyectos de futuro. Si dejamos volar la imaginación y damos por bueno todo lo que se ha dicho o insinuado a este respecto, en ese momento tenemos: a Hedilla trabajando para consolidar un liderazgo en Falange que haga de ésta el partido político custodio de la pureza fascista del nuevo régimen español; a Sancho Dávila coqueteando, por ideas propias o inducidas, con crear un solo partido con los carlistas; a los monárquicos de toda la vida jugando la baza del regreso, algún día, de los borbones; a las terminales de Mussolini en Salamanca trabajándose una hipotética reconstitución de la monarquía saboyana en España; al general Mola siendo, como poco, tentado para presidir un gobierno cívico-militar de las derechas; y a los nazis jugando a controlar a la Falange y, a través de ella, a Franco.

Y luego Franco, claro, mirando por su interés.Las negociaciones entre la Falange-Dávila (acompañado por Escario y Pedro Gamero del Castillo) y el carlismo (Fal Conde, Santiago Arauz de Robles y José María Oriol) se producen a mediados de febrero de 1937 en Lisboa, pero fracasan. Los dos documentos que ambas partes se intercambian como proyectos de fusión son antípodas; uno dice dónde vas, el otro manzanas llevo. Falange quería (se creía con poder para exigir) comerse al carlismo a cambio de nebulosos compromisos de consultar a Don Javier de Borbón-Parma el día que se plantease la que llamaba «Nueva Monarquía de España, como garantía de la continuidad del Estado nacionalsindicalista y base de su Imperio» (monarquía cuya puesta en marcha tampoco quedaba muy clara en el documento, en todo caso); los carlistas querían una fusión operativa pero no jurídica, es decir una relación de primus inter pares; la integración de ambos idearios, o lo que es lo mismo la matización carlista de los puntos de Falange; y una mayor atención hacia los principios del tradicionalismo. Una vez fracasado este intento, la rivalidad entre falanges se desplaza a la propia Falange.

El Grupo de Madrid utilizará como ariete contra Hedilla a un personaje también curioso: Rafael Garcerán. Garcerán era pasante de José Antonio pero, a pocas semanas del golpe de Estado, tenía más bien poco de falangista; de hecho, ni siquiera era miembro del partido e incluso había llegado a militar en el socialismo madrileño. Fue Garcerán, de hecho, quien lanzó la idea de que, en ausencia de José Antonio, Falange debía ser comandada por un triunvirato, lo cual equivalía a atacar el personalismo de Hedilla y ponerle en dificultades, ya que iba escaso de equipo. El primer enfrentamiento serio se producirá en febrero de 1937. En dicha fecha, se produjo el primer aniversario del discurso de José Antonio en el cine Europa de Madrid; un discurso inflamado, de corte revolucionario, que el líder de Falange había pronunciado en las vísperas de las elecciones ganadas por el Frente Popular. Hedilla dio la orden de distribuir en zona nacional 25.000 copias del discurso, pero una de las terminales de Garcerán, el delegado de Prensa y Propaganda Vicente Gay, ordenó retirarlas. El jefe provincial de Burgos, José Andino, uno de los miembros de la «Falange del Norte» hedillista, lo leyó en Radio Castilla, motivo por el cual fue arrestado. Costó mucho amansar aquellas aguas pues, entre otras cosas, un grupo de hedillistas gallegos estuvo a punto de sacar a hostias a Andino de la cárcel.

Hedilla, por su parte, sigue con su tiki-taka y abre dos academias de oficiales, una en Sevilla y la otra en Salamanca; ésta, la famosa academia de Pedro Llen que tendrá un papel tan importante en los sucesos de Salamanca. Al frente de la academia salmantina se coloca un nazi finlandés, Karl Magnus von Hatmann, lo cual abona la tesis de que el movimiento por parte de Hedilla fue hecho en connivencia con Von Faupel y los nazis. Esta vez, nadie fue expulsado de España, como le ocurrió a Fal Conde.

Agustín Aznar y Sancho Dávila, falangistas del grupo de Madrid que ha fracasado en el intento de pillar cacho en el poder del partido consiguiendo fusionarlo con el carlismo, todo ello probablemente tras la amorosa mirada de Franco, se dan cuenta de que la única forma de cargarse a Hedilla es ir a por él. Así las cosas, comienzan a coleccionar acólitos. Encuentran pronto a Garcerán, que tiene ganas, y se les une José Moreno. Este cuarteto salmantino (Aznar, Garcerán, Dávila y Moreno, los padres de la movida antihedillista) consigue atraerse a algunos falangistas de cierto corte radical, tales como Jesús González Vicén y José Antonio Girón de Velasco.

El 12 de abril, sin poder esperar ni un minuto más porque este piélago de poderes y podercillos está minando la capacidad bélica del bando nacional, Franco da el francazo y convoca a los carlistas más proclives a la unificación (sobre todo, el conde de Rodezno) y les cuenta lo del decreto con el que va a crear un solo partido. Cuando Hedilla, que no está en Salamanca, se entera, su reacción es convocar un Consejo Nacional de Falange, a todas luces para oponerse, el 25 de abril siguiente. El 13 de abril, en San Sebastián, Hedilla se entrevista con Ángel Alcázar de Velasco, un joven falangista de acción que había sido condecorado por el propio José Antonio por su labor repartiendo leches en Asturias tras el golpe del 34. Alcázar de Velasco escribió sus memorias mucho más tarde, en el 76, muerto Franco y muerto Hedilla, y en ellas cuenta que, en dicha reunión, Hedilla le aseveró que Falange estaba a punto de romperse en pedazos y le conminó a espiar a un grupo de falangistas y cercanos, todos ellos más o menos identificados con el Grupo de Madrid o con la camarilla directa de Franco. Eran: Ramón Serrano Súñer, Alfonso García Valdecasas, Eduardo Aunós, Ernesto Giménez Caballero, Gumersindo García y Pedro Gamero del Castillo. Prueba también de que Hedilla esperaba que a mediados de abril hubiese follón es que, un par de días antes de los trágicos sucesos del 16-17 de abril, dio orden al delegado de Sanidad de Falange, Tomás Rodríguez, para que reforzase las estructuras asistenciales en previsión de que hubiese heridos.

El 14 de abril, en el hedillismo se produjo un movimiento tendente a enviar a alguien a Pamplona, donde los carlistas se reunían para discutir la unificación que les había propuesto Franco. Sin embargo, Hedilla no impulsó la medida. Según Alcázar de Velasco, en ese punto todavía confiaba en Franco y pensaba que era Serrano quien malmetía sobre él ante el caudillo; o sea, le pasaba como a esas personas que, tras las elecciones de 1982, se hacían empanadas mentales con las discusiones entre Felipe González y Alfonso Guerra, siendo lo cierto que actuaban coordinados. Con este espíritu se entrevistó Hedilla con uno de los padres de la unificación, el diplomático franquista José Antonio Sangróniz y Castro, el cual le vendió a Hedilla la milonga de que la unificación suponía dejarle todo el espacio político a Falange porque Franco se quería dedicar en exclusiva a ganar la guerra. Otrosí: Hedilla se tragó que Franco quería un Estado con dos jefes. O sea: no conocía a Franco.

En esos días (15 y 16 de abril de 1937), Salamanca se empieza a llenar, sospechosamente, de falangistas armados. Son los hedillistas, que salen a la calle a marcar paquete; y los conjurados de Sevilla, Madrid y Valladolid, que se apresuran a dejarse caer por la ciudad castellana. El día 16, a las once de la mañana, los conjurados se reúnen y designan un triunvirato que sustituirá a Hedilla, formado por Aznar, Garcerán y Moreno. Fuertemente armados y escoltados, se van a la calle del Toro, sede de la Junta de Mando de Falange, que está a rebosar de personal que se huele la tostada y con fuerte presencia de los guardias civiles de Lisardo Doval, un represor franquista que se ha fogueado acabando con el golpe revolucionario de Asturias. Hedilla está ya en su despacho en compañía de sus incondicionales: Víctor de la Serna, Serrallach, Maximiliano García Venero, Francisco Yela y José Sáinz. Entre De la Serna, el catalán y García Venero, los verdaderos confidentes del jefe provisional, le convencen de que no obstaculice la entrada de los tres conjurados en el edificio, probablemente para evitar la sangre. El jefe salmantino, Laporta, trató de hacer de hombre bueno y negociar con los confabulados; pero fracasó, y éstos se presentaron para cesar a Hedilla.


A las once pasadas de la mañana, allí mismo le entregan un pliego de cargos en el que, entre otras cosas, le llaman analfabeto, y le cesan. Lejos de enfrentarse, Hedilla sale de la sala y solicita, inmediatamente, una entrevista con Franco. Aquí puede estar la clave de por qué acepta con tanta naturalidad su cese; si hemos de creer a Hedilla, él había discutido ya la eventualidad de su cese por los triunviros con el teniente coronel Antonio Barroso Sánchez-Guerra, de profesión muñidor en el Cuartel General de Franco (formalmente, Jefe de la Sección de Operaciones del Cuartel General). Según Hedilla, éste le dio instrucciones de dejar hacer a los confabulados, dándole a entender que quien tenía el apoyo de Franco era él. Pero, quizá, a las pocas horas caería en la cuenta el falangista santanderino de que eso no era una verdad completa. Como ya he dicho, Hedilla pide una entrevista con Franco. Pero éste no le recibirá; sólo podrá ver al teniente coronel Barroso. Por su parte, el nuevo poder de Falange solicita a mediodía una entrevista con el caudillo, que les recibe a las cuatro de la tarde. No parece difícil de adivinar con qué equipo iba el generalísimo.

Cierra España.

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Miguel de Unamuno - Diario de Sesiones, Junio de 1932

Estas autoridades de la República han de tener la obligación de conocer el catalán. Y eso, no... Si en un tiempo hubo aquello, que indudablemente era algo más que grosero, de «hable usted en cristiano», ahora puede ser a la inversa: «¿No sabe usted catalán? Apréndalo, y si no, no intente gobernarnos aquí.»... La disciplina de partido termina siempre donde empieza la conciencia de las propias convicciones.

Luis Araquistáin,socialista publica en abril de 1934

"En España no puede producirse un fascismo del tipo italiano o alemán. No existe un ejército desmovilizado como en Italia; no existen cientos de miles de jóvenes universitarios sin futuro, ni millones de desempleados como en Alemania. No existe un Mussolini, ni tan siquiera un Hitler; no existen ambiciones imperialistas, ni sentimientos de revancha, ni problemas de expansión, ni tan siquiera la cuestión judía. ¿A partir de qué ingredientes podría obtenerse el fascismo español? No puedo imaginar la receta".

Alejandro Lerroux, Mis memorias.

“La verdad es, lo he publicado antes de ahora, que el país no recibió mal a la dictadura, ni la dictadura hizo daño material al país. Es decir, no gobernó peor que sus antecesores. Les llevó la ventaja de que impuso orden, corto la anarquía reinante, suprimió los atentados personales, metió el resuello en el cuerpo de los organizadores de huelgas y así se estuvo seis años. Nunca la simpatía personal ha colaborado tan eficazmente en formar de un gobernante como el caso de Primo de Rivera, [...]”

Alejandro Lerroux, Mis memorias.

Frente Popular (Febrero 1936 - Marzo 1939)



Calvo Sotelo, sesion del 16 de junio de 1936.

"España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como expresivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las manos —como queráis decirlo— de unos ministros que son reos de su propia culpa, esclavos, más exactamente dicho, de su propia culpa...
Vosotros, vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han provocado el 60 por 100 del problema de desorden público, y de ahí que carezcáis de autoridad. Ese problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es decir, agravado a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples claudicaciones, fracasos y perversión del sentido de autoridad desde entonces producidos en España entera.
España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay diputados republicanos elegidos con votos marxistas; diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado, y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay diputados con votos de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde os lleva a todos el Frente Popular".

La memoria analfabeta es muy peligrosa

Pérez-Reverte se embala. No es que le duela España, es que le indigna su incultura, su falta de espíritu crítico. Se revuelve porque, dice, un país inculto no tiene mecanismos de defensa, y “España es un país gozosamente inculto”. Tiene el escritor en la punta de los dedos las batallas, los hombres, las tragedias que han hecho la historia para apuntalar sus argumentos.

- Mi memoria histórica tiene tres mil años, ¿sabes?, y el problema es que la memoria histórica analfabeta es muy peligrosa. Porque contemplar el conflicto del año 36 al 39 y la represión posterior como un elemento aislado, como un periodo concreto y estanco respecto al resto de nuestra historia, es un error, porque el cainismo del español sólo se entiende en un contexto muy amplio. Del año 36 al 39 y la represión posterior sólo se explican con el Cid, con los Reyes Católicos, con la conquista de América, con Cádiz... Separar eso, atribuir los males de un periodo a cuatro fascistas y dos generales es desvincular la explicación y hacerla imposible. Que un político analfabeto, sea del partido que sea, que no ha leído un libro en su vida, me hable de memoria histórica porque le contó su abuelo algo, no me vale para nada. Yo quiero a alguien culto que me diga que el 36 se explica en Asturias, y se explica en la I República, y se explica en el liberalismo y en el conservadurismo del XIX... Porque el español es históricamente un hijo de puta, ¿comprendes?.

Arturo Pérez-Reverte