Carta Magna, su emblema.

Palabras de José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange Española de las J.O.N.S

"La noticia de que José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange Española de las J.O.N.S., se disponía a acudir a cierto congreso internacional fascista que está celebrándose en Montreaux es totalmente falsa. El jefe de Falange fue requerido para asistir; pero rehusó terminantemente la invitación, por entender que el genuino carácter nacional del Movimiento que acaudilla repugna incluso la apariencia de una dirección internacional. Por otra parte Falange Española de las J.O.N.S. no es un movimiento fascista; tiene con el fascismo algunas coincidencias en puntos esenciales de valor universal; pero va perfilándose cada día con caracteres peculiares y está segura de encontrar precisamente por ese camino sus posibilidades más fecundas".

domingo, 6 de diciembre de 2009

Patente de corso.


La curva diabólica

ARTURO PÉREZ-REVERTE  29 de Noviembre de 2009

   Hace unos meses me calzaron una multa. Tomé a 123 kilómetros por hora, en la autovía de Madrid a Sevilla, una curva suave con velocidad limitada a 100. La pagué sin rechistar, aunque esa curva era imposible tomarla a la velocidad indicada. Iba yo a mi marcha normal, en una recta, atento a que la aguja del velocímetro no superase los 120 kilómetros por hora; y de pronto, mientras adelantaba a otro coche, me encontré con el inesperado cartel de todo a cien. Mientras intentaba reaccionar ante la señal imprevista, miraba por el retrovisor, concluía el adelantamiento y regresaba al carril derecho, un radar oculto me hizo la foto. Pagué, como digo, sin darle más vueltas; aunque preguntándome a qué hijo de la gran puta de la Dirección General de Tráfico se le había ocurrido poner una limitación de 100 kilómetros por hora y un radar oculto en un lugar donde maldita la falta que hace, y donde hasta los más correctos conductores tienen difícil reducir de pronto veinte kilómetros la velocidad sin dar un frenazo. Recuerdo que antes había –todavía queda alguna, aunque pocas– señales cuadradas, azules, recomendando reducir la velocidad en algunos tramos. Pero no es lo mismo, claro. Con recomendaciones no se expolia al ciudadano. No se recauda viruta.

   En mi siguiente viaje a Andalucía, hace una semana, decidí respetar escrupulosamente cada señal que se pusiera a tiro: autopistas a 120, curvas de autovía a 80 y demás parafernalia limitadora. Y ya se lo pueden imaginar: mientras por mi lado pasaban zumbando coches abonados al carril izquierdo, con una seguridad pasmosa, basada, supongo, en los Gepetos, o como se llamen, que te chivan «radar en curva tal, limitación en tramo cual, puticlub en vía de servicio», yo iba como un gilipollas, despacito, doliéndome los ojos de mirar el velocímetro. Más atento a la aguja que a la carretera. Si llega a verme la Guardia Civil, me paran a fin de besarme en la boca. Con lengua. Entonces llegué a la curva diabólica. No era la misma de la multa, aunque se parecía. Esta vez, el funcionario encargado de trabajar el asunto había echado el resto, esmerándose hasta extremos maquiavélicos. Ni mi amigo el Gringo, que montaba emboscadas en Nicaragua con astutas combinaciones de minas Claymore, ametralladoras y fuego cruzado, tenía la mitad del talento que este profesor Moriarty del tráfico por carretera. Primero, al final de una larga recta de la autovía, una señal de limitación a 100 y un aviso de radar obligaban a reducir la velocidad en una curva suave, a cuya salida, en otra larguísima recta, no había ninguna señal de retorno a los 120. Eso obligaba a rodar durante un buen tramo con la incertidumbre de si podías acelerar un poco, o no. Al fin, a los dos tercios de la recta, aparecía el 120. Y justo cuando pisabas acelerador para ponerte a esa velocidad, ante una curva en forma de suave doble ese, una limitación a 100 te hacía frenar de nuevo. Así lo hice. Y lie una pajarraca de cojón de pato.

   A ver si me explico. La señal la vi mientras adelantaba a un enorme camión trailer, que rodaba a unos cuarenta metros de otro que lo precedía. Consciente de que si continuaba rebasaría la velocidad permitida, me pasé al carril derecho, entre los dos camiones. Pero éstos no circulaban a 100 kilómetros por hora, sino a más. En un instante tuve un pavoroso y descomunal radiador pegado a la chepa. Incómodo con mi maniobra de conductor ejemplar, el camionero me dio las luces, tocó el claxon y, supongo, mentó a mi madre. Angustiado, asomé un poco a ver si podía, con un acelerón intrépido, adelantar al camión que tenía delante y salir de aquella trampa saducea. Entonces, entre curva y curva, mientras pasaban coches zumbando por mi izquierda sin hacer caso de mi intermitente, vi una señal de limitación a 90. A todo esto, el gigantesco radiador de atrás me desbordaba el retrovisor: lo tenía a un palmo. De perdidos al río, dije. Aceleré adelantando al camión de delante, la aguja subió a 130, y en ese momento vi otra señal de limitación de velocidad, ésta de 80 kilómetros por hora. Frené, ya en el carril izquierdo, poniéndome a 90; y el camión de atrás, que había iniciado la maniobra de adelantarme, soltó otro bocinazo. A esas alturas de la vida ya me daba todo igual, así que pisé hasta 140, me puse delante del primer trailer y frené para reducir hasta 100. El claxon de ese camión hizo vibrar mis cristales. Me hallaba, comprobé cuando al fin levanté los ojos del velocímetro y dejé de mirar el retrovisor, en una sucesión de curvas suaves, pero no tenía ni puta idea de cuál era la velocidad correcta allí: si 80 o 120. Me puse a 90, por si las moscas. Entonces los dos camiones me adelantaron, uno tras otro, y tras ellos la fila de coches que la maniobra había amontonado detrás. Algunos conductores se volvían a mirarme. Ciscándose, imagino, en todos mis muertos.

   Ignoro si los picoletos estarían cerca, haciendo fotos o grabándome. De ser así, sugiero colgarlo en Youtube, e ir a medias. Nos íbamos a forrar.

Seguidores

Miguel de Unamuno - Diario de Sesiones, Junio de 1932

Estas autoridades de la República han de tener la obligación de conocer el catalán. Y eso, no... Si en un tiempo hubo aquello, que indudablemente era algo más que grosero, de «hable usted en cristiano», ahora puede ser a la inversa: «¿No sabe usted catalán? Apréndalo, y si no, no intente gobernarnos aquí.»... La disciplina de partido termina siempre donde empieza la conciencia de las propias convicciones.

Luis Araquistáin,socialista publica en abril de 1934

"En España no puede producirse un fascismo del tipo italiano o alemán. No existe un ejército desmovilizado como en Italia; no existen cientos de miles de jóvenes universitarios sin futuro, ni millones de desempleados como en Alemania. No existe un Mussolini, ni tan siquiera un Hitler; no existen ambiciones imperialistas, ni sentimientos de revancha, ni problemas de expansión, ni tan siquiera la cuestión judía. ¿A partir de qué ingredientes podría obtenerse el fascismo español? No puedo imaginar la receta".

Alejandro Lerroux, Mis memorias.

“La verdad es, lo he publicado antes de ahora, que el país no recibió mal a la dictadura, ni la dictadura hizo daño material al país. Es decir, no gobernó peor que sus antecesores. Les llevó la ventaja de que impuso orden, corto la anarquía reinante, suprimió los atentados personales, metió el resuello en el cuerpo de los organizadores de huelgas y así se estuvo seis años. Nunca la simpatía personal ha colaborado tan eficazmente en formar de un gobernante como el caso de Primo de Rivera, [...]”

Alejandro Lerroux, Mis memorias.

Frente Popular (Febrero 1936 - Marzo 1939)



Calvo Sotelo, sesion del 16 de junio de 1936.

"España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como expresivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las manos —como queráis decirlo— de unos ministros que son reos de su propia culpa, esclavos, más exactamente dicho, de su propia culpa...
Vosotros, vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han provocado el 60 por 100 del problema de desorden público, y de ahí que carezcáis de autoridad. Ese problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es decir, agravado a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples claudicaciones, fracasos y perversión del sentido de autoridad desde entonces producidos en España entera.
España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay diputados republicanos elegidos con votos marxistas; diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado, y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay diputados con votos de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde os lleva a todos el Frente Popular".

La memoria analfabeta es muy peligrosa

Pérez-Reverte se embala. No es que le duela España, es que le indigna su incultura, su falta de espíritu crítico. Se revuelve porque, dice, un país inculto no tiene mecanismos de defensa, y “España es un país gozosamente inculto”. Tiene el escritor en la punta de los dedos las batallas, los hombres, las tragedias que han hecho la historia para apuntalar sus argumentos.

- Mi memoria histórica tiene tres mil años, ¿sabes?, y el problema es que la memoria histórica analfabeta es muy peligrosa. Porque contemplar el conflicto del año 36 al 39 y la represión posterior como un elemento aislado, como un periodo concreto y estanco respecto al resto de nuestra historia, es un error, porque el cainismo del español sólo se entiende en un contexto muy amplio. Del año 36 al 39 y la represión posterior sólo se explican con el Cid, con los Reyes Católicos, con la conquista de América, con Cádiz... Separar eso, atribuir los males de un periodo a cuatro fascistas y dos generales es desvincular la explicación y hacerla imposible. Que un político analfabeto, sea del partido que sea, que no ha leído un libro en su vida, me hable de memoria histórica porque le contó su abuelo algo, no me vale para nada. Yo quiero a alguien culto que me diga que el 36 se explica en Asturias, y se explica en la I República, y se explica en el liberalismo y en el conservadurismo del XIX... Porque el español es históricamente un hijo de puta, ¿comprendes?.

Arturo Pérez-Reverte