Carta Magna, su emblema.

Palabras de José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange Española de las J.O.N.S

"La noticia de que José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange Española de las J.O.N.S., se disponía a acudir a cierto congreso internacional fascista que está celebrándose en Montreaux es totalmente falsa. El jefe de Falange fue requerido para asistir; pero rehusó terminantemente la invitación, por entender que el genuino carácter nacional del Movimiento que acaudilla repugna incluso la apariencia de una dirección internacional. Por otra parte Falange Española de las J.O.N.S. no es un movimiento fascista; tiene con el fascismo algunas coincidencias en puntos esenciales de valor universal; pero va perfilándose cada día con caracteres peculiares y está segura de encontrar precisamente por ese camino sus posibilidades más fecundas".

viernes, 11 de diciembre de 2009

SUCESOS EN 1933.18ª parte.Continuacion


El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Primo de Rivera.


El Sr. Primo de Rivera: Permitidme, señores Diputados -y sirvan estas primeras palabras de excusa y de saludo-, que tercie en una discusión en la que hoy no esperaba hacerme oír, para poner en claro, con la misma publicidad que ha rodeado a las palabras, siempre tan acertadas y tan hábiles, del Sr. Gil Robles, algo que pudiera parecer una imputación ideológica para una juventud a la que ha aludido y de la que acaso tenga yo algún título para considerarme parte.

El Sr. Gil Robles ha dicho que es mala solución una dictadura de derechas y que es mala solución una dictadura de izquierdas. Pues bien, los miembros de esa juventud de la que formo parte consideramos que no es sólo mala una dictadura de derechas y una dictadura de izquierdas, sino que ya es malo que haya una posición política de derechas y una posición política de izquierdas. El Sr. Gil Robles entiende que el aspirar a un Estado integral, totalitario y autoritario es divinizar al Estado, y yo le diré al Sr. Gil Robles que la divinización del Estado es cabalmente lo contrario de lo que nosotros apetecemos.

Nosotros consideramos que el Estado no justifica en cada momento su conducta, como no la justifica un individuo, ni la justifica una clase, sino en tanto se amolda en cada instante a una norma permanente. Mientras que diviniza al Estado la idea «rousseauniana» de que el Estado, o los portadores de la voluntad que es obligatoria para el Estado, tienen siempre razón; lo que diviniza al Estado es la creencia en que la voluntad del Estado, que una vez manifestaron los reyes absolutos y que ahora manifiestan los sufragios populares, tiene siempre razón. Los reyes absolutos podían equivocarse; el sufragio popular puede equivocarse; porque nunca es la verdad ni es el bien una cosa que se manifieste ni se profese por la voluntad. El bien y la verdad son categorías permanentes de razón, y para saber si se tiene razón, no basta preguntar al rey -cuya voluntad para los partidarios de la soberanía absoluta era siempre justa-, ni basta preguntar al pueblo -cuya voluntad para los «rousseaunianos» es siempre acertada-, sino que hay que ver en cada instante si nuestros actos y nuestros pensamientos están de acuerdo con una aspiración permanente. (Muy bien.)

Por eso es divinizar al Estado lo contrario de lo que nosotros queremos. Nosotros queremos que el Estado sea siempre instrumento al servicio de un destino histórico, al servicio de una misión histórica de unidad; encontramos que el Estado se porta bien si cree en ese total destino histórico, si considera al pueblo como una integridad de aspiraciones, y por eso nosotros no somos partidarios ni de la dictadura de izquierdas ni de la de derechas, ni siquiera de las derechas y de las izquierdas, porque entendemos que un pueblo es eso: una integridad de destino, de esfuerzo, de sacrificio y de lucha, que ha de mirarse entera y que entera avanza en la Historia y entera ha de servirse. (Muy bien.)

El Sr. Presidente: Varios Sres. Diputados han insinuado a la Presidencia su deseo de hacer uso de la palabra; pero ninguno, más que los que han hablado ya, han dicho categóricamente si querían que se les concediese o no la palabra. Y este es el momento, porque, de otro modo, la Presidencia tendrá que declarar terminado el debate.

El Sr. Albiñana: Reitero, Sr. Presidente, la petición de palabra que tenía formulada desde antes de abrirse la sesión para hablar inmediatamente que lo haga el Sr. Azaña. (Risas y rumores.)

El Sr. Presidente: De las frases del Sr. Albiñana se deriva el convencimiento para la Presidencia de que el Sr. Azaña habría de pedir la palabra para sí mismo y para S.S. (Risas.); pero es el caso que el señor Azaña no la ha pedido.

El Sr. Fuentes Pila: Pues el Sr. Azaña debe pedir la palabra para explicar por qué entiende que estas Cortes deben ser disueltas. (Rumores y protestas.) Yo soy un Diputado que exige que hable el Sr. Azaña. (Protestas en la minoría socialista.- El Sr. Presidente reclama orden.)

El Sr. Albiñana: Pues pido la palabra aunque no hable el Sr. Azaña.

El Sr. Presidente: La tiene S.S.

El Sr. Albiñana: Señores Diputados, vuelvo a levantarme a hablar, como el otro día, en nombre de la minoría unipersonal del partido nacionalista español (Risas y rumores.), y no sé si mi inexperiencia parlamentaria me hará incurrir en algunas descortesías para con la Cámara. Ha dicho antes, muy elocuentemente, mi querido amigo particular el Sr. Gil Robles, que le correspondía hablar en primer término porque era jefe del grupo más numeroso de la Cámara; yo, que no soy jefe de nada en ese sentido, debo, sin duda, ser el último que hable; pero como, según dice el señor Presidente; no hay nadie que quiera hacer uso de la palabra, lo hago yo para lo que va a oír la Cámara. (Rumores.)

Tengo muy poca confianza en las labores parlamentarias y en la marcha general de la política, pero nunca creí que la política española llegara a tal extremo de depravación que pudiera permitirse a un hombre como el Sr. Azaña venir aquí con las manos todavía tintas en sangre. (Grandes rumores y protestas. El Sr. Presidente agita la campanilla reclamando orden .- El Sr. Barcia: Esto no es tolerable -Siguen los rumores .- El Sr. Fuentes Pila: Lo que no es tolerable es hacer lo que se ha hecho .- Varios Sres. Diputados pronuncian palabras que no pueden percibirse por los rumores que hay en la Cámara.)

El Sr. Presidente: ¡Orden, Sr. Fuentes Pila! Su señoría puede pedir la palabra cuando a su derecho le interese, pero háganos el favor, a mí y a la Cámara, de no interrumpir sistemáticamente.

El Sr. Fuentes Pila: Tengo que contestar, Sr. Presidente.

El Sr. Presidente: Su señoría debe atenerse estrictamente al Reglamento. El Sr. Albiñana puede, políticamente, juzgar con tanta severidad como quiera la conducta del Sr. Azaqa; pero el Sr. Albiñana guardará aquellos términos de cortesía y de moderación que yo me propongo sostener de un modo inflexible en esta Cámara. (Muy bien.)

El Sr. Albiñana: Precisamente yo quería exponer mi opinión política al hablar en la forma que hablaba. Yo, personalmente, no quiero ofender a ningún Sr. Diputado.

El Sr. Presidente: Ni yo se lo consentiría.

El Sr. Albiñana: Perfectamente. Pero solamente quería decir -y esto es opinión política mía, Sr. Presidente- que el sitio que corresponde al Sr. Azaña por su labor política no es un banco del Parlamento, sino el banquillo de los acusados, para que responda de todos los crímenes cometidos cobardemente desde el Poder. (Rumores.) El señor Azaña ha inferido un grave daño a la República, cosa que a mí me tiene sin cuidarlo, porque no soy republicano. (Rumores.) No soy republicano, sino antirrepublicano, sin ninguna clase de excusas ni pretextos; y me he presentado ante el pueblo como antirrepublicano y vengo aquí como antirrepublicano; pero soy un enemigo, un adversario leal, y la prueba es que lo digo; hasta tal punto, que si el Gobierno defiende eficazmente la seguridad de España, tendrá mi voto a su disposición para el engrandecimiento de mis conciudadanos y el enaltecimiento de la Patria.

El Sr. Azaña ha dislocado el carácter de la República; y lo dice el Fiscal de la República en su Memoria, porque durante el último año judicial, de 1932, época del cacicato monstruoso del Sr. Azaña, se han cometido 126.609 crímenes en España. (Grandes rumores.) Esto, que es una realidad, indica que el Sr. Azaña ha transformado el texto constitucional y, en vez de una República de trabajadores, ha hecho con su gestión una República de criminales. (Rumores y protestas.)

No quiero hablar más de la personalidad política del Sr. Azaña en este momento, porque me parece darle demasiada importancia. Me recuerda los tiempos del Ateneo, donde le conocí dedicado a menesteres domésticos, y creo que le veo todavía en aquellas circunstancias. Me reservo para cuando la justicia popular le encause y exija la responsabilidad enorme que ha contraído por arruinar a España en el interior y haberla deshonrado ante el extranjero. (Rumores.)

El Sr. Presidente: Queda terminado el debate.

El Sr. Prieto: Pido la palabra, Sr. Presidente.

El Sr. Presidente: He hecho dos requerimientos, y no pidió S.S. la palabra. La tiene S.S.

El Sr. Prieto: Exacto; yo reconozco que S.S. ha hecho dos requerimientos, pero no olvide que en uno de ellos iba envuelta la manifestación de que algunos Sres. Diputados habían insinuado a S.S. el propósito de hablar.

El Sr. Presidente: Es cierto.

El Sr. Prieto: Y como yo no figuraba entre ellos, me parecía obligado esperar a que hablaran los insinuantes. (El Sr. Aragay pide la palabra.)

En realidad, a la minoría socialista, en cuyo nombre hablo, corresponde en este debate, cuya trascendencia es indispensable reconocer, una posición secundaria, limitada. Trátase aquí del esclarecimiento de puntos muy interesantes, cuales son aquellos en que puede verificarse la convergencia de ciertos extremos de la declaración del Gobierno con otros, cuya importancia no cabe desconocer, contenidos en el discurso del Sr. Gil Robles, y de examinar igualmente aquellos puntos en que en vez de la convergencia sea patente la divergencia; pero esta glosa y este comentario nuestro tienen un interés insignificante -la insignificancia es más notoria por ser yo su vocero- frente a aquellos esclarecimientos de actitudes políticas a las cuales invitaba, con plausible gallardía, el Sr. Gil Robles, y que iban dirigidas a las representaciones de aquellas fuerzas que le son afines.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros, estableciendo en esta tribuna una innovación que no lo es en las costumbres de Parlamentos del extranjero, nos ha leído la declaración ministerial, entre cuya palabrería, bellamente hilvanada, que descubre las dotes excelsas de prosista que adornan a D. Alejandro Lerroux, hay algunos puntos concretos cuyo análisis nos interesa verificar, porque oyendo al Sr. Lerroux y escuchando posteriormente al Sr. Gil Robles, nos encontrábamos con que lo que pudiéramos llamar elegancia de posición del Sr. Gil Robles inducía a las fuerzas por él acaudilladas y dirigidas parlamentariamente con innegable acierto, a prescindir de imponer un programa, lo que sería lastimoso -a juicio de aquél, y muy bien dicho-, y equivaldría a inferir un agravio a la dignidad, que va envuelta en la plena libertad que le es indispensable a todo Gobierno; pero cuando detrás de esta afirmación del Sr. Gil Robles advertíamos que de su posición pudiera derivarse la imposición al Gobierno de no tener programa alguno, de inmovilizarlo, nos encontramos, y yo lo juzgo más plausible aún, con que el Sr. Gil Robles trazaba, incluso con mayor concreción, con una mayor concisión que el Sr. Presidente del Consejo de Ministro, un programa.

El Jefe del Gobierno ha empezado por declarar ante la Cámara cuáles son las dos bases de sustentación con que el Gobierno se presenta ante nosotros. Una de ellas constituye una realidad: la confianza plena del Sr. Presidente de la República; otra -el propio Sr. Lerroux la califica así- es simplemente la esperanza de encontrar aquí el apoyo parlamentario suficiente para aquellas soluciones de gobierno que, borrosamente, esfumadas en un índice al que no acompaña la concisión, S. S. he enumerado. Nos ponemos, naturalmente, a pasear la mirada por los bancos de este salón y como no encontramos hasta ahora, salvo, por excepción, el apoyo de su voto que acaba de ofrecer el Sr. Albiñana, otro ofrecimiento cuantioso y respetable de fuerzas parlamentarias que aquel que ha formulado el Sr. Gil Robles, nosotros tenemos que hacer un contraste, a todas luces deficiente, ante la ignorancia de la posición en que se hayan de colocar respecto al plan, propósitos y significación de ese Gobierno otros sectores parlamentarios, y de ahí el que yo no me apresurara a formular la petición de palabra, teniendo en cuenta la indicación presidencial de que habían llegado hasta la Presidencia deseos de otros Sres. Diputados, cuyas manifestaciones, evidentemente, habían de revestir muchísimo más interés que las glosas que yo he de hacer a lo aquí oído esta tarde.

Tenemos, en primer lugar, que rechazar, señor Lerroux, y aunque ello sea una redundancia (la declaración ministerial nos obliga a incurrir en ella) la afirmación de S.S. respecto a la perfectibilidad legal de las últimas elecciones. En debates anteriores, con ocasión del examen y la validez de determinadas actas, hubimos de manifestar nuestra creencia de que esas elecciones no se habían distinguido precisamente por el carácter ultralegal que S.S. las atribuye. No reuniendo yo la experiencia parlamentaria de S.S., temo la suficiente para conocer la insensibilidad de las Cámaras ante la enunciación de atropellos e irregularidades electorales, y de consiguiente, para no incurrir en el defecto, en estos comentarios que voy simplemente a apuntar, de injertar en ellos, una enumeración detallada de tales atropellos e irregularidades.

No me interesa en estos momentos examinar la legalidad de las elecciones; no me interesa ahora destacar cómo la coacción gubernativa en unos sitios y la presión de la fuerza pública en otros ha podido decidir a favor de determinados candidatos el triunfo y ha podido imponer a otros la derrota; me interesa principalmente, porque está S. S. ahí sacar el comentario a la actitud de las fuerzas parlamentarias que acaudilla S.S., con vista a la situación política que ha descrito el Sr. Gil Robles, y en cuya descripción es menester que todos repasemos, porque la importancia del sector parlamentario y político que acaudilla el señor Gil Robles le dan pleno título de merecimiento.

E1 Sr. Lerroux, como jefe del partido radical, entendiendo que para la visión que él tiene de la República constituía un peligro el crecimiento de las fuerzas parlamentarias del partido socialista, estimó de su deber -como jefe del partido- ir a unas coaliciones electorales que con unas u otras denominaciones, y salvo escasísimas circunscripciones donde el partido radical tiene positiva fuerza, han alcanzado a todo el área electoral donde hay signos de pujanza y de influencia de dicho partido. Y es innegable que merced a esas coaliciones se encuentra robustecida en número la minoría radical acaudillada por S.S., pero asimismo es evidente que merced a esas coaliciones han aumentado considerablemente también las representaciones que tienen acomodo en los bancos cercanos al Sr. Gil Robles. Las fuerzas que acaudilla el Sr. Gil Robles -dejando por el momento de examinar algunas contradicciones entre sus afirmaciones de y hoy otras hechas por él en la campaña electoral, en la cual campaña se pone siempre más fogosidad que en el Parlamento-, esas fuerzas, en virtud de la potencia adquirida, potencia que han logrado merced a la colaboración y al apoyo de S.S., se aprestan a ocupar el Poder, y se aprestan a ocupar el Poder en aquellos términos condicionales en que el Sr. Gil Robles lo ha expuesto, según los cuales, si se encontraran cerradas las puertas de la legalidad a las aspiraciones de esos elementos de derecha, ellos se volverían al pueblo para hacer una declaración de su impotencia dentro del campo legal, para, entregándose a la voluntad apasionada del pueblo, conseguir la apertura de otros cauces y de otras sendas, que -lógico es deducirlo- habrían de ser los de la violencia y los de la subversión.

Interesa considerablemente a la minoría socialista esta declaración del Sr. Gil Robles, porque nosotros hubimos de decir tardes pasadas, estando S.S. ausente de la Cámara, que íbamos encontrando tapadas, cerradas esas puertas de la legalidad a nuestras aspiraciones, en virtud de las actitudes en que se han colocado las fuerzas dirigidas por S.S. (Rumores.) Recojo el aleteo del rumor, que parece da a entender que en ello no hay ninguna ilegalidad. Externamente, es posible; pero, ¿a qué otro género de taponamientos o de obstáculos podía aludir el Sr. Gil Robles, que no fuera -dejémonos ahora de todo caparazón retórico- algo parecido a lo que constituye en estos momentos nuestra situación? Nosotros nos encontramos con que nuestra representación está disminuida y nuestra influencia en la República considerablemente limitada dentro del ámbito legal, que es este salón, no ciertamente porque nuestras fuerzas hayan disminuido fuera de aquí, sino porque nuestra representación se ha reducido aquí no como consecuencia directa de la expresión de la voluntad del Cuerpo electoral, sino sencillamente por las maniobras concertadas con enemigos del régimen por elementos republicanos en los cuales debíamos tener nosotros cierta fe, dada la sustancia política que alimentó siempre los demás de ese partirlo histórico, del partido radical, al que debía interesar el mantenimiento de aquellos postulados de libertad, de democracia parlamentaria y de laicismo que han constituido siempre la medula de todo su sistema ideológico. Y el problema planteado es que por repugnar al Sr. Lerroux, y con él seguramente a las huestes que le siguen, aquellas livianas y limitadísimas mejoras obtenidas en el orden social y que fueron la prenda exigida por nosotros al colaborar a la instauración de la República, ese partido republicano no ha vacilado en sacrificar por entero el presente y el porvenir de sus postulados políticos, que a nosotros no son comunes en esencia a cuenta de ahogar, por estimarlas, sin duda, lesivas a los altos intereses de la economía nacional, aquellas mejoras de orden social que pudieron obtenerse como consecuencia de nuestra preponderancia en este Parlamento. Y al repasar las manifestaciones hechas por su señoría, Sr. Lerroux, no habrá de tomar ciertamente a exceso desconsiderado que nosotros, en puntos que nos interesan, le requiramos, respetando su derecho a no acudir al requerimiento, una mayor claridad de expresión. Su señoría ha empezado por manifestar que la generosa conducta parlamentaria de S.S. fué tal (y me refiero a S.S., aunque S.S. al hablar ministerialmente pluralizaba y a mí me sería fácil distinguir entre los señores que acompañan a S.S. en ese banco alguno que hubiera participado de nuestros propios errores) ha dicho S.S. que fue tan generosa su conducta parlamentaria que incluso sostuvo a los Gobiernos que antecedieron al de S.S. en sus errores. La puntualización suplicada por mí es de que S.S. se sirviera, si le place, enumerar esos errores, para distinguir, si lo hubiere, entre aquellos en que es notoria también la responsabilidad de S.S. por haberse vinculado previa y solemnemente al compromiso de determinadas soluciones de gobierno que S.S. «a posteriori» juzga erróneas o para reconocer la absoluta exculpación de S.S. al no tener con respecto a ellos la más leve participación ni por acción ni siquiera por omisión.

También quisiéramos que S.S. nos dijera en qué consiste ese excesivo partidismo de clase (creo que esta es la frase contenida en la declaración) que S.S. ha creído advertir en la aplicación de determinadas leyes para que al conocer el estado de conciencia de S.S. respecto a los excesos a que S.S. aludió podamos nosotros hacer confesión de nuestras culpas, o por el contrario demostrar ante la Cámara que no ha habido los excesos que S.S. nos reprocha. Y porque es uno de los puntos de convergencia entre S.S. y el Sr. Gil Robles, que necesita, a mi juicio, una aclaración para saber hasta dónde podemos fiar nosotros del ímpetu democrático y laicista del Gobierno dirigido por S.S. y del sector político que sigue sus consejos, sus orientaciones y sus órdenes, queremos que S.S. nos explique (y en este requerimiento pongo el máximo interés) en qué consiste el alto en el camino de la política religiosa que S.S. ha proclamado hoy como norma de gobierno. Temo en esto una convergencia absoluta y perfecta por cuanto en el esbozo de programa que ha trazado el Sr. Gil Robles sometiéndolo a la resolución de Su Señoría, esto que S.S. llama un alto se trueca en las palabras del señor Gil Robles en una derogación efectiva de las leyes laicas que son consecuencia de preceptos constitucionales.

Las leyes laicas que votó la República, matizadas con un afán de transigencia... (Rumores.) -y si ese rumor injusto me lo consiente aclararé el concepto, ya que no me ha dejado concretarlo-; las leyes laicas de la República, matizadas con un afín de transigencia de esta minoría socialista... (Rumores. El Sr. Presidente reclama orden.) en estas leyes laicas, repito, matizadas por la transigencia socialista, vosotros los radicales queríais ir mucho más allá (Risas. Rumores.); en estas leyes laicas, el grupo socialista fué relegando las soluciones extremas que ligaran en su programa mínimo por afán de transigencia, para evitar que una división inoportuna, por lo extemporánea, causara quebrantos en la obra común de consolidación de la República, y no habría que realizar una labor muy ardua hojeando el Diario de Sesiones para encontrar textos rotundos de proposiciones infinitamente más radicales que aquellas que han plasmado en el texto constitucional y en el de las leyes complementarias, salidas de los señores que figuran en el partido que dirige S.S. (Un Sr. Diputarlo: Conformes .- El Sr. Rey Mora: Ya hay coincidencia. Para que vea S.S., tan enemigo de los contubernios.) Y entonces, respecto de ese alto en la política religiosa que impone S.S. por lo visto, su estado de conciencia, su deseo de rectificación ante daños que S.S. supone que se infieren al régimen -porque yo no puedo echar sobre S.S. la sospecha injuriosa de que eso no responde a su convicción y es simplemente un mezquino afán transaccionista con esas fuerzas que ciegan esencialmente todo vuestro postulado-, respecto de ese alto en la política religiosa, repito, a nosotros fundamentalmente nos interesa vuestra aclaración, porque ninguna de esas resoluciones legislativas están exentas del apoyo colaborador de vuestros votos, y la mayor parte de ellas han sido producto de una transacción en la cual, como es consiguiente, tocaba transigir más a quien políticamente tenía una posición más extrema, que era la nuestra, y cuando nosotros vemos a S.S. sin fuerzas propias para gobernar, teniendo que valerse de apoyos como los que con extraordinaria solemnidad se le han ofrecido a S.S. esta tarde, comprenderá S.S. que crezca, en razón a la cuantía al carácter de ese apoyo, nuestra alarma y que esperamos que las palabras de S.S. sirvan, si no para disiparla, cuando menos, para aminorarla, porque parece que en zonas bastante vastas -he de reconocerlo- del republicanismo español estimase como una victoria de la República el hecho de que hayan realizado acto de acatamiento -que no quiere decir sumisión y que tampoco es siquiera adhesión- fuerzas enemigas de todo lo que esencialmente representa el Régimen. (EL Sr. Cordón Ordás pide, la palabra .- Rumores.)

Desde que yo hablé públicamente por primera vez al advenir la República y en discursos recientes de propaganda electoral hube de recordarlo, no con jactancia, sino con dolor, yo no advertí posibilidades, ni siquiera remotas, de una restauración monárquica. No expongo ahora las causas de esta mi convicción porque, aun siendo muy recias y hondas, no deseo, sino que quiero eludirlo, herir sentimientos acendradamente monárquicos de una fracción respetable aquí sentada; pero yo advertí que el riesgo era el adueñamiento de la República por parte de las derechas enemigas de ella. Lo que en esta previsión no pude abarcar era que a esa empresa, inteligentemente dirigida, hábilmente orientada, en esa empresa, fuese S.S.,Sr. Lerroux, un colaborador tan decisivo.

Estos son nuestros reproches, estas son nuestras quejas, estas nuestras lamentaciones, que yo quiero exponer con la mayor corrección posible, porque me interesa tanto como a quien más que este debate siga aquellos cauces de serenidad en que aparece hasta ahora encuadrado, pues a través de la algarabía y del alboroto, pudieran quedar las cosas infinitamente más confusas que lo estaban. Yo doy toda la trascendencia que pueda dar el propio Sr. Gil Robles, toda la importancia excepcional que tiene, al hecho de que, de momento, hagan como que declinan sus armas y las deponen contra la República, contra el régimen o, mejor, contra su estructura formal y externa, los hombres que se aprestan, una vez dentro de la fortaleza, de la que con tan excesiva benevolencia les ha abierto S.S. las puertas, a esgrimirlas y blandirlas para acabar con todo lo quo haya de animado, de vivo, de espiritual dentro del régimen, y cuando SS. SS. muestran -quienes lo muestran- contento y satisfacción por este acatamiento, la alarma y el temor nuestros suben considerablemente, llegan a gradaciones altísimas, porque la inconsciencia o el error por vuestra parte suponen tanto como la muerte, alevosamente producida, del régimen republicano. (Muy bien, en la minoría socialista.)

El Sr. Gil Robles ha pedido al Gobierno la rectificación o, por mejor decir, la derogación de las leyes laicas; S.S. nos ha hablado de la imposición de un alto en la política religiosa, política que no tiene en nuestra legislación otra expresión que esas, para nosotros menguadísimas, leyes laicas. ¿Hasta qué punto llega la coincidencia en la petición del Sr. Gil Robles y el ofrecimiento anticipado de S.S.? Ese es, a mi juicio, uno de los puntos dignos de esclarecimiento; porque el Sr. Gil Robles, poniendo en la petición una mayor suavidad de concepto, os ha pedido también que, para regular de modo definitivo las relaciones que pueda tener el Estado republicano español con la Santa Sede, convengáis con ella un Concordato. ¿Cuál es el propósito de S.S. en esta materia? También nos interesa, porque en los contornos difuminados que ha tenido la expresión del pensamiento de S.S. en esta materia, no encontramos -repito- aquella concreción que ha caracterizado las palabras del Sr. Gil Robles.

Ha señalado también el Sr. Gil Robles, como uno de los deseos inmediatos de las fuerzas políticas que dirige -y que en esta aspiración no hay novedad alguna-, la revisión inmediata de la Constitución, y es notorio que, aunque numerosas, las falanges parlamentarias que el Sr. Gil Robles acaudilla y las que están lindantes a él, no tienen en este primer cuadrienio de la República las fuerzas suficientes, cifradas por la Constitución en los dos tercios de los votos de la Cámara, para obtener la convocatoria a nuevas Cortes Constituyentes, que es indispensable para la reforma constitucional. Y aunque me apresuro a descontar la negativa de S.S., bueno fuera, pues a la responsabilidad histórica de todos interesa considerablemente la aclaración, que S.S. nos dijera si en el pacto, en el compromiso o en el convenio que S.S. tiene para gobernar con esos señores entra la aportación de los votos de la minoría radical para revisar aquellos artículos de la Constitución que estimen revisables esos señores que os van a prestar su apoyo.

Ahora, después de examinada la declaración ministerial en los puntos que a nosotros más vitalmente nos interesan, quiero -si la Cámara me lo consiente- poner unas apostillas a las manifestaciones del Sr. Gil Robles, para medir hasta qué grado llega el acatamiento a la República expresado por él esta tarde contrastando esas manifestaciones con palabras dichas fuera de aquí.

En discurso memorable que el Sr. Gil Robles pronunció el 15 de octubre en el Monumental Cinema, donde estuvieron presentes y fueron aplaudidas personas que tienen representación parlamentaria, como los Sres. Pemán, Goicoechea, Royo Villanova, Calderón y otros, dijo cosas que, en cierto aspecto, coinciden con lo que aquí ha manifestado, pero que en otro pueden señalar una diferencia tan acentuada de matiz que exijan también esclarecimiento. Dijo el Sr. Gil Robles entonces: «pero no tenemos prisa, óiganlo bien los que pueden creer que van a perder Direcciones generales y Gobiernos civiles; no tenemos prisa, no queremos nada de eso. Ya sé que al primer choque con la realidad habrá algún desgajamiento. Este primer desgajamiento lo producirán los que escuchan los cantos de sirena que se oyen desde las alturas del Gobierno, ofreciendo las primeras colaboraciones. Yo no sentiré el halago de ésos cantos de sirena. ¡Cómo íbamos a acudir al primer ofrecimiento de colaboración que nos hagan los autores de la ruina de España! Menguado ideal el nuestro si, a la primera conferencia con el Sr. Lerroux o el Sr. Maura cediéramos ante el señuelo de una cartera de Comunicaciones. » (Risas y rumores.) Unos aplausos generales del auditorio enfervorizado suscribieron, con apoyatura indiscutible, estas manifestaciones del Sr. Gil Robles, basadas en una información tan anticipada y tan minuciosa que pudo saber, a dos meses fecha, que las sirenas gubernamentales iban a ofrecerles precisamente la cartera de Comunicaciones. (Risas .- El Sr. Ministro de Comunicaciones: En ese aspecto jamás he tenido nada que ver con el Sr. Gil Robles.) «Dejad que sueñe -continúa el Sr. Gil Robles en un magnífico párrafo lírico-. Nos espera una tarea inmensa. Yo espero el porvenir, como el centinela bíblico en los muros de la gran ciudad espera ansioso el amanecer. Nuestra generación tiene encomendada una gran misión: tiene que crear un espíritu nuevo; un nuevo Estado; una nación nueva; dejar la Patria depurada de masones y judaizantes. (Grandes aplausos.)» ¿Está seguro el Sr. Gil Robles de no prestar su apoyo a algunos judaizantes y masones, que a estas horas pueden estar sentados en el banco azul? (Risas.) Y prosigue el Sr. Gil Robles: «Hay que ir a un Estado nuevo. Para ello se imponen deberes y sacrificios. ¿Qué importa que nos cueste hasta derramar sangre? Para eso, nada de contubernios. No necesitamos el Poder con contubernio de nadie. Necesitamos el Poder íntegro, y eso es lo que pedimos. Entretanto, no iremos al Gobierno en colaboración con nadie. Para realizar este ideal, no vamos a detenernos en forma arcaicas. La democracia no es, en nosotros, un fin, sino un medio para ir a le conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento, el Parlamento, o se somete, o le haremos desaparecer.» Esta afirmación final, contenida en esas palabras del Sr. Gil Robles es la que ha estado expresamente eludida en su brillantísimo discurso de hoy, sin disputa el mejor de cuantos ha pronunciado en este recinto. No puedo pedir al Sr. Gil Robles -no entra en mi derecho, ni entra en su deber, el esclarecimiento de esa actitud; pero entra en mi derecho y hasta en mi deber exigir al Gobierno unas aclaraciones respecto a su compromiso, a su colaboración, a su ajuste con unas fuerzas que niegan lo más fundamental del sistema democrático y que empiezan por la declaración valiente, y quizá temeraria, de que cuando el Parlamento no llegue a plegarse a sus exigencias, ellas le harán desaparecer. ¿Cómo se compagina afirmación tan rotunda del Sr. Gil Robles con aquellas otras expresiones en que hoy quería dejar plasmada su lealtad al régimen, cuyo acatamiento ha preconizado? Si se va a hacer desaparecer el Parlamento, porque el Parlamento, en uso de su soberanía, cierra el camino a las soluciones propuestas por S.S., ¿con qué fundamento ha discrepado S.S. en la tarde de hoy de las palabras infinitamente más sinceras del Sr. Primo de Rivera? De manera que no es mucho exigir por parte de esta minoría desenmascaramiento y claridad, S.S., en el fondo, Sr. Gil Robles, apetece también un régimen dictatorial.

Entra en la táctica hábil y cautelosa de S.S. ocultar esos fines para ahorrarse las mayores resistencias que una declaración de ese género, solemnizada en este lugar, y después de la victoria electoral, que acerca a SS.SS. al Poder, pudiera producirse, por reacción de las masas populares, las cuales, luego de haberse entregado con fervor a la causa republicana y viendo en riesgo su victoria por la proximidad de sus señorías al Poder, y advirtiendo ese riesgo, aumentado por los compromisos pactados por SS.SS. con los elementos que están sentados en el banco azul, adivinar que ese peligro grave e inmediato, y S.S. lo que hace ahora, con respecto a su propósito en este orden, es ocultarlo, silenciarlo, eludirlo, pero de ese propósito, de ese sentimiento es guía brillante esa expresión elocuentísima que acabo de recoger de un texto taquigráfico de S.S.

Mas ya lo he dicho; no me interesa por sí misma esa manifestación, que no puede imputar S.S. a un arrebato retórico del momento, cuando ella, como otras no tan importantes, constituyó tema predilecto en las constantes prédicas electorales de S.S., lo que me interesa y conmigo a esta minoría, es conocer el punto a que puede llegar el espíritu de claudicación del Gobierno que preside el Sr. Lerroux, para dar paso a sus señorías hasta el Poder. Para acercarles a él, no ha habido ninguna clase de escrúpulos. Esos contubernios que S.S. rechazaba retóricamente, más o menos públicos, existieron por casi toda el área electoral de España. Sus señorías -y en su conducta no hay por nuestra parte ninguna extrañeza- llegaron a fundirse estrechamente con elementos del partido radical en bloques titulados antimarxistas para combatir un marxismo inexistente, porque la cultura de. S.S. habrá de reconocer que aquellas modestísimas reformas sociales, a cuya posible ampliación ha entonado S.S. un himno, no constituyen, ciertamente, ningún pilar de la doctrina marxista. No; aquí lo que interesaba era que nosotros, por nuestra organización, por la reciedumbre que significa nuestra disciplina y por la potencia de nuestras masas, fuésemos arrinconados, reducidos, derrotados, aplastados. ¿Por miedo al marxismo? Quiero creer, imputándolo sin segunda intención a la cultura de S.S., que en la mente de S.S. jamás existió la realidad de ese riesgo, pero que sí lo ha habido, indiscutiblemente, porque si no ciertas conductas no tienen explicación, en una zona de republicanismo pacato y tímido que olvida que la síntesis, la entraña y el fundamento de toda sociedad moderna es un sistema económico y que lo que arranque de ahí y lo que no se base ahí no tendrá ninguna consistencia, como paladinamente lo declaraba el Sr. Gil Robles en la tarde de hoy al aludir a unos rumbos que esas fuerzas derechistas van a tomar, seguras de que no puede haber asentamiento posible de ningún partido moderno que no descanse en soluciones de orden económico y de mejora de la clase trabajadora, anunciando la constitución de una gran organización populista obrera.

Lo que en vosotros, señores de la derecha, era justificado, no tiene ahí en los bancos republicanos, justificación, no tiene ahí explicación, y S.S. ahora, Sr. Lerroux, por virtud de conducta, tendrá así la satisfacción íntima -menguada será ella si le invade el ánimo- de ver reducida la representación socialista; pero S.S. habrá de sentir el dolor de ver reducido uno de los pilares más fuertes del sistema republicano y de haber atentado contra la libertad, contra la democracia parlamentaria y contra el laicismo, que constituyó siempre el credo del grupo político que está detrás de S.S., y en el que forzosamente tiene que haber conciencias que silenciosamente se rebelen contra los yerros políticos de S.S., porque S.S. ha preferido ver a la República resquebrajada, llena de riesgos, que para su forma y para su esencia, que interesa más, representa el crecimiento derechista logrado por la actitud de S.S. y no le puede servir de consuelo, ciertamente, el hecho de que esta minoría haya quedado limitada en su número, por que a S.S. no se le podría ocultar jamás, cualesquiera que hayan sido, incluso los ardimientos injustos en nuestras polémicas, que a la hora de votar y defender, no sólo con nuestras palabras y con nuestros votos, soluciones plenamente republicanas, en este grupo, en este campo no habrá de haber una sola deserción.

Y ahora S.S. se encuentra en triste y deplorable situación. La manifestación de acatamiento del Sr. Gil Robles, que no ofrece novedad, porque es una vieja doctrina pontificia, no significa adhesión al régimen, y si para esos hombres un día se plantea, incluso en este mismo recinto, el problema del régimen, yo no podría imputarles pecado alguno de traición si negaran sus votos a la República, porque al negárselo responderían a lo más profundo de sus sentimientos y porque las manifestaciones que han hecho hoy no constituyen por sí usa adhesión. cuyo quebrantamiento se pueda imputar como un delito de falsía, de deslealtad o de traición.

Su señoría está prisionero de ahí. (Señalando a la minoría popular agraria.) Incluso para aquellos que ponen sus más encendidos acentos al cantar la soberanía de nuestras resoluciones, llevan dentro de sí el convencimiento de que a esta situación ha llegado por injerencias altas, altísimas, pero extrañas a la nación española. Sabe todo el mundo que esto se ha gestado en Roma. (Rumores y protestas en las minorías de derecha.) Y S.S. está presidiendo ahí -se lo digo por si a las desviaciones postreras de su conciencia interesa, desviaciones que en muchos hombres se dan ya que no tenemos una manera pétrea, inconmovible, el mismo estado de conciencia de nuestra juventud-; S.S. está presidiendo, no sé si a S.S. le interesa como consuelo, pero S.S. lo habrá de reconocer, S.S. lo que preside es un Gobierno con la bendición papal. (Risas y rumores .- El Sr. Rey Mora: Y vosotros sois un partido con la de Amsterdam .- Más rumores.)

Discutiendo el otro día, incidentalmente, con el Sr. Martínez Barrio, yo apunté el conflicto de conciencia que a mí personalmente se me presentaba ante el estado actual de la política española. No veo a ella salida alguna; vosotros, los que habéis querido desviar el rumbo de la política española, debéis reconocer que en esta rectificación se os ha ido la mano. Hay unas muchedumbres proletarias, en pugna con otras organizaciones que creen ver la única solución siguiendo el camino de la violencia, a las que queríamos y queremos encuadrar dentro del régimen, obteniendo incluso la casi plenitud de sus ideales o aspiraciones que pueda ver realizadas la generación presente dentro del marco constitucional y al amparo de la flexibilidad de los preceptos del Código fundamental del Estado; ¡ah!, pero ahora nosotros reconocemos que la vida del Gobierno, la vida republicana no está siquiera en manos de republicanos; está en ésas (Señalando a las derechas.); que vosotros estaréis ahí en tanto que a ellos convenga, en tanto que ellos no aprecian el momento psicológico, muy interesante para distinguirlo con acierto, de dar el salto hasta el Poder, y que vosotros tenéis, porque ese es, a lo visto, vuestro triste sino histórico, la misión de facilitar el acceso al Poder a hombres que, si han de responder honradamente a sus convicciones, han de ahogar todo lo que de sustancial tiene dentro de sí la República. Ya contáis con un Ministro arrancado a uno de esos grupos que están en esa posición. Para la explicación oficiosa basta, por lo visto, afirmar que no representa al grupo, sino que tiene una representación puramente personal. Nadie lo va a creer, porque, en primer término, basta repasar las gacetillas periodísticas para advertir que el señor Lerroux fué a pedir el nombre del Ministro al Jefe de ese grupo, y, además, muy quebradizas serían las convicciones del Sr. Cid, a quien aludo, si ahora se rompieran, cuando, no más lejos de la semana pasada, él con su grupo ha trazado un programa de Gobierno, a cuenta del cual, con la derogación de la ley de Términos municipales, se ha de modificar en un sentido plenamente anulatorio la ley de Reforma agraria y ha de imponer -¿es este quizá el alto en la política religiosa que proclamaba S.S.?- la suspensión indefinida de la sustitución de la primera enseñanza a cargo de las Congregaciones religiosas.

Yo deploro hondamente la situación de S.S.; creo que el sino histórico de S.S. le empuja en estos instantes a actitudes y a resoluciones dañosas para la República. Hablo con una entera lealtad: enemigos, que no nos encontraremos jamás en el camino de nuestra vida, de los hombres en cuya representación ha hablado el Sr. Gil Robles, cuando llegue -si llega, porque para oponernos a ello habremos nosotros de apelar a todo lo que sea menester- la hora de la catástrofe (Aplausos en la minoría socialista.), cuando llegue esa hora -si llega-, si hemos de señalar una traición, nuestra nobleza nos obligará a no imputarla a vosotros (Dirigiéndose a las derechas.), sino a adjudicarla a vosotros (Señalando a la minoría radical. Aplausos en los socialistas.)

Cierra España.

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Miguel de Unamuno - Diario de Sesiones, Junio de 1932

Estas autoridades de la República han de tener la obligación de conocer el catalán. Y eso, no... Si en un tiempo hubo aquello, que indudablemente era algo más que grosero, de «hable usted en cristiano», ahora puede ser a la inversa: «¿No sabe usted catalán? Apréndalo, y si no, no intente gobernarnos aquí.»... La disciplina de partido termina siempre donde empieza la conciencia de las propias convicciones.

Luis Araquistáin,socialista publica en abril de 1934

"En España no puede producirse un fascismo del tipo italiano o alemán. No existe un ejército desmovilizado como en Italia; no existen cientos de miles de jóvenes universitarios sin futuro, ni millones de desempleados como en Alemania. No existe un Mussolini, ni tan siquiera un Hitler; no existen ambiciones imperialistas, ni sentimientos de revancha, ni problemas de expansión, ni tan siquiera la cuestión judía. ¿A partir de qué ingredientes podría obtenerse el fascismo español? No puedo imaginar la receta".

Alejandro Lerroux, Mis memorias.

“La verdad es, lo he publicado antes de ahora, que el país no recibió mal a la dictadura, ni la dictadura hizo daño material al país. Es decir, no gobernó peor que sus antecesores. Les llevó la ventaja de que impuso orden, corto la anarquía reinante, suprimió los atentados personales, metió el resuello en el cuerpo de los organizadores de huelgas y así se estuvo seis años. Nunca la simpatía personal ha colaborado tan eficazmente en formar de un gobernante como el caso de Primo de Rivera, [...]”

Alejandro Lerroux, Mis memorias.

Frente Popular (Febrero 1936 - Marzo 1939)



Calvo Sotelo, sesion del 16 de junio de 1936.

"España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como expresivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las manos —como queráis decirlo— de unos ministros que son reos de su propia culpa, esclavos, más exactamente dicho, de su propia culpa...
Vosotros, vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han provocado el 60 por 100 del problema de desorden público, y de ahí que carezcáis de autoridad. Ese problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es decir, agravado a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples claudicaciones, fracasos y perversión del sentido de autoridad desde entonces producidos en España entera.
España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay diputados republicanos elegidos con votos marxistas; diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado, y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay diputados con votos de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde os lleva a todos el Frente Popular".

La memoria analfabeta es muy peligrosa

Pérez-Reverte se embala. No es que le duela España, es que le indigna su incultura, su falta de espíritu crítico. Se revuelve porque, dice, un país inculto no tiene mecanismos de defensa, y “España es un país gozosamente inculto”. Tiene el escritor en la punta de los dedos las batallas, los hombres, las tragedias que han hecho la historia para apuntalar sus argumentos.

- Mi memoria histórica tiene tres mil años, ¿sabes?, y el problema es que la memoria histórica analfabeta es muy peligrosa. Porque contemplar el conflicto del año 36 al 39 y la represión posterior como un elemento aislado, como un periodo concreto y estanco respecto al resto de nuestra historia, es un error, porque el cainismo del español sólo se entiende en un contexto muy amplio. Del año 36 al 39 y la represión posterior sólo se explican con el Cid, con los Reyes Católicos, con la conquista de América, con Cádiz... Separar eso, atribuir los males de un periodo a cuatro fascistas y dos generales es desvincular la explicación y hacerla imposible. Que un político analfabeto, sea del partido que sea, que no ha leído un libro en su vida, me hable de memoria histórica porque le contó su abuelo algo, no me vale para nada. Yo quiero a alguien culto que me diga que el 36 se explica en Asturias, y se explica en la I República, y se explica en el liberalismo y en el conservadurismo del XIX... Porque el español es históricamente un hijo de puta, ¿comprendes?.

Arturo Pérez-Reverte