Carta Magna, su emblema.

Palabras de José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange Española de las J.O.N.S

"La noticia de que José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange Española de las J.O.N.S., se disponía a acudir a cierto congreso internacional fascista que está celebrándose en Montreaux es totalmente falsa. El jefe de Falange fue requerido para asistir; pero rehusó terminantemente la invitación, por entender que el genuino carácter nacional del Movimiento que acaudilla repugna incluso la apariencia de una dirección internacional. Por otra parte Falange Española de las J.O.N.S. no es un movimiento fascista; tiene con el fascismo algunas coincidencias en puntos esenciales de valor universal; pero va perfilándose cada día con caracteres peculiares y está segura de encontrar precisamente por ese camino sus posibilidades más fecundas".

lunes, 7 de diciembre de 2009

SUCESOS EN 1933.16ª parte.

«El Debate» fija la posición de los católicos ante el régimen. «Siempre que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana los católicos españoles... no pueden encontrar dificultad... en avenirse con las instituciones republicanas»


El Debate, 14 de diciembre de 1933

Los católicos y la República

Amigos del actual Gobierno, fervorosos defensores de la República que quisieran ensanchar su área de sustentación, gentes de izquierdas empeñadas, por el contrario, en cerrar el camino a las derechas, o en invalidar y quitar eficacia al triunfo magnífico de éstas, vienen pidiendo, y en los últimos tiempos con apremios reiterados, que la derecha española defina, con claridad su política. Más precisamente: su posición respecto de la República. Una vez más debemos decir que no comprendemos, no podemos comprender por qué se tacha de equívoca una conducta que es la claridad misma, hoy, y ayer, y desde hace, por lo menos, dos años. Conducta clara, volvemos a decir. Y agregamos estos calificativos: leal y patriótica.

Conste, ante todo, que cuando hablamos de «política de derechas» queremos decir «política de católicos, y en cuanto católicos». A nadie pueden extrañar estas palabras... ¡Si la política del anterior bienio ha versado principalmente sobre materia religiosa! Los Gobiernos, al dictado de la Masonería, han inferido a la Iglesia todo el daño que pudieron, aunque, por tales modos, a la vez dañaran al Estado, a la República y a la Nación. Los católicos españoles, por ello, han tenido que hacer, también, política religiosa: política de defensa de la Iglesia de la convicción católica y nacional, suborninando a tan primario deber toda suerte de compromisos y particulares opiniones.

Y al proceder así, han seguido fidelísimamente los principios y normas de la Iglesia, que León XIII precisó y definió en situaciones análogas -por no decir idénticas- a la de España en nuestro tiempo, planteadas en el último tercio del siglo XIX en muchas naciones europeas y americanas; normas y principios repetidos y recordados, tras el advenimiento de la República, por el Episcopado español y por Su Santidad el Papa. Una vez más repetiremos los textos:

«Con aquella lealtad, pues, que corresponde a un cristiano, los católicos españoles acatarán el Poder civil en la forma con que de hecho exista.»

«Aportarán su leal concurso a la vida civil y pública.»

«Aunque no puedan aprobar lo que haya actualmente de censurable en las instituciones políticas, no deben dejar de coadyuvar a que estas mismas instituciones, cuando sea posible, sirvan para el verdadero y legítimo bien público.»

«Sin mengua, pues, ni atenuación del respeto que al Poder constituido se debe, todos los católicos considerarán como un deber religioso y civil... cambiar en bien las leyes injustas y nocivas, dadas hasta el presente, seguros de que, obrando con rectitud y prudencia, darán con ello prueba de inteligente y esforzado amor a la Patria, sin que nadie pueda con razón acusarles de sombra de hostilidad hacia los poderes encargados de regir la cosa pública» (De la «Declaración colectiva del Episcopado español», de diciembre de 1931.)

Los católicos españoles han seguido las normas de actuación señaladas en los párrafos precedentes. Y para honor de ellos ha escrito Pío XI estas clarísimas palabras:

«... la gran mayoría del pueblo español..., no obstante las provocaciones y vejámenes de los enemigos de la Iglesia, ha estado lejos de actos de violencia y represalia, manteniéndose en la tranquila sujeción al Poder constituido.»

No se diga que en los textos transcritos se habla del Poder, mas no de la forma de gobierno. Dícese en uno de ellos: «el Poder en la forma con que de hecho exista». Pero hay textos harto más precisos y por entero inequívocos y concluyentes, los cuales hasta la saciedad prueban que la República, por ser República, no puede ni debe inspirar sentimientos hostiles a la Iglesia ni a los católicos, por ser católicos.

«Todos saben -dice el Papa actual, en la Encíclica «Dilectissima Nobis»- que la Iglesia católica, no estando bajo ningún aspecto ligada a una forma de gobierno más que a otra, con tal que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, no encuentra dificultad en avenirse con las diversas instituciones civiles, sean monárquicas o republicanas...»

Los católicos, por tanto, tampoco pueden encontrar dificultar en avenirse con las instituciones republicanas, y como ciudadanos y como creyentes están obligados a prestar a la vida civil su leal concurso. Sin duda, puede haber, y en España los hay, católicos que profesan opiniones políticas, particulares, adversas al régimen republicano. Ello es lícito y respetable; mas ni de su sentir ni de su pensamiento de católicos podrán derivar esa hostilidad al régimen republicano, ni les será lícito establecer incompatibilidad de ninguna especia entre los derechos e intereses de la Iglesia y la forma republicana.

Pero surge una cuestión práctica. Aunque la Iglesia no sea incompatible con la República -tampoco, por consiguiente, con la República española-, ¿no será, precisamente, esta segunda República de España la que se haga y declare incompatible con la Iglesia católica? ¡Ah! Hasta ahora, la Constitución, las leyes fundamentales y el espíritu de la obra de gobierno han estado inspirados en un anticatolicismo casi frenético; de suerte que hay derecho -dice Pío XI en el documento citado antes- «a atribuir la persecución movida contra la Iglesia católica... al odio que contra el Señor y contra su Cristo fomentan sectas subversivas de todo orden religioso y social...»

Pero faltaríamos a la verdad si dijéramos que son esos los sentimientos de todos los republicanos españoles, o desconociéramos que no pocos de ellos -y algunos de los de mayor relieve- quieren rectificar la política sectaria; unos, porque sus convicciones religiosas les hacen desear la paz con la Iglesia; otros, porque patrióticamente anhelan una concordia nacional. Urge, pues, la demostración, con palabras y actos de Gobierno, de que dentro de la República española puede la Iglesia vivir vida digna, respetada en sus derechos y en el ejercicio de su misión divina. Si así se restaura la justicia, y los católicos españoles pueden eficazmente «trabajar por el honor de Dios, por los derechos de la conciencia y por la santidad de la familia y de la escuela» -palabras dichas anteayer por Su Santidad a unos peregrinos españoles-, seguramente harán «renuncia generosa -sigue hablando el Papa- de sus ideas propias y particulares en favor del bien común y del bien de España».

Y a tales palabras no queremos añadir sino estas otras:

En resumen, y por emplear las mismas palabras del Papa en la «Dilectísima Novis», siempre que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, los católicos españoles, en cuanto tales, no pueden encontrar dificultad, puesto que el Papa no la encuentra, en avenirse con las instituciones republicanas.

Cierra España.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Miguel de Unamuno - Diario de Sesiones, Junio de 1932

Estas autoridades de la República han de tener la obligación de conocer el catalán. Y eso, no... Si en un tiempo hubo aquello, que indudablemente era algo más que grosero, de «hable usted en cristiano», ahora puede ser a la inversa: «¿No sabe usted catalán? Apréndalo, y si no, no intente gobernarnos aquí.»... La disciplina de partido termina siempre donde empieza la conciencia de las propias convicciones.

Luis Araquistáin,socialista publica en abril de 1934

"En España no puede producirse un fascismo del tipo italiano o alemán. No existe un ejército desmovilizado como en Italia; no existen cientos de miles de jóvenes universitarios sin futuro, ni millones de desempleados como en Alemania. No existe un Mussolini, ni tan siquiera un Hitler; no existen ambiciones imperialistas, ni sentimientos de revancha, ni problemas de expansión, ni tan siquiera la cuestión judía. ¿A partir de qué ingredientes podría obtenerse el fascismo español? No puedo imaginar la receta".

Alejandro Lerroux, Mis memorias.

“La verdad es, lo he publicado antes de ahora, que el país no recibió mal a la dictadura, ni la dictadura hizo daño material al país. Es decir, no gobernó peor que sus antecesores. Les llevó la ventaja de que impuso orden, corto la anarquía reinante, suprimió los atentados personales, metió el resuello en el cuerpo de los organizadores de huelgas y así se estuvo seis años. Nunca la simpatía personal ha colaborado tan eficazmente en formar de un gobernante como el caso de Primo de Rivera, [...]”

Alejandro Lerroux, Mis memorias.

Frente Popular (Febrero 1936 - Marzo 1939)



Calvo Sotelo, sesion del 16 de junio de 1936.

"España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como expresivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las manos —como queráis decirlo— de unos ministros que son reos de su propia culpa, esclavos, más exactamente dicho, de su propia culpa...
Vosotros, vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han provocado el 60 por 100 del problema de desorden público, y de ahí que carezcáis de autoridad. Ese problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es decir, agravado a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples claudicaciones, fracasos y perversión del sentido de autoridad desde entonces producidos en España entera.
España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay diputados republicanos elegidos con votos marxistas; diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado, y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay diputados con votos de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde os lleva a todos el Frente Popular".

La memoria analfabeta es muy peligrosa

Pérez-Reverte se embala. No es que le duela España, es que le indigna su incultura, su falta de espíritu crítico. Se revuelve porque, dice, un país inculto no tiene mecanismos de defensa, y “España es un país gozosamente inculto”. Tiene el escritor en la punta de los dedos las batallas, los hombres, las tragedias que han hecho la historia para apuntalar sus argumentos.

- Mi memoria histórica tiene tres mil años, ¿sabes?, y el problema es que la memoria histórica analfabeta es muy peligrosa. Porque contemplar el conflicto del año 36 al 39 y la represión posterior como un elemento aislado, como un periodo concreto y estanco respecto al resto de nuestra historia, es un error, porque el cainismo del español sólo se entiende en un contexto muy amplio. Del año 36 al 39 y la represión posterior sólo se explican con el Cid, con los Reyes Católicos, con la conquista de América, con Cádiz... Separar eso, atribuir los males de un periodo a cuatro fascistas y dos generales es desvincular la explicación y hacerla imposible. Que un político analfabeto, sea del partido que sea, que no ha leído un libro en su vida, me hable de memoria histórica porque le contó su abuelo algo, no me vale para nada. Yo quiero a alguien culto que me diga que el 36 se explica en Asturias, y se explica en la I República, y se explica en el liberalismo y en el conservadurismo del XIX... Porque el español es históricamente un hijo de puta, ¿comprendes?.

Arturo Pérez-Reverte