INDALECIO Prieto ha excomulgado a las Vascongadas, El gran pancista, el genio de la socialdemocracia, encuentra insufrible que quede en la Península un foco de espiritualidad.
Le parece, sin duda, que el partido socialista, aliado con la burguesía comecuras, ha trabajado lo bastante para aborregar a los españoles en torno a un Parlamento tipo francés. Ni la prensa masónica ni el tirano socialista permitirán que en España haya quien todavía crea que tiene alma.
Hay, si señor, que renunciar a salvarse, porque para eso ha renunciado ya la mayoría de los españoles, según a Prieto le parece bien demostrado por lo que cantan las urnas.
¿Qué es eso de votar "por Dios y por los fueros" ? ¿Por la religión y la tradición? ¿Para eso son las elecciones?
Aquí no hay más Dios - dirá Prieto con su masculina energía - que el sufragio universal.
Y puesto que la mayoría de los españoles lo quiere, hay que expulsar de los goces de la democracia a los vascos: no gozarán de la libertad que para todos los burgueses que no creen en Dios y para todos los socialistas que divinizan la materia ha tratado la República.
Bien que Cataluña se descuelgue de Madrid, porque aquello será una república de izquierdas. Pero ¿un territorio reservado tranquilamente para los que temen a Dios? ¡ Eso no! La campaña de calumnias debe ser reforzada.
Seguramente los descendientes de Aitor no han visto nunca una caricatura de fraile gordo ni han probado esas mentiras que a los socialdemócratas de otras partes les curvan las uñas en cuanto ven a un cura por la calle.
Suponemos, por tanto, que la masonería dará orden de que se traduzcan al vascuence "La Traca" y "El Cencerro". Habrá que inundar las Vascongadas de sapos periodísticos sacados de las redacciones de Madrid, Valencia...: de donde los haya.
En Vasconia, como en todas partes, hay que hacer posibles los linchamientos de clérigos y el asalto de iglesias al primer rumor "alarmante" que se apodere de las turbas. .
Mientras tanto, ni España adorará con la sumisión que a D. Indalecio le gusta los mitos parlamentarios franceses ni habrá renunciado a toda ilusión de grandeza, como tiene decretado la masonería.
Por eso para Prieto, que ya debe estar cocido y escocido con el lío de la Hacienda y de los cambios, los problemas esenciales de la nación son renunciar a Marruecos y descristianizar las Vascongadas.
(Anónimo. Libertad, núm. 4, 4 de julio de 1931.)
Casi todas las plumas periodísticas son plumas mercenarias: envenenadores a sueldo con las espaldas resguardadas
QUIEN TIENE LA PRENSA, TIENE EL PODER AL MARGEN DE LAS CORTES
Si Unamuno no estuviera, por su mal y por su vanidad, colocado mansamente al lado de los vencedores seguiría hoy lanzando sus altaneras quejas contra la estrechez espiritual del momento.
La misma mezquindad de horizontes domina hoy en la política que cuando el rumbo patrio estaba puesto hacia el ocaso conservador: hoy seguimos mirando al ocaso, aunque nos llamemos radicales.
No importa que los moderados hayan cedido el paso a los progresistas. Seguiremos representando la misma función a cargo de distinta compañía: La intransigencia, culto al partido, baja preocupación de aniquilar al adversario, sed de venganza, farsa liberal... Todavía no se han reunido los constituyentes y ya relinchan los apetitos de la mayoría, ávida de arrancar todo recuerdo de la etapa enemiga.
Es una ilusión muy del siglo XIX pensar que eso es revolución. Precisamente este mezquino anhelo de revancha es lo más antirrevolucionario, la verdadera contrarrevolución. Como siempre, mientras la principal preocupación de los vencedores sea afligir a los que dominaron con distinto signo político, no presenciará España más que un relevo en el disfrute del Poder. Nada de revolución, sino persecución a las instituciones que no nos gustan, por esa sola razón: parcialidades antidemocráticas y cambio de personal administrativo. Toda la pequeñez inveterada de nuestro ritmo político seguirá igual, y eso aunque se impongan leyes más o menos radicales, que podrán aprovechar a los amigos, en daño de los adversarios, pero que no orientarán al pueblo para alcanzar una positiva elevación nacional.
España no necesita política de izquierdas ni política de derechas, sino política nacional, impulsada por un ideal superior a las tendencias.
"Se ha pronunciado España por la izquierda - dicen los triunfadores- y hay que dar satisfacción a la voluntad nacional..." Es verdad que se ha inclinado a la izquierda el espíritu de los españoles: la influencia de los enemigos de la Iglesia Católica ha llegado a preponderar a medida que el espíritu evangélico y las costumbres cristianas se perdían, sobre todo en el proletariado de las poblaciones grandes Y este resbalamiento hacia la izquierda, en lo moral, ha ganado la batalla aprovechando grandes oportunidades políticas.
Fracasado con el fracaso de la Dictadura el predominio de la tradición - acompañada de la fuerza- que actuó en nombre del bien objetivo, hubo de ganar popularidad el predominio de la revolución - asistida de la difamación- que se pronunciaba en nombre de la libertad. Esto ha sido la victoria de las izquierdas.
No es que la gran mayoría del pueblo se pronuncie por soluciones de izquierda, sino que la sed de paz, la fatal necesidad de ver pacificados los espíritus, ha impulsado el cuerpo social a caer paulatinamente al lado de los que mantenían el ataque con resolución implacable. No se podía vivir más así, después de fracasado el último experimento de las derechas. Estas perdieron su crédito con el desgaste de su dictadura, y el pueblo se volvió, con esperanza ciega, a confiar en los acusadores.
"Que gobiernen los que no dejan gobernar", se ha dicho una vez más.
Pero la oposición secular entre los dos sectores sigue latente. Por eso nada atentará más a la consolidación de un régimen, el que sea, a que un radicalismo político a lo siglo XIX. Con él ocuparán las facciones políticas el turno de su hegemonía provisional, pero no encontrará su camino España, que es lo que importa.
Este no puede estar más que en la concordia superior de los espíritus, prendida al hallazgo de un ideal fuerte, indiscutible dentro de las fronteras.
Mientras el pueblo no experimente este hallazgo, no hará la Revolución que España necesita para trabajar pacífica y fecundamente en la ruta de su grandeza.
Sólo entonces se habría abierto verdadera era constituyente. Esta se caracterizará no por ser de derecha ni de izquierda, sino por ser, por primera vez, España. Y será radical no contra un sector de españoles, sino contra los enemigos de la España secular y la España nueva, que sólo habrán acertado la ruta nacional cuando acierten a unirse.
(Anónimo. Libertad, núm. 5, 12 de julio de 1931.)
Cierra España.
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