Las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) fueron un movimiento político español de ideología fascista. De carácter totalitario y contrario a los partidos políticos, propugnaba la supremacía del Estado, pretendiendo articular este Estado en torno a un sindicato vertical. De carácter marcadamente nacionalista concretó esta ideología en el denominado nacional-sindicalismo.1
Las JONS surgieron en octubre de 1931 de la fusión del grupo liderado por Ramiro Ledesma Ramos, fundador del semanario "La Conquista del Estado" con las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica, grupo fundado por Onésimo Redondo Ortega, antiguo propagandista de Acción Católica, organización que abandonó por considerarla moderada.
Desaparecidas las formas de dictadura patriarcal que han sido el régimen habitual del estado en los últimos años, se han entregado a la ciudadanía los destinos de la nación.
En esta hora, la actuación corresponde a los jóvenes por derecho propio, ya que la política de hoy es, ante todo, una milicia cívica.Al ataque violento hay que responder con serenidad y valentía. Ningún hombre menor de cuarenta años puede permanecer con dignidad en la penumbra ni dar a la política menos de lo que la defensa ardiente de las propias convicciones exija, aun la vida.
Libertad es de jóvenes y a los jóvenes se consagra preferentemente, no nos importa contar o no con una mayoría borreguil junto a las urnas, y repudiamos el concurso de las multitudes embriagadas de desorden por las calles.
Disciplina y audacia es nuestro lema las naciones pertenecen siempre a lasMinorías con fe y organización. Dándolo todo al ideal antes de comenzar, aNadie tememos.
¡ ¡ ¡por España grande, por España verdaderamente libre, a la lucha! ! !...
(anónimo. Libertad. Núm. 2, 20 de junio de 1931.- Reproducido en el mismo semanario. Núm. 87. 11 de junio de 1931, y en Onésimo Redondo. Págs. 10-11.)
DICEN los sindicalistas: La Revolución política está hecha; falta la Revolución social. En pugna con ellos, dicen, no obstante, lo mismo muchos socialistas y otros elementos, que para halagar a las masas se les aproximan como esos feroces parlantes de hace unas noches en la plaza de toros.
Dicen los comunistas: Negamos que la revolución política esté hecha. Esta y la revolución social sólo puede hacerla el Soviet.
Y unos y otros piden el desarme de la Policía y, por el contrario, el pertrecho de sus respectivos correligionarios, a quienes, todos de acuerdo, llaman "el Pueblo", para hacer con toda prisa la revolución social, aplastando la libertad de los demás, que deben permanecer desarmados. De este procedimiento es también partidario algún ministro.
Nosotros somos asimismo entusiastas de la revolución social. Lo queremos declarar desde el principio. Estamos conforme con que hay que revolver muchas instituciones: volcar cabeza abajo en el campo de lo social innumerables abusos. Y estamos enamorados de cierta saludable violencia, por el convencimiento de que en otra forma se escurrirán siempre los espectadores y acabarán al final de cada prueba flotando sobre sus oprimidos con el nombre trocado y la casaca siempre nueva.
Hay que acabar, sí, con esos hijos y nietos favorecidos de la desamortización que no han tenido tiempo ni de recorrer sus inacabables fincas, mientras en el municipio donde radican otros pasan hambre. Hay que ahogar la cruel tiranía del propietario sobre el colono cuando aquél no hace otra cosa que chupar la sangre vertida sobre la tierra trabajada por éste, que paga cada vez mayores rentas y gana menos.
Debemos acorralar con un genuino movimiento revolucionario todas las formas de usura, incluso esa moderna que consiste en pagar al labrador por sus productos un mínimo bastante para que no muera y siga trabajando, pero insuficiente para que sostenga decorosamente a los hijos que da a la Patria y condenado a no mudar nunca de suerte. El campo debe echarse encima de los acaparadores Que hacen grandes fortunas con solo estudiar sobre la mesa del café el modo de tiranizar a los productores con la especulación: de los azucareros que ganan el 100 por 100 y zurcen el rostro del remolachero con desprecios inhumanos...: de los "trust" que gravitan con sus tarifas implacables sobre las rentas, cada vez más escuálidas, de los consumidores no acogidos a monopolio alguno...
Hay que redimir, en fin, al que trabaja y revolver violentamente si es preciso, como lo será, a la burguesía encastillada en sus numerosos feudos económicos.
Pedimos, pues, la revolución social para que todo hombre apto encuentre trabajo dignamente remunerado y para que nadie se vea privado de la posibilidad cierta de elevar su condición según sus méritos y para que el campo - que es España - sacuda las cadenas de la hegemonía burguesa.
Pero si la revolución social es una necesidad y un grito de justicia, hay que defender ese movimiento sano y juvenil de las corrupciones traidoras que proceden de la democracia judaizante superburguesa, como de las máquinas internacionales con sello marxista, que descaracterizarían la genuina revolución hispánica para hacernos siervos de Moscú.
Revolución social, enérgica, urgente, a cargo de la juventud española, eso sí. Pero con estas condiciones: 1ª Que no sirva para sustituir la hegemonía burguesa por la tiranía de una clase o un Sindicato. Es un crimen de lesa patria agitar la nación para mudar de despotismo.
2ª Que intervenga eficazmente el campo, porque sin la voz de la agricultura todo movimiento colectivo es una agresión al verdadero pueblo.
3ª Que presida esa obra de justicia social un superior anhelo hispánico, una idea nacional de unidad, como garantía de que la gran España sigue una ruta de encumbramiento y no es víctima de los tenebrosos proyectos que las fuerzas ocultas internacionales incuban para hundir a las naciones en la miseria consecuente a la lucha de clases.
(Anónimo. Libertad, núm. 2, 20 de Junio de 1031. Reproducido en Onésimo Redondo, págs. 11-14.)
HAY QUE ACABAR CON ESTA NUEVA DICTADURA
" La línea de demarcación entre la ley del pueblo y la ley del populacho es incierta." (GANDHI.)
HAY Un engaño pueril y, sin embargo, muy generalizado. Consiste en aceptar que la opresión, o sea el ataque a los derechos del individuo por una fuerza superior, que le coloca en la triste situación del hombre irredento, es un vicio peculiar del Poder Público. Con arreglo a la carcomida , mentalidad demócrataliberal que el judaísmo internacional suministra mediante su Prensa a las naciones decadentes, ese mito revolucionario es la oración matutina y vespertina del público contagiado por el engaño: ¡Libradnos, ¡oh revolución!, de la tiranía de los que mandan!...
Nosotros, que queremos poner toda nuestra energía en la tarea de arrumbar los mitos hipócritas con que la superburguesía masónica atormenta los cerebros débiles, señalamos como uno de los más funestos ese de contraponer pueblo y Gobierno, autoridad y libertad, haciendo girar la vida política y los problemas de justicia perpetuamente en torno de tales conceptos y a medida que la nación se hunde.
No pretendemos esclarecer ahora cuánta es la distancia entre esta senil febrilidad que agita a las falsas democracias, como la nuestra, y las ideasjóvenes vigentes en el mundo para regenerar las naciones y rehabilitar a algunas razas en el cumplimiento de su histórico destino. De este pensamiento, que nos es favorito, trataremos con amplitud en los números sucesivos de LIBERTAD.
Por hoy queremos solamente protestar de ese inicuo engaño, de esas gastadas monsergas liberales que soliviantan a las masas inocentes, desviando sus ímpetus de justicia del conocimiento de los verdaderos culpables. Hay opresión del individuo por un poder ilegítimo o irritante, sí : la violación de los derechos individuales es un hecho corriente e impune, por desgracia, y puede afirmarse que, a medida que avanzan los días, la libertad y seguridad de los ciudadanos está más ignominiosamente entregada a los Poderes arbitrarios.
Pero no se trata de lo que comúnmente se entiende por Poder, del Gobierno constituido, que a menudo no es tal Gobierno. que padece de una debilidad semejante a la del furioso atleta mitológico encadenado por fuerzas invisibles. Estas fuerzas son las que ejercen la tiranía sobre los ciudadanos y sobre el mismo Gobierno.
Si en España no hay, como efectivamente sucede, libertad jurídicamente garantizada, es porque la impiden a diario los que disponen del arma suprema para dominar hoy sobre el país y aun sobre los gobernantes: la calumnia, prodigiosamente difundida y maravillosamente rodeada de impunidad.
Ahí tenemos el caso del ciudadano Don Pedro Segura Sáenz, Cardenal Primado de las Españas.
Se trata del hijo de un maestro de escuela, que vivió con el pueblo y le sirvió que trabajó con espíritu francamente democrático, y sin cuidarse de que los periódicos cacareasen sus virtudes, en la regeneración de las Hurdes... No ha hecho uso de las armas, ni conspiró contra tal o cual régimen de gobierno, ni podría encontrarse español alguno que patentizase un agravio delictivo cometido por el patriota don Pedro Segura. Pero ha bastado que la calumnia despliegue sobre él sus fuerzas facciosas, que la espada Uránica de los periodistas irresponsables le señale con ira feudal, para que ese ciudadano no pueda tener un palmo de tierra donde pisar en una nación que hasta ahora se llamaba civilizada.
Hoy es un Cardenal; ayer, algunos exministros o expersonajes; mañana, uno, varios o millares de ciudadanos, a los que la calumnia, difundida, señale con sus voces cobardes; en veinticuatro horas la Prensa puede impunemente trocar a un ciudadano pacífico en un facineroso presidiable o en un corruptor repugnante a los ojos del populacho.
Desde ese momento la víctima ha perdido la calidad de ciudadano, sin que nada ni nadie le ampare. Las pruebas son innecesarias: el juicio está hecho al pie de cada quiosco de periódicos y la sentencia pronunciada por la boca de los lectores epilépticos.
¿Gobierno..? Nada puede hacer el que debe su existencia precisamente al imperio de la calumnia.
¿Ley? Sí; la del embudo; la única vigente cuando el Poder legislativo lo ejerce de hecho la Prensa de escándalo.
¿ Tribunales?... Desgraciadamente, su augusta protección llega a ser inválida ante las turbas acusatorias desde el instante en que caducaron para muchos españoles los principios de que "ningún español ni extranjero podrá ser detenido sino en los casos y en la forma que las leyes prescriban", y de que "no será castigado ningún delito ni falta con pena que no se halle establecida por ley anterior a su perpetración".
Hubo una o dos dictaduras que molestaban sobre todo a los periodistas del escándalo, porque no las ejercían ellos. Aquéllas bien caídas están por haberse alejado del mandato del país y usurpado con indebida prolongación sus funciones. Pero quienes condenamos toda suplantación de las normas objetivas de justicia que garantizan el vivir pacífico de los ciudadanos tenemos que hacer un llamamiento al pueblo no manchado por el morbo incivil que fluye de las redacciones de los periódicos. Hay que instaurar, contra la despótica voluntad de los calumniadores de oficio, la dignidad propia de los países que viven en régimen de derecho. Hay que acabar con la dictadura de la publicidad, Que es la más degradada y la menos responsable.
(Libertad. núm. 2, 20 de junio de 1931.)
LA subsistencia de España como nación se halla amenazada gravemente por la Prensa enemiga, publicada en el territorio de la República.
Una invasión de papel impreso, organizada, sin duda, por los enemigos de la Sociedad hispana, se ocupa, cada día con mayor ardor, en corromper las bases de nuestra subsistencia racial: las publicaciones de tipo judío se reparten la tarea, dividiéndola en dos actividades: Una tiende a encender la guerra civil con sus campañas de odio político extremado. La otra quiere destruir a la juventud, haciéndola víctima del opio pornográfico. La región castellana está llamada a levantarse en nombre de la Patria, contra esta invasión de tipo moderno, organizada clandestinamente con dinero enemigo.
Cierra España.
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