Lerroux agradece en el Congreso la colaboración de varios grupos políticos
ABC, 10 de enero de 1934
El presidente del Consejo: Me veo en la necesidad de recoger algunas manifestaciones que se han hecho, con el objeto de que no parezca que he querido regatear el testimonio de la gratitud del Gobierno a aquellos que nos ofrecieron su concurso. Es ciertísimo, Sr. Goicoechea, que la representación del partido que su señoría dirige, como las de otros varios, se acercaron al Gobierno, hablaron conmigo y llegaron a los mismos extremos de delicadeza con que su señoría lo hizo. Fué su señoría a ofrecer su concurso incondicional, dejando a salvo sus convicciones, abriendo un paréntesis para servir al Estado y para servir a la Patria, y aún hizo más, me dijo: «Yo podía haber dicho esto en la Prensa o haberlo dicho por la radio, pero como pudiera suceder que el Gobierno estimara que esta manifestación de un partido como el nuestro le perjudicaba, dejo a su señoría en libertad de hacerla pública o no.» Esta es una exquisita delicadeza, que yo agradecí mucho, que no hube de aprovechar, porque he dicho públicamente que su partido, como otros partidos, se acercaron a ofrecerme su colaboración, pero que, afortunadamente, el Gobierno no ha necesitado hacer uso de esos ofrecimientos. De la misma manera lo han hecho otro género de colectividades, desde la nobleza, que se me ofreció por el más caracterizado de sus representantes, hasta entidades que significan en la vida pública española tendencias políticas muy diferentes de las que representa el Gobierno. A todos ellos he contestado lo mismo: agradeciendo su concurso y diciendo, quizá no se lo dije con esta expresión entonces; lo digo ahora que, afortunadamente, el Gobierno y el Estado disponen de medios para servir nuestros ideales (y los ideales suyos cuando venían a ponerse a nuestra disposición), sin necesidad de acudir a otros elementos.
Ello no obstante, he de añadir que juventudes de unos y otros partidos (aludo al propio Sr. Primo de Rivera, aludo a la de la CEDA, aludo a la del partido agrario, a la del Sr. Goicoechea y a la del partido tradicionalista), han dado el ejemplo ciudadano en Madrid de ponerse al servicio de las autoridades municipales hasta para los más humildes menesteres. Lo mismo han hecho las juventudes republicanas. Todos han tenido la satisfacción de ver algo que yo, a lo largo de mi vida, no pude ver nunca: cómo se fundían en una hora determinada de peligro para la sociedad y para la Patria, los corazones de todos, aunque el pensamiento llamease en distintas direcciones. (Muy bien.)
Tengo que decir eso, rindiendo culto a la verdad. Nuestro papel, el del Gobierno en estos momentos y yo le había de decir que aunque no estuviera sentado aquí, ahí, no es entrar en cierto género de crítica a los ausentes. Pero, ¿no es bastante la ausencia para una confesión, no diré de culpa, que eso a nosotros no corresponde discernirlo, sino a los Tribunales, de responsabilidad? ¡Ah!, no nos ensañemos con los vencidos, y tengamos la piedad de decir que en esta hora, los vencedores somos nosotros. Los vencidos son aquellos que no han querido darnos el espectáculo de ofrecer aquí su frente para discutir con nosotros. Y así no digamos que se ha depurado el Parlamento.
¡Ah!, entre los ausentes yo no me ocupo en pensar en aquellos que necesitan depuración, pero mi pensamiento va a aquellas otras figuras que han alcanzado la noble categoría de excelsas en la vida pública de España -y todos pensáis en la misma-, que seguramente en el fondo de su conciencia no comparte con sus correligionarios, que le han desbordado, la responsabilidad de haber provocado estas catástrofes en España (Muy bien, muy bien.) (Se refiere a D. Julián Besteiro).
Quiero también decir a su señoría que yo tengo la confianza en la hidalguía y en el honor de los hombres, que culmina también como en los más excelsos civiles en los militares, y el uniforme ya es una garantía de ese honor y de esa lealtad, porque el que no quisiera servir a la Patria hubiera abandonado aquel alto puesto que el general Batet tenía en Cataluña.
Pero, además, no es eso sólo. Quiero aprovechar la ocasión para deciros que yo no perdí jamás la esperanza de que en la obra de mantener la unidad espiritual superior de la Patria nos acompañaran todos, porque cuando paso por Cataluña camino de Francia veo el monumento a los héroes del Bruch, y pienso en aquellos que, con el general Prim, fueron los voluntarios más denodados y más valientes que sirvieron a la causa del prestigio nacional. (Muy bien, muy bien. Un diputado de Renovación da un viva a Cataluña, que es unánimemente contestado.) Y así, yo tengo la seguridad de que la inmensa mayor parte de Cataluña, cuando no esté aherrojada por el sectarismo, se levantará a defender a España, naturalmente pensando en su propia personalidad y en sus libertades. Pero, señores, ¿es que nosotros, representantes de la Ley, defensores de la Constitución, podemos hacer, sin defección de nuestro propio honor, sin faltar a nuestra lealtad, algo que signifique que vamos contra esas libertades, ya reconocidas a Cataluña? En la Constitución y en el propio Estatuto se establecen los modos de modificar aquello que no sea compatible con la conciencia nacional; mas entretanto pensad en el adagio latino, y si es dura la ley, cumplidla, pero como hombres de ley que sabéis respetar los derechos de todos -y por eso estáis aquí- preparaos a modificarla, pero no a atropellarla, porque entonces os iríais a igualar con los que están en el lado opuesto. (Muy bien. Grandes aplausos.)
La condenación del movimiento por parte de la Lliga
El Sr. Ventosa: No había pedido antes la palabra porque creíamos los que formamos esta minoría que bastaba con nuestra adhesión a la proposición presentada para que resultara inequívocamente definida nuestra actitud; pero no quisiera que, después de haber hecho uso de la palabra los representantes de diferentes fracciones parlamentarias, y de una manera especial el Sr. Presidente del Consejo de ministros, pudiera parecer nuestro silencio como obedeciendo a la intención y al propósito de ocultar o de silenciar nuestro pensamiento, que hemos procurado en todo momento suponer de una manera expresa.
Se ha dicho aquí que el movimiento que se había producido en diferentes partes de España que se había manifestado de una manera especial y concreta en Cataluña, obedecía a una confluencia de factores diversos. Yo tengo empeño en subrayarlo: no ha sido el de Cataluña un movimiento del pueblo catalán, que ni aun movido por un instinto obcecado o equivocado se levantara contra España. No me refiero para demostrarlo y para ponerlo de manifiesto a la proclama que dirigió el presidente de la Generalidad en el momento de formular su declaración. No me refiero a eso.
Para mí lo que revela claramente el carácter del movimiento es que, al lado de los elementos catalanes, se destacaba la presencia, y aun diría la presidencia, de muchos elementos políticos españoles, no catalanes, demostrando de manera inequívoca que lo que se buscaba, no era una finalidad de Cataluña, sino una finalidad destructora de toda la vida de España. (Aplausos.)
Y por si hiciera falta, para subrayarlo de una manera más clara, yo tengo empeño en decir que al lado de los que dirigieron desde la Generalidad aquella proclama no estaba la opinión de Cataluña, que estaba ausente la mayoría de los representantes en Cortes de Cataluña que seguimos formando parte del Parlamento español. (Muy bien.) Y diré todavía más: que habíamos manifestado explícitamente nuestra disconformidad en actos públicos; y aún agregaré -porque creo conviene ponerlo de manifiesto- que en la misma noche en que se produjo el choque sangriento en Barcelona, los representantes de nuestro partido en el Ayuntamiento, en un acto admirable de civismo, no fueron con su ausencia a marcar la disconformidad, sino con su presencia y con peligro de su vida, a votar contra la adhesión a la proclama de la Generalidad. (Muy bien. Grandes aplausos.)
Yo espero que estos mismos atributos permitirán llegar a aquella noble finalidad que el Sr. Presidente del Consejo de ministros señalaba: la de conseguir, después del restablecimiento de la paz material, el restablecimiento de la paz espiritual, que es aún más importante que aquélla. Yo tengo la seguridad de que el Sr. Presidente del Consejo de ministros lo conseguirá siguiendo la orientación, perfectamente trazada por él, de exigir en todo momento el cumplimiento estricto de la ley, y en este punto para mí tiene mucha más importancia que el rigor implacable o espectacular, el espíritu de continuidad en el cumplimiento de la ley en todo momento. (Aprobación.)
Para ello, Sr. Presidente del Consejo de ministros, ratificando manifestaciones que particularmente he tenido el honor de hacer a su señoría, yo le digo que puede contar su señoría con el concurso de la minoría regionalista y de la masa importantísima de opinión catalana que nosotros representamos; que creo importa mucho a España el que en estos momentos no sea el restablecimiento de la paz en Cataluña una obra de imposición y de violencia, sino que a ella colaboremos en primer término aquellos que genuinamente, auténticamente, representamos una parte importante de opinión catalana, manteniendo nuestras especiales características y defendiendo el régimen que la Constitución y las leyes fundamentales de la República consagran. Naturalmente, respetándolos nosotros también, y dentro siempre, como lo hemos proclamado aquí y fuera de aquí y como lo hemos practicado con nuestros actos, el respeto a la integridad de España. (Grandes aplausos.)
El Presidente del Consejo: No para contestar al Sr. Ventosa, que ha sido eco de lo que yo siento y de lo que yo pienso, sino para darme la satisfacción de que no se termine esta sesión sin haceros una proposición, que seguramente tendrá el asentimiento de todo el mundo, he pedido ahora la palabra.
Todos sabéis cuál ha sido el comportamiento del Ejército, de la Marina, de la Guardia Civil (que ha multiplicado sus víctimas), de todos los Cuerpos de Seguridad y de Asalto, y de las autoridades. No es este el momento de tomar acuerdo respecto al homenaje que les sea debido; pero sí lo es de que no nos levantemos, de que no se levante la sesión sin que la Cámara entera acuerde un voto de gracias para esos elementos, a los cuales ha confiado el Gobierno el cumplimiento de la ley y la ejecución de las determinaciones de su voluntad. (Grandes aplausos.)
El Presidente: Se va a preguntar a la Cámara si, por aclamación, con íntimo fervor patriótico, aprueba la proposición del Sr. Presidente del Consejo de ministros.
Quedó aprobada la propuesta por aclamación, en medio de grandes aplausos.
El Presidente: Se va a preguntar asimismo a la Cámara si aprueba la proposición incidental suscrita y defendida por el Sr. Gil Robles.
Hecha la pregunta correspondiente, quedó igualmente aprobada esta proposición por aclamación.
El Presidente: Y ahora, al terminar la sesión, la Presidencia, interpretando el sentimiento que vibra en todos nosotros, una vez más levanta su palabra en himno al Parlamento.
Señores, es admirable este espectáculo entre hombres de diferentes regiones españolas, de sentimientos y de ideas contrapuestas, que en un instante se funden en el amor a la Patria y en la defensa de una civilización. El Parlamento es la garantía, es el valladar contra la violencia. Yo desde aquí como Presidente vuestro, salvando mi respeto a todas las ideas, proclamo que mientras el Parlamento funcione, mientras aquí debatamos programas y soluciones, aun las más extremas; mientras nos fundamos todos en el servicio a la libertad y a la República, con Gobiernos como el que se sienta en ese banco, mantenidos por el voto de una mayoría, España proseguirá su gloriosa vida y la República también su marcha fecunda y pacificadora. (Grandes aplausos.)
El Presidente del Consejo: ¡Viva España! ¡Viva la República!
Estos vivas son contestados con unánimes aplausos y aclamaciones.
El Presidente: En virtud de la proposición aprobada anteriormente, se suspenden las sesiones.
Para la próxima se avisará a domicilio.
Se levanta la sesión a las cinco y diez
Cierra España.
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