El crimen fue en El Pardo
¿Dónde, cuándo y cómo fue asesinado Andrés Nin? No pretendo dar aquí una respuesta completa - no creo que nadie, salvo quienes cometieron el crimen, sea capaz de darla-; me atrevo a asegurar, sin embargo, que mi versión es la más verosímil que puede darse. Se funda principalmente en dos testimonios, a la vez coincidentes y complementarios: el que logré arrancarle a Jesús Hemández, cotejado seguidamente con él mismo, y con el de Enrique Castro Delgado, primer comandante español del famoso Quinto Regimiento, y, a mi juicio, el militante más sincero y honesto de los que lograron salir de Rusia y rompieron con el comunismo. Fue Castro, -por ejemplo, quien más de cerca conoció a Carlos J. Contreras (Vittorio Vidali), comisario político y principal organizador extranjero de este Quinto Regimiento, especializado, por otra parte, en los grandes asesinatos de la NKVD (2). No fue, pues, un azar si Alejandro Orlov lo eligió como su colaborador inmediato en el asunto Nin y en otras fechorías menos escandalosas.
¿Dónde se cometió el crimen? Los testimonios reunidos en el capítulo anterior, de personalidades políticas de primera importancia, concuerdan todos en que estuvo en Alcalá de Henares, de donde fue raptado. El misterio comienza con esta interrogante: ¿y después? Una de las razones para arrancarle de allí, ya lo he indicado, fue que lo sabía demasiada gente. Según Hernández, la propia organización comunista de Madrid comunicó al Buró Político que estaba allí. Y al plantearle la cuestión a la delegación soviética, con el fin de hacer frente a la manifiesta hostilidad que se les venía creando, confesó “que acababa de enterarse de que Nin, de paso hacia Madrid sin detenerse en Valencia, había sido trasladado a Alcalá por Orlov hasta la llegada de los otros detenidos, que debían ser trasladados de la prisión de Valencia a la de Madrid. Pues temían que Nin pudiera evadirse de Madrid”. Lo que temían era que pudiese rescatársele, cosa que tenían orden de evitar sin reparar en medios. Añádase a esto que las cuatro declaraciones prestadas por Nin en Alcalá no podían satisfacer, naturalmente, a los terroristas Orlov y Vidali: abundaban en su favor, como hombre y como revolucionario, y no en su contra. Para llevar adelante un proceso por espionaje necesitaban algo más comprometedor, y este algo sólo creían posible arrancárselo por los medios aplicados en la siniestra Lubianka de Moscú. Me parece, además, evidente que sin la esperanza de una confesión en regla, adaptada al plan establecido, no hubieran dejado huella de los cuatro primeros interrogatorios.
El lugar propicio para someterlo a la tortura era El Pardo; Alcalá sólo había servido para preparar la coartada de la evasión, por encontrarse cercana a los frentes. Recuérdese que García Pradas y sus dos compañeros de la CNT -uno de ellos policía- fueron los primeros en revelarnos que Nin había sido trasladado a El Pardo. Y Garmendía, encargado por Irujo de organizar nuestro traslado a Valencia, me dijo a mí que, para recuperar a nuestro compañero del lugar donde lo tenían secuestrado necesitaría unas fuerzas militares que el Gobierno no quería o no podía poner a su disposición, ya que “habría que reñir una batalla contra otras fuerzas militares”. La fortaleza poco menos que inexpugnable de estas últimas sólo podía ser El Pardo: en él estaban emplazados los mandos del Quinto Regimiento -aun cuando éste fue normalmente disuelto al convertir a las Milicias en el Ejército Popular, los comunistas siguieron denominándolo así-, los de las Brigadas Internacionales que operaban en los frentes de Madrid y, a cubierto de estas fuerzas, los servicios de la NKVD, a cuya disciplina de hierro quedaba sometido todo (3). Tengo la firme convicción, por consiguiente, de que el crimen fue cometido en El Pardo.
¿Cuándo se perpetró? No me es posible dar una fecha exacta; creo, empero, que no fue inmediatamente después de su llegada. Si se hubiera tratado de suprimirlo pura y simplemente, eso podían hacerlo, si no en Alcalá mismo, en el trayecto entre Alcalá y El Pardo. No habrían quedado huellas, y a la propaganda comunista hubiérale sido más fácil sostener la leyenda de la evasión. La desintegración física y moral de un hombre, al punto de obligarle a confesar unos delitos que no ha cometido, exige cierto tiempo, por lo menos algunas semanas. La farsa del rapto de Alcalá se produjo, como he apuntado en otra parte, durante la noche del 22 o el 23 de junio. La ofensiva de Brunete a Navalcarnero se desencadenó los días 5 y 6 de julio, con un éxito inicial debido principalmente a los abundantes medios y a la sorpresa; sólo a partir del 12, las tropas franquistas, con importantes refuerzos procedentes de otros frentes y un gran lujo de aviación, recobraron la iniciativa y desencadenaron la contraofensiva que les permitió recuperar todo o casi todo el terreno perdido, y ello a costa de unas 25.000 bajas del Ejército popular, y de no menos de un centenar de aviones. Si el plan de los mandos soviéticos y de la NKVD era, de haber salido bien la operación, el traslado a Madrid del Gobierno de la Victoria, y en su pos el Tribunal de Espionaje y Alta Traición, con el propósito de iniciar el juicio que debía llevarnos ante el pelotón de ejecución, como pedía a gritos la propaganda comunista, es evidente que necesitaban para entonces la confesión suscrita por Nin. (Es más que probable que este plan de conjunto hubiera encontrado resistencias en el seno del Gobierno; sin embargo, en el ambiente de euforia que no podía dejar de crearse, y teniendo en cuenta los medios de que disponían ya los comunistas, su neutralización no hubiera sido difícil. y la mejor prueba es la amenaza esgrimida contra “los cómplices de los espías, dentro y fuera del Gobierno”). ¿Vivía Nin o había sido asesinado cuando se nos trasladó a nosotros de Madrid a Valencia? Tanto Garmendía como García Pradas y sus compañeros creían que aún vivía. Una creencia, naturalmente, no es una seguridad: no podían tener, y no tenían, la menor prueba material. Yo me inclino a creer que lo asesinaron inmediatamente después de nuestro traslado a Valencia, fracasado su plan y, sobre todo, al ver que Nin oponía una resistencia desconcertante -al menos para su mentalidad inquisitiva- ante la monstruosidad que exigían de él.
¿Cómo lo asesinaron? Nada más fácil, para unos terroristas doctrinarios y obedeciendo a una razón de Estado -de un Estado en pleno ensayo de conquista a cubierto de un internacionalismo vaciado de su contenido-, que asesinar a un hombre totalmente en su poder, indefenso. Unos terroristas que saben, por añadidura, que si no cumplen su cometido se condenan ellos mismos a la tortura y a la muerte. Lo espantoso, lo inconcebible y realmente único en el siglo XX, es el previo asesinato moral de un militante que le ha dedicado toda su vida a una causa y luego, de repente, se le exige que se reconozca él mismo, a la faz del mundo, como el más abyecto renegado y traidor a esa causa, y que vaya a la muerte entonando loas a la gloria de su propio verdugo. Tal era la experiencia de los procesos de Moscú, y se quería su trasplante a España como primer ensayo universal. Para quien ha leído un buen número de testimonios sobre las torturas -en Rusia y más tarde en los países satélites-, ha sido el transcriptor de La vida y la muerte en la URSS, de El Campesino, después de su audaz evasión de los presidios y los campos de concentración soviéticos, y ha analizado las reseñas estenográficas de las audiencias públicas de Moscú, le es fácil comprender los métodos aplicados con Nin bajo la dirección de dos especialistas como Orlov y Vidali.
Jesús Hemández y Castro Delgado no presenciaron personalmente la tortura y el asesinato de Nin; pero el uno y el otro -principalmente el primero- recibieron las debidas confidencias. Antes de hacer uso de estas confidencias, permítaseme una somera explicación. Orlov y Vidali contaban en su banda con un cierto número de militantes españoles, la mayoría jóvenes y destinados al aprendizaje terrorista. Fanáticos al comienzo de Stalin y de la Unión Soviética, “el único jefe y la única potencia que habían corrido en ayuda del pueblo español”, al paso de los meses, y al socaire de la experiencia, empezaron a sentir ciertas dudas y a hacerse las consiguientes preguntas. ¿Por qué habían expedido a España a unos consejeros políticos, unos técnicos militares y unos agentes policíacos que, sin el menor conocimiento de las características de los españoles, pretendían imponerse a ellos cual si fueran seres inferiores? ¿Por qué aseguraba la propaganda que Rusia poseía el mejor armamento moderno –un armamento que veían desfilar en las películas ante el mausoleo de Lenin- y, sin embargo, el expedido a España era tan deficiente y tan escaso? ¿Y por qué un Largo Caballero, exaltado al comienzo como el Lenin español , era atacado y liquidado unos meses más tarde como un traidor? Más o menos sensible y conscientemente, fueron imponiéndose en muchos de ellos los reflejos nacionales como un eco de la reacción que observaban en la población española y, en primer lugar, en el seno de las otras fuerzas políticas y sindicales. ¿No era natural que les expusieran éstas y otras dudas a sus líderes españoles, a los que conocían y bajo cuya dirección habían luchado durante años? (4). El principal confidente de Hernández había practicado el terrorismo con él en Bilbao, sobre todo en el curso de las huelgas; pero una cosa muy diferente era el uso de la tortura, y la aplicada a Nin, en la que lo obligaron a participar, le produjo una viva impresión. Incluso despertó en él su resistencia -me aseguró Hernández-, una irresistible admiración. Lo cierto es que sintió necesidad de confiarle, no sólo lo referente a Nin, sino a la preparación de un pérfido atentado que estuvo a punto de costarle la vida a Indalecio Prieto (5).
La tortura de Andrés Nin se prolongó durante días y noches, sin tregua ni descanso, hasta el agotamiento físico y la pérdida, por momentos, de los reflejos mentales. La fase preparatoria consistió en meterle en una celda de paredes desnudas, sin mueble alguno ni el menor ruido exterior. Tenía que permanecer de pie o sentarse y tumbarse en el suelo. y ni tan sólo luz había. Evidentemente, no tenía ni siquiera conciencia del lugar al que lo habían traído. El silencio, la oscuridad, la falta de un mueble o un objeto al que asirse, la ignorancia completa del lugar en que estaba, el cansancio físico y moral que lo iba ganando, y la convicción de que nadie podría hacer nada por sacarle de allí constituían ya una horrible tortura. ¿Y otra, sin duda, el recuerdo de los grandes torturados soviéticos, a los que había tratado íntimamente, denunciándose unos a otros y autoacusándose como poseídos o embrujados? (Acude a mi memoria su profunda desolación -su inmenso sufrimiento-- cuando nos llegó la noticia del primer proceso de Moscú y luego la de sus dieciséis fusilados). Y hombre de corazón fraternal, ¿no le acuciaba asimismo la idea de que nuestra situación -la de sus compañeros de combate- era semejante a la suya? Abrigo la firme convicción de que no dudó un solo momento de nosotros, como no dudamos nosotros un solo momento de él. Añádase a esto que lo habían despojado de todo lo que pudiera servir a atentar contra su vida, y que el agua y los alimentos que le servían eran los indispensables para sostenerse. Sus verdugos no ignoraban, por otra parte, que era un hombre disminuido por la enfermedad. ¡Y es que había sido la suya una vida tan abnegada y agotadora! ¿Quizá contaron con eso para destruir sus resortes morales y obligarle a firmar una declaración de culpabilidad a tenor con sus planes?
Después de esta fase preparatoria, que duró no menos de cinco días, conducido a la celda de los interrogatorios lo obligaron a permanecer de pie durante horas y horas -hasta treinta seguidas-, repitiendo machaconamente las mismas preguntas, las acusaciones, las injurias y las amenazas por parte de tres interrogadores que se iban relevando, ganados ellos mismos por el cansancio y obedeciendo a la vez a un cálculo psicológico. Los interrogadores eran, efectivamente, tres: a Orlov y a Vidali habíase añadido Bielov, que seguía al primero en categoría entre los agentes de la NKVD enviados a España. Orlov y Bielov empleaban con Nin el ruso, su lengua vernácula; Vidali, un castellano mexicanizado, con interjecciones e insultos en italiano. Y Nin, tras de dar durante horas y horas las mismas respuestas -las machaconas respuestas dictadas por la verdad-, guardaba largos silencios. Porque el diálogo era inútil, imposible: no lo hay entre unas monstruosas mentiras y la simple verdad. Estos silencios, que además le permitían recuperar un tanto su equilibrio interior y fortalecer los resortes de su voluntad, provocaban por eso mismo el furor de los interrogadores. Recurrieron entonces al peor de los suplicios, al más usual y desintegrador de los empleados por la NKVD: al suplicio del sueño. Cuando el torturado caía en un sopor letárgico, al punto de titubear, e incluso de desplomarse en el suelo, le acordaban un cuarto de hora -dos a lo sumo- de sueño. ¿Quería dormir una hora entera? ¿Dos incluso? Debía pagar el precio, reconocer, declarar, confesar ... Pero Nin no cedía, no capitulaba; en un estado entre la vida y la muerte, su conciencia y su voluntad seguían luchando, resistiendo. No y no: lo que había sido posible en la Lubianka -y en todas las Lubiankas pasadas, presentes y futuras- no lo sería, por un milagro de espíritu independiente, en El Pardo. Los que perdían la cabeza, medio enloquecidos por la sorpresa y el furor, eran sus inquisidores. Recurrieron entonces a unos extremos de violencia, de crueldad, de sadismo, cuya evocación resulta difícilmente tolerable para quien como yo fui su compañero.
Andrés Nin, reducido corporalmente a una masa informe, venció al amo del Kremlin y a sus terroristas aterrorizados. ¿Qué hacían con él? No podían dejarle con vida sin que se descubriera, ante la conciencia universal, la monstruosa trama de nuestro proceso y, por ende, de los procesos de Moscú. De arrancarle los últimos soplos de vida y cortar para siempre el heroico hilo de su conciencia se encargó el asesino profesional Carlos J. Contreras (6), y de comunicar directamente el asesinato a Moscú, su compañero y jefe Palmiro Togliatti (7) .
Cierra España.
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