martes, 6 de octubre de 2009

Movimiento español JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-sindicalista) 19ª parte.



LA MENTIRA COMO ARMA POLITICA


SI quisiéramos dar una definición del verdadero demócrata, adaptada a lo que la experiencia va acrisolando a medida que la democracia agoniza en el mundo, diríamos: "Demócrata es el que teme al pueblo".

La democracia, virtud más corrompida cuando más voceada, es, como principio ilusorio, "el amor" al pueblo para servirle con espíritu de igualdad.

Como realidad, en las repúblicas donde se concentran los posos ya putrefactos de la falsa democracia decimonónica, ésta no es más que un miedo interesado al pueblo: se le engaña científicamente con apariencia de amor, para vivir de él en la política.

Por lo mismo que el demócrata vive del pueblo sin amarle, su afán constante, su necesidad, es mantenerle perfectamente alejado del conocimiento directo de los asuntos públicos, sustraído a la verdad de la vida, que por sí misma enseña, aún a los más lerdos. Antes, el problema del miedo al pueblo se resolvía por la fuerza y el llamado oscurantismo o ignorancia de las masas. Ahora, cuando la misma gárrula doctrina democrática se ha obligado a desplazar los regímenes declarados de fuerza, a ésta la sustituye el fraude, la mentira.

El desenvolvimiento de los medios de difusión, la prensa, creada para asentar en el pueblo la dominación demo-liberal, agudiza a un tiempo la necesidad y la posibilidad de la mentira como instrumento político. Es el nuevo oscurantismo, el del fraude, que ha sucedido al de la fuerza. No son raros los casos en que mentira y absolutismo, fraude y fuerza, se combinan inmoralmente para vivir del pueblo.

* * *

No es fácil descubrir, por su enormidad, los daños que a una nación causa este inicuo recurso de la democracia, esgrimido con ritmo diario, sempiterno, por periodistas y políticos. Como se hace depender el régimen del Estado, la suerte toda de la Nación, de la " opinión pública", y ésta se crea y se conduce con la hipocresía como bandera, la falacia como verbo y la mentira como dato, resulta

que el pueblo, o la parte de él que haga su oficio en el tinglado de la farsa demo-liberal, empujará infaliblemente la cosa pública por el camino inverso al que al pueblo conviene.

Este es el secreto de la clásica ineptitud de los españoles para gobernarse bien; la razón específica de que en sus cambios políticos casi nunca acierten. Como la picardía, que es el arte de engañar con éxito, ha alcanzado entre nosotros en todo tiempo una perfección inigualada, la nación ha vivido

siempre fustigada y enferma por sus efectos. Cuando, con la erección de la democracia liberal a la categoría de única forma posible de gobierno, la picardía, la mentira como arma política, ha alcanzado sus prerrogativas mayúsculas, puede calcular la magnitud de las consecuencias todo el que sepa discurrir.

Por eso es visible que una parte considerable del país con entusiasmo, y su totalidad con una gama de tristes complicidades, ha metido a la nación en una situación tan extraña al pensamiento nacional, y tan extraviada de las rutas de lo conveniente, que todos sentimos, en escaso plazo, la desazón del desengaño.

Decimos todos, como Ortega y Gasset, poco sospechoso de parcial: "NO ES ESO; NO ES ESO."

Tal es el himno nacional de la democracia liberal: la voz del pueblo eternamente engañado, extraviado conscientemente por los vividores demócratas de las rutas de su conveniencia.

Las responsabilid3des de los autores del fraude popular, de los que, cada día se cuidan de engañar al pueblo porque le temen y viven de él, sólo una revolución de verdad, ejecutada bajo la enseña de la fidelidad nacional en favor del pueblo y en contra de la democracia corrompida, podía sancionarlas con rápido y durísimo proceder.

Caerían no sólo los señalados a diario como máximos responsables, que a menudo son víctimas en medio de su aparente triunfo -los jefes ineptos-, sino también, y principalmente, los impenitentes embaucadores anónimos, los reptiles del periodismo, calentados a todos los sones del vaivén político, adaptados con dúctil inconsecuencia a las múltiples contradicciones a que el azar opinionista, por ellos provocado, les obliga. Son los sujetos de las grandes pequeñas responsabilidades.

* * *
Concretamente, en el suceso de Burgos, aunque insignificante, muy acomodado para comprobar las reflexiones de este artículo, porque se ha hecho jugar en él la actitud del "pueblo", podemos ver con toda claridad el mecanismo de la mentira como arma política.

He aquí algunas de las que la prensa masónica -doctora de la falsa democracias-, o simplemente la prensa liberal, ha usado hábilmente para embaucar en la información del incidente:

Que las voces de quienes vendían LIBERTAD fuesen molestas para los partidarios del régimen.

Que "el público", o sea una callejera, indistinta representación de la ciudad burgalesa, se sintió provocado: La verdad es que una turba de fanatizados, preparados de antemano, promovieron el alboroto.

Que dicho público -la ciudad- arrebató los ejemplares y los quemó con cantos libertarios. No hubo tal secuestro de periódicos ni actuaba el público.

Que "un oficial de artillería" se pusiera al frente de los llamados "provocadores" contra los provocados, y empuñando una pistola. Falso en todas sus partes.

Que el periódico sea monárquico y... que los jesuitas tengan la participación que las turbas conducidas, con tan ridículo afán les atribuyen siempre.

La mentira ha lanzado, pues, su democrática proyección sobre el asunto, y "el pueblo" liberal se ha quedado tan indignado y tan civil como de costumbre.

(Libertad, núm. 20, 26 de octubre de 1931)

La nueva ley de Defensa de la República es temerosa por su imprecisión. Apenas se concreta en ella otra cosa que la prohibición de alabar el régimen monárquico.

Otras aclaraciones son precisas, si la libertad legítima. no ha de quedar en manos de la arbitrariedad; los ciudadanos debemos saber cuál es lícito y cuál es vedado en el orden de las opiniones políticas. Por ejemplo:

Cierra España.

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