martes, 6 de octubre de 2009

Movimiento español JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-sindicalista) 18ª parte.



EL MONOPOLIO DE LA VIOLENCIA


HAY una violencia física, ejecutada en la calle, dirigida contra las personas, los edificios o los símbolos que se odian. Entre nosotros la violencia física sólo la ponen en práctica los tumultuarios secuaces de la lucha de clases y los enemigos fanáticos de la Religión católica, emborrachados con centenares de fábulas incultas. Hay también la violencia de la palabra y la de la pluma. El primer lugar en una y otra lo ocupan los ogros alquilados para ello por Moscú. La violencia del lenguaje, como la de la acción, cuando se esgrime en la política, va enderezada no tanto a la defensa propia ni al castigo vindicatorio contra el adversario, como a la agitación: al propósito de producir en el ánimo público un movimiento de ventaja, ya por la excitación favorable de las opiniones, por el escándalo o por la intimidación. Y como quiera que las masas llamadas populares por antonomasia, las menos cultas, son más propicias a operar con arreglo a los estímulos de la palabra violenta, los partidos llamados populares, que quiere decir -aunque no debiera ser así- demagógicos, son los que cultivan la violencia del discurso, del apóstrofe, con mayor éxito. Las fuerzas secretas conocen los resortes para influir tácticamente en la llamada opinión pública, y que, además, utilizan esos resortes prescindiendo de todo escrúpulo moral, yendo por caminos tortuosos o descubiertos, según les convenga, a conseguir el lucro revolucionario, son las maestras en el arte de la violencia demagógica. Por eso los periódicos masónicos, los judíos y los marxistas se caracterizan por su destreza y entusiasmo en el ejercicio de la violencia. A fuerza de grandes titulares, rumores abultados, gritos catastróficos y alardes, ya de glorificación, ya de bravura, deshacen planes de gobierno, sepultan en la ruina o el desdén prestigios o personas, derriban instituciones, congregan masas fanatizadas y ganan elecciones viciadas por la verdadera coacción de la palabra calumniosa, amenazadora, apocalíptica o simplemente estridente: por la violencia. Conocen bien el poder de este ariete de la opinión, y quisieran monopolizar su uso. Saben que ellas mismas sólo con idénticas armas pueden ser vencidas. Su lema es tratar despiadadamente y, si se puede, calumniosamente al adversario, sacando escandaloso partido de sus culpas o errores o inventándolos si no los hallan. Y como pueden ellas, esas fuerzas ocultas y los partidos que son su hechura, morir de la misma muerte, prohiben con avidez y sin escrúpulos el uso de parecidas armas, cohibiendo la violencia contraria, aun la circunscrita a normas lícitas. Esa es la dictadura de las izquierdas.

(Anónimo. Libertad, núm. 20, 26 de octubre de 1931.)

"El primer deber de todo Gobierno es durar", dice el dictador Mussolini.

Por eso nos parece bien la ley de Defensa de la República para que el Gobierno dure.

Cierra España.

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