EL PACTO DE SAN SEBASTIÁN
SI no fuera porque la víctima es España, podríamos alegrarnos, con estricta justicia, del atolladero en que los parlamentarios se encuentran atascados con el pleito catalán.
Han caído en sus propias redes, se ahogan en los conflictos que ellos han creado; tengamos piedad para España, pero odiemos al régimen que provoca tamaños problemas, y preparemos a la juventud para arrojar violentamente de sus puestos y perseguir hasta el ostracismo , perpetuo a estos hombres de la farsa democrática.
La demagogia ha sacado el problema de Cataluña de sus justos términos. Necesitaba envenenar este asunto para que las multitudes, enardecidas por el mito libertario, aupasen a los vividores de la industria sufragista, y he ahí transformado en odiosa espina de nacionalismo un razonable problema autonomista.
El pacto clandestino de San Sebastián no es, como falsamente se predica, la alanza de dos zonas populares de opinión, la transacción de un antiguo pleito.
Fue, simplemente, el trazado de un plan de agitación, con el designio de repartirse los frutos demagógicos, Los demagogos saben que las multitudes, propensas siempre a otorgar su aplauso a las desmesuradas promesas, encumbran a los que más sombríamente pintan el presente, situando la clave de la felicidad en un imaginado horizonte de libertad, que supone, por de pronto, la elevación política de los charlatanes.
De este modo cada fracción política confió en San Sebastián en todas las que estaban dispuestas a servir sin escrúpulos un monstruoso plan de agitación, y se dio alegre acogida a los separatistas catalanes.
Estos han fomentado con la propaganda en su región la suicida opinión antiespañola que ve la felicidad de Cataluña en una infantil ilusión de independencia.
El problema, pues, en su espinosa situación actual, no es anterior, sino posterior al pacto de San Sebastián. Consiste en la pugna que los políticos no pueden menos de sentir entre su compromiso, su necesidad de satisfacer a la opinión libertaria que ha producido más de 30 diputados en Cataluña y su miedo a despedazar España.
Uno u otro hecho producirá el desprestigio fulminante de los partidos dominantes. Este es el atolladero, típicamente parlamentario, en que se encuentran encerrados por su gusto de ayer y su dolor de hoy nuestros constituyentes.
España espera vigilante: cuando el fracaso se haya consumado, intervendrá con mano viril, puesto el pensamiento en la Historia y el porvenir patrios para anular la mentirosa y pasajera ilusión libertaria de Cataluña y purificar la nación para siempre de demagogos y marxistas antinacionales.
(Anónimo. Libertad, núm. 16, 28 de septiembre de 1931.)
Con la misma elocuencia parlamentaria que hoy emplea A. Zamora para defender el nacionalismo catalán, combatió hace años un proyecto de autonomía.
¿ Es que es decente mudar de opinión como los abogados, que defienden y cobran? ¿Se puede jugar así con España
Cierra España.
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