UNA CARTA PERDIDA
EN estas columnas hemos venido sosteniendo la falsedad de los episodios revolucionarios -para la Historia no serán otra cosa- del 12 de abril y, sobre todo, del 28 de junio.
Hemos explicado, proclamado y repetido hasta la machaconería que todo ello no ha sido sino una falaz revolución de periodistas, tramada por éstos, apoyada por el añejo resentimiento de todas las minorías políticas de izquierda, que van a una revancha anticlerical, y servida por espectaculares convulsiones de la Monarquía, hábilmente explotadas con la calumnia científica. El pueblo se encontró de repente sin camino; tenía que pronunciarse forzosamente, y dio su voto de buena fe, pero sin ilusión honda, ajeno a toda esperanza firme, a los que más alto chillaban, no porque poseyeran méritos ni soluciones proporcionadas al aliento que una verdadera Revolución requiere, sino por la vulgar y casi meramente física ventaja de no haber estado en el poder hasta entonces.
Gastados de verdad todos los discos de la Monarquía parlamentaria y de la dictatorial, el país hubo de ensayar, "para ver que tal", el inédito de la República, también parlamentaria, que con tan descomunales voces se ofrecía a arreglarlo todo: la furiosa campaña de Prensa, tanto más fuerte cuanto más inmoral hizo el milagro en pocos meses de atraer el voto, aunque no la fe, en pro de los caudillos demagógicos.
Aunque esto haya tenido grandes apariencias de revolución, no ha sido sino el ensayo, al azar, de un registro intacto, una papeleta más en la rifa de las soluciones políticas. Esa es la más profunda intermediación, la dada por el País, al "salga lo que saliere" que se pronunció -y no lo censuramos- como símbolo de pureza electoral. Pues bien: han pasado varios meses a partir de los días en que la Nación tomó su billete en la ruleta parlamentario-socialista, y ya se pregunta, apremiante, qué se ha hecho de tantas promesas, cómo llevan el Estado los primeros hombres de la segunda República.
Nosotros, que, como no tenemos compromiso con nadie, podemos decir sin remilgos la verdad a cualquiera hora, proclamamos, si no con excesiva prudencia, con la mayor claridad, que esto está fracasado. Y no lo afirmamos por el parcial afán de hacer campaña: nos hacemos honradamente eco del clamor general. Repetimos, sin novedad, aunque sea más rotundamente, la conclusión que ya no recata la Prensa extranjera y los pocos talentos independientes que sirven a la República de cerca -Unamuno, Ortega y Gasset-. Léase el " Aldabonazo" de éste.
Después de habérsenos ido en la jugada algunos miles de millones, por la depresión, la desbandada y el desorden en lo social y económico, el pueblo ve cada vez más claramente que los problemas se agrandan y se achica la capacidad de los órganos y los hombres de esta primera situación de la segunda República.
Ahora nos disponemos a jugar otra carta al azar Parlamentario, la solución Lerroux. Dejemos -puesto que otra cosa por hoy no se ofrece mejor- correr a la Nación tras de esta nueva ilusión, fría, porque lleva dentro el obstáculo del Parlamento, que al pueblo español nunca ha convencido, ni mucho menos satisfecho. Y entre tanto, alejados de toda restauración monárquica, que carecería tanto de eficacia como de originalidad, prepárese la juventud a dar a España un régimen fuerte, sacado de la entraña del país y no de la mentirosa bulla periodística, reñido para siempre con la farsa parlamentaria y con la funesta convulsión de los odios de clase.
(Anónimo. Libertad, núm. 14, 14 de septiembre de 1931.)
El régimen social y político que no sea capaz de hacer frente al paro forzoso debe desaparecer.
Pedimos una política de sinceridad y de disciplina. queremos que manden los mejores en la acción y los más imperiales en la idea.
Cierra España.
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