sábado, 28 de noviembre de 2009

SUCESOS EN 1933.2ª parte.Continuacion.



No hubo más remedio que acabarlo. ¿De qué manera? De la única manera posible. Horas enteras estuvo parlamentando la fuerza pública con los sitiados de Casas Viejas -¡horas enteras!-, y llegó un momento en que no hubo más remedio que reducirlos por la fuerza. ¿Es que es posible, Sres. Diputados, tomando un barrio o las casas de un pueblo a tiro limpio, es que es posible discernir si se van a hacer pocas o muchas víctimas? ¿Es que es posible que la fuerza pública haya dado mayores demostraciones de disciplina de las que ha dado en esta ocasión, no sólo allí, sino en otras partes, dejándose sacrificar sin repeler agresiones, muriendo en Barcelona, en Sallent, en Valencia, en el propio Casas Viejas, agotando hasta última hora la resistencia en el cumplimiento de su deber? ¿Se puede pedir más? Y llegó el momento en que no hubo más remedio, para impedir males mayores, que reducir por la fuerza el levantamiento de aquel pueblo. Y las fuerzas entraron vivamente, violentamente, en Casas Viejas y acabaron con la rebelión. Nosotros deploramos que haya habido víctimas en Casas Viejas; lo deploramos y lo deploraremos siempre, como que haya habido víctimas entre los servidores del Estado. Pero, ¿es que no está en el deber de un gobernante, cuando llega un caso de éstos, en que la opinión pública está pendiente de su acción, reclamándole unos y otros la rápida extinción de un incendio social; no está en la obligación del gobernante sobreponerse a sus íntimos sentimientos de piedad, de humanidad y de compasión por el prójimo y cumplir estricta y severamente con lo que es su deber?


Este es todo el secreto de lo de Casas Viejas. Cuando aquí se viene a decir que se han cometido estos o los otros errores, algunas veces me hace pensar a mí que la anarquía, la indisciplina, la falta de solidaridad con los intereses del Estado y de la sociedad española no están sólo, ni muchísimo menos, en los infelices que se han dejado arrastrar a los movimientos convulsivos de los días pasados (Muy bien), sino en las gentes que, teniendo obligación de enjuiciar estos sucesos desde la altura de un gobernante y de un legislador, lejos de enjuiciarlas desde esta altura, se ponen en un estado de indisciplina mental y de anarquía social no menos censurable que el de los propios rebeldes de Casas Viejas. (Muy bien. Aplausos.) El mal más grave del español es cabalmente esta anarquía de la mente; este no saber en cada momento cuál es la obligación que hay que cumplir. Y este retroceso, delante de la obligación terminante, que se le pone a un hombre de Gobierno, a un legislador; este retroceso delante del deber, franco y claro, aunque sea duro y penoso, ¿por qué motivo se le pone? O por un motivo puramente sentimental o por un motivo de popularidad o por un motivo puramente político, por combatir a un Gobierno o a una situación política. Nosotros tenemos afirmado, Sres. Diputados, que al encauzarse, al constituirse la República y al darse al régimen sus instituciones definitivas (obra en la cual el Gobierno y la mayoría tienen la participación que todos conocen, de la que estamos orgullosos y de la cual haremos un título para nuestra honra y nuestra gloria colectiva), al darse esa Constitución, esas leyes y ese régimen, la República es la garantía de la sociedad y del orden en España, y la sociedad española o se salva con la República o perece con ella, y la República, para que sea vividera y fecunda, ha establecido en su Constitución y en su política aquellos cauces que permiten una transformación de la sociedad española dentro de un régimen legal y dentro de una contienda parlamentaria. Se pretende desconocer este contenido social de la Constitución y de la política española y esta tendencia de la revolución española, que así hay que llamarla, desde dos sitios diferentes: desde estos hombres que agitan y promueven los levantamientos anarquistas, interesados en que la República no arraigue, no prospere, no haga la demostración clara de que dentro de su norma, de su Constitución y de su política puede el proletariado español, sino rehacer una sociedad sobre nuevos cimientos, sí conseguir un avance inmenso con respecto a su situación anterior que no le ponga en situación de inferioridad con respecto a los países civilizados de Europa y del mundo, y del otro lado están los que aun quisieran volver la sociedad española a los términos de hace dos años.

No tengo ningún motivo serio para afirmar, y por eso no lo afirmo -dejo las sospechas y las intenciones aparte-, que en este movimiento subversivo del mes pasado haya una conexión directa y personal entre un campo y el otro; si lo supiera lo diría; pero hay un hecho evidente, Sres. Diputados: el suceso de Casas Viejas, incidente penoso y dolorosísimo dentro de un gran plan revolucionario, ha sido contemplado con júbilo por todos los que tenían interés en el hundimiento de la República (Muy bien). Nadie ignora que este movimiento de extremismo anarquista se venía elaborando desde hace meses y que sus inspiradores, sus directores y empresarios, contaban con lanzarlo a la realidad, al amparo de la esperada huelga ferroviaria. Esta era una información que el Gobierno tenía y que puede tener cualquier español que ande por la calle. No se produjo la huelga ferroviaria, por fortuna para todos, pero los elementos acumulados para esa ocasión contaban con la expectación complacida de aquellos que, a favor de una subversión profunda y grave del orden en España, habrían podido levantar una bandera que se hubiera titulado la bandera de la paz, del orden social y del reinado de la disciplina, preludio de otro reinado (Muy bien). Nadie puede desconocer, y es un hecho cierto, comprobado a todas horas, que los propóstios de los dos bandos que contienden con la República -no con el Gobierno- eran producir una subversión social que, naturalmente, no podía conducir más que al desorden, al caos y a la indisciplina; y al amparo de este desorden, de este caos y de esta indisciplina, introducir otra vez en la vida política española un régimen que se presentara como el fiador de la paz y del orden social; este era el plan: No afirmo ninguna conexión directa ni personal, mis escrúpulos no me lo permiten, pero que el aprovechamiento del desorden y de la confusión hubiera venido inevitablemente en favor del otro bando es una cosa innegable. No habiéndose producido la huelga ferroviaria, parecía abandonado el propósito de la subversión social; pero el Gobierno tuvo las suficientes informaciones para saber que este propósito persistía. Se ha hablado aquí mucho de imprevisión o de falta de previsión; yo no sé bien lo que esto quiere decir, ni qué medida se da aquí a la previsión o a la imprevisión. Un movimiento de esta especia, que está esparcido por un ámbito considerable del país, que tiene afiliados en muchos pueblos de España, no es ni en su génesis, ni en sus medios, ni en los medios de reprimirlo, comparable a un complot de carácter político, a la clásica conspiración contra un Gobierno, contra un régimen. No se parece en nada, ni en su manera de producirse, ni en su manera de ser llevado, ni puede ser combatido por los mismos procedimientos. Pero el Gobierno estaba advertido de algo de lo que se tramaba en este particular, y donde ha sido posible se ha impedido la explosión del movimiento.

Si dice: «El Gobierno ha tenido imprevisiones». ¡Ah!, pero ¿es que vosotros conocíais el programa? Era mucho más vasto de lo que han realizado. Si hubieran realizado todo su programa es cuando podíais hablar de imprevisión; pero el programa era vastísimo, y lo que ha salido a luz es un leve entremés, comparado con lo que tenían en proyecto; y lo que el Gobierno ha hecho abortar y ha destruído en su raíz, eso no se ve; pero el Gobierno sabe -y quien quiera puede enterarse- hasta qué punto hemos conseguido que donde parecía más inminente y donde quizá hubera sido más grave la explosión del movimiento revolucionario, se ha contenido debidamente. Y ¿es que es posible creer que si el Gobierno no hubiera estado sobre aviso y con las medidas tomadas, la explosión del movimiento revolucionario en Barcelona, campo abonado para toda esta clase de movimientos, se hubiera sofocado tan rápidamente como se sofocó? Se da la paradoja, Sres. Diputados, de, como yo decía ayer, cuando los servicios de Vigilancia del Gobierno, del Estado, descubren una trama revolucionaria que aborta y fracasa, se dice: «la ha inventado la Policía»; y si un complot de este género, un movimiento de este género, parcial o totalmente llega a estallar, se dice: «la Policía no sirve para nada». Si el Gobierno toma precauciones para evitar un suceso de orden público, se dice: «el Gobierno alarma a la opinión con precauciones innecesarias»; y si no se toman estas precauciones, dicen: «el Gobienro no cuida del orden público; es un imprevisor y no sabe lo que se hace».

Esta es la realidad de los Gobiernos; no me quejo; pero esta es la realidad. Pues el 7 de enero, cuando parecía, por todas las informaciones, que el movimiento revolucionario se había abandonado o se había aplazado, el 7 de enero, por la noche -era sábado-, se reunía un Comité revolucionario en Barcelona y adoptó inesperadamente y bruscamente el acuerdo de desencadenar el movimiento al día siguiente, por la tarde. A las nueve de la mañana del domingo tenía yo en el Ministerio de la Guerra, transmitidos por el Ministerio de la Gobernación, todos los datos necesarios en la parte que me afectaba como Ministro de la Guerra: los asaltos a los cuarteles, los lugares donde los asaltos se iban a dar, etc., y a las once de la mañana -en el telégrafo estarán los originales para los que quieran verlos y consultarlos- había yo puesto los telegramas correspondientes a todos los generales de las localidades donde el complot se presentaba amenazador, entre ellas Lérida, y antes del mediodía ya había hablado por teléfono con todas las autoridades militares con quienes me interesaba hablar: Bilbao, Valladolidad, Lérida, Zaragoza, Sevilla, etc. Y gracias a esto no se produjo la explosión que era de temer, y donde se produjo un movimiento violento y atacó a una institución militar, como fue en Lérida, encontraron a las autoridades en disposición de reprimirlo en el acto. En Madrid se hizo abortar totalmente el movimiento, porque yo no llamo movimiento a los escarceos de unos desocupados que merodeaban por el Campamento de Carabanchel, y que dieron lugar a un ligero tiroteo con una pareja de la Guardia civil, y a unos maleantes que fueron detenidos en las proximidades de un cuartel, que fue a todo lo que se redujo en Madrid el movimiento, donde podía haber tenido alguna importancia y algún ruido.

En todos los demás lugares el movimiento se ahogó, y, claro, como no ha salido a luz, la gente cree, o aparenta creer, que el Gobierno no ha hecho nada en ninguna parte; cree que sólo había preparado lo que se ha visto, y dice: «Este Gobierno está en las nubes; no sabe por dónde se anda; no está enterado de nada». Si el Gobierno hubiera estado ausente de su deber y no hubiera estado vigilante, ¡ya hubierais visto lo que era una cosa divertida! Esta ha sido la disposición del Gobierno: atento a seguir el movimiento paso a paso. Cuando se habla de previsión, quisiera yo saber en qué consisten las medidas de previsión. He dicho que un movimiento anarquista, que corre, cuando se entrega a la violencia, como la chispa por un campo de pólvora, porque corre por un terreno abonado por las propagandas y por la disposición moral e intelectual de un cierto número de proletarios, no se puede tratar como un complot, porque no tiene la misma organización ni los mismos medios. Y hay, además, otra diferencia, Sres. Diputados, entre los dos movimientos contra los cuales la República tiene que combatir y a los que tiene que abatir: un movimiento revolucionario de carácter anarquista o antisocial es más grave, es más doloroso, supone una enfermedad mayor y más profunda que un complot de carácter político; pero es menos peligroso para el régimen, de momento. El régimen republicano no puede perecer, no corre peligro por el estallido de un movimiento de carácter anarquista; corre el peligro que le produciría la propaganda hecha contra él en vista de que la República no sabía dominar estos movimientos; pero un movimiento libertario, como dicen ellos, o comunista libertario, que levanta un pueblo y el de más allá, y hunde un puente, y quema una conducción eléctrica, eso jamás pondrá en peligro el régimen republicano; pero es grave por el estado social que denota. En cambio, un complot de carácter netamente político, digamos monárquico o dictatorial, es menos grave, es menos extenso, abarca menor número de personas, pero es más peligroso, de momento, porque un complot de este género, si triunfase, derribaría al régimen, mientras que el otro no lo puede derribar, y la manera de tratar una enfermedad y otra tiene que ser enteramente distinta. Nosotros, cuando hemos traído a las Cortes estos problemas y hemos pedido autorización para reprimir movimientos de orden público, hemos tenido siempre puesta la mira en lo más urgente y en lo más peligroso para el régimen republicano, porque estos problemas tenemos que verlos desde el punto de vista del régimen y no desde el punto de vista del Gobierno; y hemos pedido la ley de Defensa de la República, ¿para qué? ¿Para sofocar movimientos de rebeldía anarquista? No; para eso no sirve; la hemos pedido y la hemos obtenido y aplicado para los complots de carácter político que de una manera urgente, inmediata, en cosa de horas, podían poner en riesgo la República y para eso sí la hemos usado; pero para prevenir movimientos anarquistas, para impedir sublevaciones libertarias, la ley de Defensa de la República ni sirve, ni la hemos usado, ni nos hace falta para nada. Y cuando se habla de movimientos de este género y se pide previsión al Gobierno, ¿qué es lo que se le pide al Gobierno concretamente? En este género de movimentos, que no son los complots políticos, no suele haber estos comités que se dejan sorprender en una u otra cosa, no esos manejos que todos hemos conocido cuando se produjo lo del 10 de agosto; estos movimientos requieren una político de largo horizonte, mucha humanidad, mucha conciencia por parte del Parlamento y del Gobierno, una política activa en el orden social que procure dar a las gentes que ahora están captadas por estas propagandas la esperanza o la seguridad de que en el régimen republicano pueden obtener una mejora de su condición social que hasta ahora no han logrado, y cuando llega el caso de un movimiento violento, requiere rapidez, energía, moderada en todo lo posible por la humanidad y la civilidad que deben ser propias de la República española.

Esta es nuestra política respecto a esta clase de movimientos y esto es lo que se ha hecho en Casas Viejas, y esto es lo que se ha hecho en todo el movimiento en general revolucionario de los días pasados. ¡Qué haya habido más o menos víctimas en Casas Viejas!, eso no se puede evitr; por otra parte, no se debe confundir la importancia -¿cómo diremos?- informativa o impresionante, el valor informativo o impresionante de un suceso, con su valor político, porque estos valores no se corresponden casi nunca, y por impresionante que haya sido lo de Casas Viejas, no es más grave ni denota un estado mayor de perturbación social que otros movimientos análogos que no han producido víctimas de ninguna clase dentro de este mismo movimiento revolucionario.

Planteado el problema local y concreto de Casas Viejas, el asunto no tiene solución sino la dramática de imponer por la fuerza pública el orden y de restablecer la paz. No tiene otra solución. Si alguien cree que ahí se ha excedido un agente de la autoridad cumpliendo órdenes del Gobierno en el cometido que se le había confiado, que lo demuestre; porque es muy cómodo, Sres. Diputados, venir al Parlamento y decir: «A mí me han dado esta noticia. ¿Qué dice el Gobierno?» No se trata de noticas; yo creo que no se debe tratar de noticias, sino de demostraciones, y hasta ahora no se ha dado ninguna.

Hay un ejemplo, que yo me permito citar sin ánimo de molestar a nadie, Sr. Guerra del Río; hay un ejemplo en la Prensa de ayer, que reproduce unas declaraciones de S.S., en que asegura que le ha dicho el alcalde de Medina Sidonia que habían fusilado a ocho hombres contra una pared; y el mismo periódico, al pie de las declaraciones del Sr. Guerra del Río, dice: «No, lo que nos ha dicho el alcalde de Medina Sidonia no es nada de eso; él no ha visto esos fusilamientos.» De modo que si se recogen con este ligereza informaciones de esta gravedad, es permitido suponer que para una acusación de este género se deben buscar otros fundamentos y otros procedimientos. ¿El Gobierno se va a negar, si hubiera habido una de estas cosas, a hacer justicia? ¿Cómo? ¡En ningún caso! Pero el Gobierno ¿se va a dejar arrastrar por un movimiento pasional o por la facilidad de impresionarse cuando se traen a memoria los muertos o los espectáculos tristes de una represión por la fuerza pública? Tampoco.

Otro ejemplo de cómo se manejan en las Cortes con poca responsabilidad los propios vocablos. Ayer, el Sr. Barriobero, en un discurso suyo, hablaba de tormentos en la Jefatura de Policía de Barcelona... (El Sr. Barriobero pronuncia palabras que no se perciben.) Tormentos, dijo S.S. y yo le interrumpí, aunque no acostumbro hacerlo, porque me parecía demasiodo grave dejar pasar sin correctivo el empleo de esa palabra. (El Sr. Barriobero: Pero yo no puedo interrumpir.- Rumores) ¡Un diputado español que se levanta en las Cortes, un republicano de buena fe, como él se califica, a decir que en un centro oficial se ha dado tormento a unos detenidos! ¡Para qué queremos más ludibrio ni mayor baldón para la República española en todo el mundo, cuya Prensa reproduciría mañana las palabras del Sr. Barriobero, diciendo: «Estos republicanos dan tormento a sus prisioneros en las Jefaturas de Policía!» Y por eso le salí al paso a S.S., y S.S. me dijo que me iba a traer una pureba, y lo que me trae S.S. son unas certificaciones facultativas acreditando que unos detenidos tienen unas lesiones. (Rumores y protestas.) ¡No, no os precipitéis, que vamos a ir despacio, que hay tiempo para todo! (Nuevos rumores.) El Sr. Barriobero me trae unas certificaciones en que a unos individuos se les acreditan unas lesiones. ¿De qué proceden esas lesiones?

El Sr. Barriobero, hombre acostumbrado a la polémica, realiza hoy un ligero movimiento de retirada y dice: «Malos tratos.» ¡Ah!, ya no son tormentos. Porque cuando se habla de tormentos, la imaginación de la gente piensa en una mazmorra donde hay unos prisioneros desgraciados (Nuevos rumores.) y unos sicarios que los están atormentando. (Protestas y contraprotestas.) ¡Señores, estos son tormentos y esto es lo que se ha entendido siempre cuando se ha hablado en España, en castellano -no sé si hemos perdido la costumbre-, por tormentos. Cuando se habla de tormentos se representa ante nuestra imaginación una víctima y un verdugo que está infligiendo a aquélla torturas físicas. (Protestas y contraprotestas.) ¡Naturalmente! Cuando se hablaba en mis tiempos juveniles de los tormentos de Montjuich, se hablaba de esto, no de otra cosa. (Asentimiento en la mayoría.)

Pues bien, yo retaba al Sr. Barriobero a que, consciente de su responsabilidad de Diputado, que es la que es, aunque él no quiera, aunque no queramos todos, y tiene S.S. que responder de sus palabras aquí y fuera de aquí, probara sus afirmaciones; porque por mucha que sea la buena fe de S.S., si con sus palabras imprudentes, por el mal empleo de los vocablos castellanos, que S. S. conoce tan bien, por otra parte, causa daño a la reputación de la República, S.S. es responsable de ese saño y de ese menoscabo. (El Sr. Barriobero: Acepto toda la responsabilidad.- Grandes protestas en la mayoría.) Su señoría me dijo ayer que me iba a traer una prueba documental de los tormentos, y lo que me trae es una prueba facultativa de unas lesiones sufridas por varios individuos. (El Sr. Soriano: ¿Qué más da? -Grandes protestas en la mayoría.) ¡Pues no ha de dar! ¡A S.S. le da lo mismo todo! Ayer hemos presenciado un espectáculo lastimoso. El Sr. Barriobero, levantándose aquí a hablar de los fueros de la Justicia, de la majestad del Poder público y del respeto a la conciencia pública y privada, hacía chacota -él, que es letrado de profesión-, hacía burla de su propia profesión, diciendo que él amaestraba a los testigos antes de juicio. (Muy bien.- Grandes aplausos y rumores.) Y si el Sr. Barriobero, por hacer un chiste -supongo que no era más que por hacer un chiste-, ponía en berlina de este modo los medios de su profesión de letrado defensor de gentes perseguidas por razón de delitos, ¿con qué autoridad el Sr. Barriobero venía después a impetrar las enormes y nobles entidades de la Justicia y del respeto al Derecho y a la conciencia pública? (Muy bien.) No; tormentos, no. (El Sr. Barriobero: Lo mejor es la hipocresía, callarse. Lo que hacen todos.- Grandes protestas.) Señor Barriobero: yo no sé si lo hacen todos. (Denegaciones.) No lo tome a mal S.S.; no se enfade conmigo; pero como no soy abogado, estas cosas que cogen muy de nuevo y me sorprende. (El Sr. Barriobero: Tenía entendido que sí era abogado S.S.) No soy abogado. Apelo a la definición del Sr. Ossorio. (El Sr. Barriobero: Además, lo hacemos a petición de los clientes y por obligación.- Varios Sres. Diputados: ¡Peor! ¡Mucho peor!.- Enérgicas protestas.- El Sr. Pérez Madrigal: Que hable el decano del Colegio de Abogados.)

El Sr. Presidente: Basta de comentarios, Sres. Diputados.

El Sr. Presdiente del Consejo de Ministros: Ese episodio de los supuestos tormentos que el Sr. Barriobero iba a demostrar documantalmente ayer, es otra cosa muy distinta, señor Barriobero; lamentable, pero muy distinta. Yo se lo voy a contar a S.S.

Cuando se detuvo el día 8 en Barcelona a García Oliver, iba dentro de un taxi, en compañía de otros tres individuos (creo que eran tres), armados de bombas y de pistolas, que se dirigían, pudiéramos decir, al campo de batalla a tomar parte en la acción violenta que se estaba ejerciendo sobre la Jefatura de Policía o sobre no sé que otro centro oficial. Los detuvieron los agentes, los llevaron a la Jefatura de Policía, y en el patio o zaguán había un cierto número de guardias de Seguridad que había tomado parte en la refriega, algunos heridos por las explosiones de unas bombas que habían estallado a la misma puerta de la Jefatura de Policía. El estado de ánimo de estos guardias allí presentes y heridos no debía ser, dijéramos, de un franciscano. Llegó el detenido, y uno de los que allí se encontraban, reprochándole, sin injuria, sin ninguna violencia lo que estaban haciendo sus conmilitones, le dijo, sobre poco más o menos «¿No os da vergüenza hacer estas cosas que han costado la vida a Fulano, a Mengano, a un obrero, a una mujer, a un padre de familia?» Un reproche de neto carácter popular, de esta primera explosión de honradez popular que no mide la oportunidad ni los términos. Y el detenido, revolviéndose contra el interpelante, digámoslo así, le contestó: «Esto que hacemos ahora no es nada, y pasado mañana, cuando hayamos triunfado, las bombas...» No puedo repetir las palabras que dijo aquel sujeto, pero las bombas iban a producir estragos en las madres y en las hijas de los allí presente, y unos términos que la decencia me impide repetir, Y, naturalmente, esta injuria, lanzada así, a boca de jarro, sobre aquellos hombres excitados por la contienda, provocó una reacción violenta en ellos y le dieron un golpe o dos golpes a aquel sujeto. Mal hecho. Los autores de los golpes están sometidos a expediente o a juicio, y van a ser castigados, porque la autoridad tiene la obligación de ser siempre ecuánime y serena y de soportar todas estas cosas. No tiene más remedio que hacerlo. Pero yo llamo a la reflexión de los Diputados si esto, que viene a ser un altercado violento entre el detenido y los que allí estaban, vale la designación de que se han dado tormentos en la Jefatura de Policía de Barcelona.

Y esto es todo lo que hay de tormentos y esto es todo lo que hay en el fondo de la cuestión. Nosotros creemos haber cumplido con nuestro deber. Hemos deplorado que se hayan producido víctimas; no todo nuestro sentimiento puede ir a las víctimas causadas en las filas de la rebelión; es justo y es honrado rendir un recuerdo a los que han caído al servicio del Estado (éstos son los que lo merecen) y no agraviar su memoria con injurias ni con desdenes. Han perecido en el cumplimiento de su deber, ocasión que no le es dada siempre a todos (Muy bien.), y nosotros deploramos que se haya vertido sangre. Es una fantasía ridícula, cuando no fuese innoble, hablar de que el Gobierno tenía organizada una represión. El Gobierno no tenía que organizar nada, y vuelvo a insistir en lo de antes, en el empleo desatinado de vocablos que tienen una significación impuesta por la costumbre o por el uso en política y que suscitan en el entendimiento de las gentes imágenes y representaciones totalmente falsas. En España se ha venido llamando represión a un sistema policíaco, montado por los Gobiernos después de un suceso o transgresión del orden público, en que, a diestro y siniestro, con razón o sin ella, se ha sentado la mano bárbaramente sobre los más o menos complicados en la rebelión que se acababa de dominar. Esto se ha hecho aquí muchas veces, y por eso, después de una alteración del orden público, se decía: «Ahora viene la represión.» Esto no se ha hecho ahora, no hay por qué hacerlo, ni Gobierno alguno de la República tiene necesidad de apelar a semejantes cosas. Ha sofocado la rebeldía allí donde la rebeldía era manifiesta, y al día siguiente el Gobierno no tenía que actuar para nada en relación con esta rebeldía. ¿O es que va a llamar represión, con ese sentido peyorativo que se ha venido dando en España a este sistema de represión, a que los culpables hayan sido entregados a los Tribunales y que los Tribunales sentencien a los culpables o absuelvan a los que consideren inocentes? ¿Es ésta la represión? Entonces si ha habido represión; pero ¿se le puede reprochar al Gobierno que haya hecho algún movimiento ofensivo contra los que han caído en manos de la justicia? No sólo no lo ha hecho, sino que ha aplicado sanciones a los que, llevados de su cólera en un primer momento, han podido agredir a los prisioneros. En Bilbao, un guardia de Asalto dió una bofetada a un prisionero, y ese guardia ha sido expulsado de su Cuerpo. No podíamos hacer más. (El Sr. Jiménez y García de la Serrana: Pue eso no se dice.- El Sr. Guerra del Río: Eso está bien.- Rumores.) Pues si eso está bien, ¿por qué no se dice? ¿Por qué no se toma en cuenta para componer la exacta y cabal figura de la política del Gobierno, en vez de decir a los periódicos, Sr. Guerra del Río, que han sido fusilados ocho hombres contra una pared y que eso lo ha dicho un alcalde que no lo ha dicho? ¿Por qué se dice esto y no se rectifica noblemente una información que se lanza a la ligera a la faz del país? (El Sr. Guerra del Río pide la palabra.)

Señores diputados, se ha presentado una proposición de censura al Gobierno; las Cortes verán lo que hacen con la proposición. El Gobierno no insiste en lo que ha dicho: le urge que inmediatamente y ganando tiempo se explane la interpelación sobre su política general, de la que sólo es una parte toda esta historia del orden público. Nosotros no queremos que por ninguna táctica parlamentaria subsista esta situación interina de discusión pendiente sobre el Gobierno y su conducta. No; que se nos discuta ahora mismo, ahora mismo, y que digáis todo lo que tengáis que decir de la política general del Gobierno. Si el Gobierno está pereciendo, que perezca esta misma tarde. (Varios Sres. Diputados: Ahora mismo.)

Cabalmente, Sres. Diputados, nosotros nos encontramos ahora en una situación de diafanidad, de holgura, de respiro como nunca nos hemos encontrado desde que el Gobierno se formó, más aún, desde el 14 de octubre de 1931, porque acontece, felizmente, que tras un año largo de trabajo, dando al país la lección de trabajar con el Parlamento, bien necesaria, útil y fecunda, no por todos comprendida ni agradecida, después de dar esta lección de implantar por el ejemplo, en la práctica, un régimen parlamentario, puro, hemos adelantado en la obra de constituir la República hasta un punto que en 14 de octubre del 31 parecía más lejano de lo que hoy es; pero en todo este tiempo el Gobierno ha estado siempre acosado y acuciado por necesidades del instante y por plazos fatales, no para él, sino para la República, para la legislación general y prara la constitución de la República, y hemos tenido que estar en el banco azul gastando la virtud de que yo me creía menos dotado, que era la de paciencia, paciencia por el deber, naturalmente. ¿Por qué? Porque unas veces teníamos entre manos la ley Agraria y había a todo trance que dar al país la satisfacción de cumplir una de las promesas de la República y votar la ley Agraria; otras veces era el Presupuesto del año 32, que había que votar antes del 31 de marzo; otras veces era el Presupuesto para 1933, que había que votar antes del 31 de diciembre, y siempre con algún problema pendiente de cuya solución inmediata pendían intereses mucho más amplios que el interés del Gobierno y que su propia permanencia ministerial, y el Gobierno tenía que hacer el sacrificio de guardar una actitud que quizá no correspondía ni a sus derechos ni a sus propios sentimientos personales. Pero ahora las cosas han cambiado: ya no tenemos delante ninguna fecha fatal; la de 31 de diciembre de 1933, para la cual tendréis que tener aprobado el Presupuesto; pero hasta entonces, ninguna fecha fatal. Tenemos aquí las leyes complementarias de la Constitución: la de Congregaciones religiosas y la del Tribunal de Garantías Constitucionales; las votaréis cuando queráis, con la rapidez que queráis, pero nosotros no estamos ya en la situación de casi prisioneros del banco azul en que hemos estado durante todo el año 32, sometidos a la necesidad de una obra urgente, casi simpre con plazos o por lo menos con una apetencia en el país que no permitía complicarla con problemas de orden político no ministerial. Estamos, pues, todos en franquía, y cuando se me hace una apelación al sentimiento de mi responsabilidad o una apelación a que nos atengamos a estas o a las otras consecuencias, yo ahora tengo derecho a decir lo mismo a los demás: que cada cual se atenga a su responsabilidad y a las consecuencias de sus propios actos. Jamás me ha entrado a mí en la mente la idea ni el propósito, ni en la vida pública ni en la vida privada, de darle un consejo a nadie; es una ocupación en que jamás he caído. Tengo, por consiguiente, el derecho de que se me trate por igual y que nadie me venga a mí ahora a dar consejos sobre lo que tiene que hacer el Gobierno o sobre lo que tiene que dejar de hacer. (Muy bien. Grandes aplausos en la mayoría.- Rumores y protestas en las minorías.) Cada cual afrontará su responsabilidad.

El camino está expedito, Sres. Diputados. Nosotros no tenemos más interés que el de cumplir hasta el final con nuestra obligación; nada más que ése; pero si no se nos permite cumplirla, la responsabilidad no será nuestra y tendremos toda libertad de movimientos en el hoy y en el mañana para ajustar nuestra conducta a nuestras propias convicciones personales. (Aplausos prolongados en la mayoría.)

(Diario de Sesiones, 2 de febrero de 1933.)



Cierra España.

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