lunes, 5 de octubre de 2009

Movimiento español JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-sindicalista) 7ª parte.



LA DESERCIÓN DE LOS PERIODISTAS


EN estas columnas hemos hecho constar el grave inconveniente que para la Revolución republicana suponía el haber sido tramada y dirigida principalmente por periodistas. Hoy se descubre ya, al contacto con las realidades de gobierno y con los problemas positivos, la verdad de aquella observación.

Donde quiera que incumbe a los periodistas de profesión, de los que con tanto ingenio y poder supieron destruir un régimen, edificar lo que ha de servir para sustituirle, se evidencian la incapacidad y la deserción.

En vano buscarán hoy los ciudadanos que todo lo esperaban de la Revolución las vigorosas soluciones a todos los problemas, que prometía la Prensa destructora para después del triunfo. Lea cada uno su periódico favorito, y busque en él los proyectos aplicables del estadista, el esfuerzo constructivo de los técnicos, la respuesta capaz de los personal es de la situación a los inaplazables problemas de cada día...

Nada de esto se ve, sino política, política y política, de la primera página a la última: hoy, como ayer, el escándalo y la farsa lo abarcan todo. Aspavientos de indignación hipócrita para los actos del adversario, e infladas adulaciones a los méritos del correligionario y del cómplice. Cada periódico se ocupa de alimentar su venta y cada nuevo personajillo de acortar el camino de su ascensión política.

El régimen demoliberal hace innecesaria toda fatiga honrada en persecución de grandes ideales o de prestigiosos conocimientos ofrecidos al buen público. ¿Para qué trabajar seriamente si el pueblo encumbra a los que más vocean y prefiere a los que ve capaces de mayores insolencias? El negocio está en el escándalo, con sólo darle el nombre de revolución.

De ahí la admirable fecundidad de la fauna radical. Por todas partes, campeonatos de atrevimiento y competencias de barbarie: desde los comunistas campesinos, afiliados a las aburguesadas Casas del Pueblo de las capitales, hasta la delincuencia práctica del sindicalismo y la agitación profética de los comunistas, todos comercian con "los crímenes" de la Guardia Civil, de las Ordenes Religiosas y del capital privado.

A sabiendas de que el progreso se detiene, de que la producción se descoyunta y la nación retrocede con los negocios revolucionarios que paralizan todos los demás, se consiente entregar la vida del país a las desvariadas tentativas de la propaganda radical.

Protestamos de esas absurdas debilidades democráticas del régimen, y de las insolencias criminales de los revolucionarios de hoy, no porque nos asusten las afirmaciones radicales y los gestos fuertes para actuar en política, sino porque negamos que haya ni sinceridad revolucionaria ni ímpetu alguno constructivo en esa bulla anticlerical y farisaica: no hay más que apetito de alzarse sobre ruinas y mercantilismo periodístico. Tal es el vicio-clave de los que hoy todavía quieren revolución, y tal es la traición de los que ayer la quisieron y hoy la disfrutan.

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Nada más elocuente para alumbrar esta verdad, que el gesto cobarde de esos varios ministros que forcejean por escapar del puesto de peligro donde les colocó la aventura revolucionaria tan alegremente emprendida cuando eran periodistas y conspiradores: Prieto, director de un periódico en Bilbao; Albornoz, colaborador de "La Voz"; Nicolau, periodista catalán..., son otros tantos ejemplos de revolucionarios tan exentos de solvencia constructiva como hinchados de ferocidad. La Revolución les puso al frente de los ministerios donde hay que mostrar a diario la patriótica capacidad del gobernante que no cosecha aplausos hablando, sino obrando y obrando bien. Ahora ya no se trata, señores periodistas-ministros, de destruir complaciendo al populacho que embriagamos de odio para que nos empinase a título de vengadores; se trata de sufrir calladamente, de sudar soluciones para los amargos problemas concretos...

La crisis del cambio; el conflicto entre la Hacienda, las obras públicas y el paro forzoso; la paralización industrial, la defensa arancelaria de los productores, la angustia de la Agricultura... Estas cuestiones ni han experimentado mejora, ni se ve en los periódicos mentores de la Revolución, cómo han de resolverse: creemos que no será con más libertad, más griterío periodístico, mayor humillación de la Iglesia católica y concesiones más adecuadas a la masonería dominante. Tampoco puede esperarse, salvo que perdamos la memoria y el conocimiento de los hombres, que lo arreglen esas Constituyentes elegidas bajo el imperio del terror "conjuncionista", llenas de señoritos madrileños y de gesticulantes de prensa y mitin. ¿Qué vamos a esperar cuando ni aun el Gobierno ha sido capaz de ponerse de acuerdo para proyectar la Constitución? Discursos y líos: el tiempo lo dirá.

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Y es que no se puede entregar impunemente la trascendental incógnita de una Revolución a las mesnadas irresponsables del periodismo: Para que una revolución sea fecunda, no los periodistas de tramoya y los que comercian con la sátira, sino los hombres de acción positiva y los alimentados con grandes ideas unitivas, deben figurar al frente. Lo primero para inspirar la revolución hispánica creadora, es derogar la farsa demoliberal y apartar del caudillaje a los traidores ávidos de destruir en la oposición y seguros desertores en la hora de las responsabilidades constructivas.

(Libertad, num. 5, 12 de julio de 1931.)

Cierra España.

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