jueves, 10 de septiembre de 2009

12-13 de julio: Asesinato del teniente Castillo

   Llama la atención de la figura del teniente Castillo su escasa divulgación histórica a pesar de protagonizar uno de los acontecimientos de mayor trascendencia de la historia reciente de España, el atentado detonante de la Guerra Civil. Podemos encontrar explicación a este injusto hecho en el resultado mismo de la guerra, con una izquierda que perdía la República y con ella el recuerdo de los “mártires” entre los que se encontraba Castillo, cuya memoria fue aniquilada por el franquismo. Pero resulta paradójico que una vez muerto el dictador y tras treinta años de democracia todavía se siga dando esta situación. Es necesario por tanto iniciar un proceso de recuperación de la memoria del teniente que lo posicione en los libros de historia como el republicano cuyo asesinato inició una guerra, y esta tentativa biográfica pretende iniciar el camino aunque sólo sea en el reducido ámbito de la población natal del teniente. A pesar de faltarnos datos, documentos, fechas y un sin fin de reflexiones sobre su vida y obra, creo que las siguientes líneas serán suficientes para acercar al lector a un personaje marcado por su tiempo, defensor de unos ideales y ejemplo de virtud y arrojo en una época en la que expresar unas ideas suponía una condena a muerte, algo que le fue reconocido allá donde resistió la República durante la guerra. El 1 de abril de 1939 su recuerdo se pierde. Muere el mito y nace una sombra en la que el franquismo se ensañó hasta no dejar de ella rastro alguno. El teniente Castillo pasaba así a convertirse en el gran olvidado de la Guerra Civil Española.
   Una vez concluida la guerra en 1925 con victoria española José logra el ascenso a teniente por méritos militares. Su nuevo destino se fija en el regimiento de Infantería de Alcalá de Henares, tal vez solicitado voluntariamente debido a que buena parte de su familia se había trasladado a Madrid poco tiempo antes. A partir de la llegada de la II República en 1931 comienza a forjarse el José del Castillo que pasaría a la historia. La apertura de libertades por el gobierno de Azaña y el traslado a Madrid de Fernando Condés espoleó al joven teniente a participar en la vida política, mostrando a partir de entonces abiertas simpatías hacia el socialismo y la masonería, pero a partir de este punto nos movemos en un mar de dudas sobre sus movimientos políticos y militares en Alcalá de Henares y en Madrid. Aún así podemos esbozar una línea secuencial de sus actos siguiendo las referencias de autores como Gibson que han investigado la vida del teniente aunque de forma secundaria.
   Su ingreso en Asalto coincidió con una oleada de atentados contra diversos cargos de la izquierda y con la detención y encarcelamiento de José Antonio Primo de Rivera como presunto instigador de éstos. Era el inicio de la Primavera Negra en Madrid, augurio de la guerra que se aproximaba y en la que izquierdas y derechas plasmaron en asesinatos selectivos los odios recíprocos que sentían. Las huelgas y manifestaciones, muchas de ellas espontáneas, se incrementaron de forma alarmante y solían terminar con altercados en los que se producían víctimas, que a su vez provocaban nuevos odios y venganzas en una espiral violenta ante la que el gobierno del Frente Popular se mostró impotente y carente de autoridad. Castillo comenzó a formar parte de estos odios cuando es destinado a cubrir con sus hombres muchas de las manifestaciones, teniendo que intervenir duramente contra las derechas. Especial relevancia tuvo su intervención en el entierro del alférez de los Reyes el día 16 de abril, guardia civil fallecido dos días antes en los incidentes que se produjeron en la celebración del V aniversario de la República. El entierro se convirtió en una manifestación de las derechas contra el gobierno del Frente Popular y el resultado fue de un muerto a manos de uno de los hombres de la sección de Castillo y de un herido grave por disparo realizado por él mismo. El muerto era nada menos que Andrés Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera, y el herido un joven carlista estudiante de medicina llamado José Llaguno Acha al que los rumores dieron por muerto durante varias horas. Según relatan los testigos entrevistados por Gibson, Castillo había perdido los nervios cuando disparó contra el joven carlista y estuvo a punto de ser linchado por la masa furiosa que se abalanzó contra él. Afortunadamente los hombres de su sección lo rescataron y lo condujeron a la Dirección General de Seguridad para prestar declaración por lo sucedido. Fue puesto libertad a las pocas horas. A partir de ese día el teniente se convirtió en una prioridad para las centurias de Falange, que llegaron a situarlo en el número uno de su lista de objetivos a eliminar.
   Aquella noche a las nueve, el teniente José Castillo, de la guardia de asalto, salía de su casa, en la calle Augusto Figueroa, en el centro de Madrid, para empezar su servicio. En Abril de este mismo año había ostentado el mando de los guardias de asalto que reprimieron los disturbios en el entierro del teniente De los Reyes, de la guardia civil, muerto durante la celebración del quinto aniversario de la implantación de la República. Después Castillo había colaborado en la instrucción de las milicias socialistas. Desde entonces, la Falange había señalado a Castillo como futura víctima de su venganza. Se Había casado en junio, y su novia, la vispera de su boda, había recibido una carta anónima en la que le preguntaban por qué se casaba con un hombre que pronto no sería “más que un cadáver”.
   Al salir de casa el 12 de julio, un caluroso domingo del verano madrileño, Castillo fue muerto a tiros por cuatro hombres armados de revólveres, que escaparon rápidamente por las calles llenas de gente. Los asesinos de Castillo eran falangistas, a pesar de que José Antonio había dado una contraorden para evitar la ejecución.
   Era el segundo oficial socialista que habían asesinado en los últimos meses. El capitán Carlos Faraudo, un ingeniero que también había ayudado a instruir a las milicias socialistas, había sido asesinado por unos falangistas en mayo, mientras paseaba con su mujer por Madrid. Así pues, la noticia de la muerte de Castillo causó ira al llegar a la jefatura de los guardias de asalto, en el cuartel de Pontejos, junto al Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol. El cuerpo fue expuesto en la Dirección General de Seguridad, dentro del ministerio. Los camaradas del teniente muerto criticaron particularmente al gobierno, que había permitido que ocurriera aquello, pidieron medidas contra la Falange. Un grupo fue a quejarse al ministro de la Gobernación, Juan Moles, y le pidió autorización para detener a ciertos falangistas que todavía estaban en libertad. El accedió, pidiendo a los oficiales su palabra de honor de que sólo detendrían a aquellos cuyos nombres figuraban en la lista y de que entregarían a los detenidos a la autoridad competente. Ellos dieron su palabra.
Entre estos hombres estaban un capitán de la guardia civil, Fernando Condés, que había sido íntimo amigo de Castillo. La muerte de Castillo dejó abrumado a Condés. Salió en un coche oficial sin una idea muy clara de adónde iba a dirigirse, acompañado por varios guardias de asalto vestidos de paisano. El conductor llevó a Condés a la dirección de un falangista, ésta resultó ser falsa.
   “Vayamos a casa de Gil Robles” dijo alguien. Condés todavía aturdido, no dijo nada. Fueron a casa de Gil Robles, pero este estaba en Biarritz. Alguien sugirió que fueran a casa de Calvo Sotelo.
Cierra España.

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