viernes, 18 de diciembre de 2009

SUCESOS 1934.1ª parte (bis)


No cerraré esta intervención con un epílogo lírico, que estaría muy en su lugar en esta clase de intervenciones. El tono en que he venido expresándome excusa ese epílogo. Lo que había de decirse dicho está, y cuando se ha dicho lo que se tiene que decir, no hay más que un epílogo: no añadir ni una palabra más que, en el mejor de los casos, sería superflua, y hacer punto final. (Aplausos.)


El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Bilbao y Eguía.

El Sr. Bilbao y Eguía: Comprenderéis, Sres. Diputados, que las escasas palabras que he de pronunciar, en nombre y por encargo de esta minoría tradicionalista, por lo mismo que han de ser cordiales y sinceras, han de responder a sentimientos muy diversos de los que pudieran expresar otros sectores de la Cámara; palabras de condolencia leal, cordialísima, exentas de tono disimulo y de toda afectación, que nosotros rendimos como un homenaje de cristiana piedad ante la memoria del adversario muerto y que, precisamente por las diferencias enormes que nos separaban en la esfera de los principios y en el terreno de las conducta, obedecen pura y solamente a un sentimiento de profundo respeto a aquel dolor que en todo espíritu honrado despierta la consideración de la desgracia ajena.

Con el Sr. Maciá no nos ligaba ninguna clase de afinidades políticas. Unidos en repetidas coaliciones electorales, nuestros votos le ayudaron, en los principios de su carrera política, a representar aquí el distrito de Borjas Blancas en diversas legislaturas. La desviación de su pensamiento político fué apartándole cada día más y más de nuestras proximidades, y en los últimos años de su vida, años de profunda crisis espiritual para su conciencia, años de profundos trastornos para la historia española, el Sr. Maciá significaba, quizá más acentuadamente que ningún otro político, la negación radical y conjunta de los tres grandes principios que abarca nuestra fe política y religiosa, eminentemente católica, radicalmente española, sinceramente tradicionalista y -¿por qué no decirlo?- netamente monárquica.

Pero esto no ha de impedir la sinceridad de nuestra condolencia. Comprenderéis, señores, nuestros reparos del mismo modo que nosotros comprendemos vuestras exaltaciones. El Sr. Maciá fué un luchador, profundamente equivocado, a nuestro juicio, pero sincero aun en sus mismos errores, y su figura ha de despertar, según sea quien escriba su historia, en los unos la exaltación de las más cálidas alabanzas, y en los otros la severidad de las más amargas censuras. Pero no hemos de ser nosotros, caballerosos siempre ante el adversario, por lo mismo que somos irreductibles en la afirmación de aquellos principios que consideramos salvadores, los que hayamos de profanar la majestad de la muerte con la severidad de nuestros personales juicios. Y ante la figura de Maciá, como ante la figura de cualquier adversario político, del más enconado de nuestros adversarios políticos, nosotros bajamos la cabeza y doblamos la rodilla reverentes para el dolor de sus amigos e implorantes ante el Tribunal de la Divina misericordia.

Pero hay algo, señores (me vais a permitir que lo diga), hay algo señores, en la muerte de Maciá que esta minoría no puede silenciar, porque consideramos que en ello descansa la mejor alabanza para su memoria. Y es, señores, que si la vida de Maciá fué un constante combate, la muerte de Maciá es para nosotros un edificante ejemplo; y al morir como cristiano, besando con sus labios trémulos, en los que se extinguía la palabra humana, la Santa Imagen del Crucificado, que murió por todos, rectificó en un momento de contrición muchos de los errores de su vida.

Nada importa, señores, nada importa, en definitiva, que el rigor de unas disposiciones laicas privasen a sus mortales despojos de la solemnidad, siempre confortadora, de los ritos católicos, porque hay algo muy alto y muy sagrado a donde jamás podrán llegar ni los extravíos de la pasión ni el rigor de las disposiciones gubernativas y es la santa libertad de la conciencia cristiana, soberana de su contricción, que al invocar la cruz la convirtió no solamente en compañera de su último dolor y en albacea de su última esperanza, sino también en reina y soberana de sus inmortales destinos. (Aplausos.)

Voy a acabar con unas palabras que considero necesarias: Ante la muerte de Maciá, el pueblo español, este pueblo que tendrá grandes defectos, pero que atesora también grandes y ejemplares virtudes, ha sabido guardar la actitud que corresponde a su característica hidalguía, incorruptible en su dignidad, pero caballeroso siempre ante el infortunio. Otra vez España, por lo mismo que es madre, ha sabido disimular el desvío de sus hijos. Nosotros queremos asociarnos a esa conducta apartando los ojos de aquella estrella solitaria que en sustitución de la cruz acompañaba sus mortales despojos, para volverlos al cadáver del señor Maciá y rendirle en homenaje lo mejor que puede ofrecerle nuestra cristiana conciencia: el olvido para sus extravíos y para su alma el fervor de nuestras cristianas plegarias. Y en este sentido, y sólo en este sentido, Sres. Diputados, esta minoría tradicionalista se asocia, cordialmente, a la condolencia de la Cámara por la muerte del Sr. Maciá. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Suárez de Tangil tiene la palabra.

El Sr. Suárez de Tangil: Señores Diputados, no temáis que haya de cansaros en demasía con la repetición de conceptos que ya han sido expresados por anteriores oradores con más elocuencia que aquella con la que yo pudiera hacerlo.

Al levantarme a señalar, en nombre de la minoría Renovación Española, el sentimiento por la muerte del Sr. Maciá, no habré de incidir en la falta de elegancia espiritual que supondría el hecho de emitir juicios que, como muy bien decía el Sr. Presidente de la Cámara, son propios ya de la Historia, pero que pudieran ser en este instante inoportunos. Mas si no he de incurrir en ello, tampoco puedo ser infiel a lo que constituye mi propio ideario y el de las masas que represento, que habrían de ver con extrañeza que no se hubiera establecido en estos momentos la separación lógica que con tan buen sentido señalaba el señor Ventosa.

Pues bien; yo he de decir, simple y sencillamente, que para la persona del Sr. Maciá y para su cristiana muerte sobre todo -lamentando, eso sí, la falta de escrupulosidad y de respeto con que se cumplió su voluntad- no habrá sino un homenaje sincero, de consideración personalísima y de rendido tributo de nuestro propio corazón y pensamiento. Quiere decir esto que como caballeros cristianos nuestro homenaje no ha de ser inferior al que le tributen los demás. Como Diputados del Parlamento español ¡ah!, desde esa posición tendríamos que completar la plegaria que elevemos pidiendo a la divina misericordia, que es infinita, perdone los muchísimos yerros, los muchísimos pecados en que el Sr. Maciá incurrió. (Aplausos y rumores.)

El Sr. Presidente: El Sr. Albiñana tiene la palabra.

El Sr. Albiñana: Para hacer brevísimas manifestaciones en relación con el acto que se está celebrando. Debo comenzar afirmando mi más absoluto respeto a la memoria del Sr. Maciá. Pertenecía el Sr. Maciá al nacionalismo catalán, separatista; yo pertenezco al nacionalismo español, unitario (Risas.); pero, por encima de estas diferencias que existen, he de tributar el homenaje fervoroso de mi piedad cristiana a su memoria. Ahora bien; yo no comparto los convencionalismos de la política, ni las farsas parlamentarias dentro ni fuera del Parlamento y quiero hablar, simplemente, como español. Y venerando la memoria -así, venerando la memoria- del luchador Sr. Maciá, yo no puedo sumarme a este homenaje que se le tributa en este instante, sencillamente porque en medio de sus grandes virtudes el Sr. Maciá, cuya alma esté en gloria eterna como yo deseo, tuvo la, a mi juicio, inmensa desventura de enseñar a gran parte del pueblo catalán el grito de muera España. (Grandes rumores.) Y esta es una verdad que se está repitiendo todos los días (Se reproducen los rumores.), a ciencia y paciencia de las autoridades republicanas. (Protestas.- Varios Sres. Diputados: ¡Mentira, mentira!) Y como esto, repito, es verdad, yo me levanto aquí a protestar contra el homenaje que se tributa a una figura que, dentro de la política, la considero yo como enemiga de España. (Un señor Diputado: De la España de S.S.- Protestas y contraprotestas.) Os advierto que yo no vengo aquí con la ambición pueril de cosechar aplausos, que no me importan, sino a decir la verdad. Quería decir, señor Presidente y Sres. Diputados, que estos elementos embusteros... (Indicando a las minorías socialistas y de Esquerra.- Nuevas protestas y contraprotestas.- Varios Sres. Diputados, puestos en pie, se increpan.- El Sr. Presidente reclama insistentemente orden.- El incidente se prolonga varios minutos.)

El Sr. Presidente: Su señoría, Sr. Albiñana, tiene derecho, como todos los Diputados, a emitir las opiniones que correspondan a su convencimiento, pero habrá de hacerlo dentro de un límite de conveniencia y de respeto para los demás y, sobre todo, para la memoria del insigne muerto, que no pugnen con el sentimiento y hasta con la educación de los demás Sres. Diputados. (Muy bien. Grandes aplausos.- Un Sr. Diputado da un grito de ¡Viva España!.- El Gobierno, puesto en pie, y los Diputados de las minorías republicanas y socialista gritan ¡Viva la República!, siendo aplaudido el Gobierno con gran entusiasmo y reiteradamente, por su actitud, por socialistas y republicanos.- Se cruzan interrupciones entre los Diputados socialistas y republicanos y los de las minorías de derecha, produciéndose un tumulto que dura un gran rato: El Presidente reclama orden repetidamente.- El Sr. Prieto: Durante el tumulto han salido de aquí (Dirigiéndose a las minorías de derecha.) voces de ¡Muera Cataluña!.- Grandes protestas en las derechas.- Varios Sres. Diputados interrumpen, no siendo posible oír sus palabras por el tumulto que hay en la Cámara.)

El Sr. Presidente: Yo no puedo creer, no quiero creer, que ningún Diputado haya podido cometer la falta enorme de que hablaba el señor Prieto. (Numerosas denegaciones de las minorías de derechas y protestas de la minoría socialista.)

El Sr. Gorrión Ordás: Yo he oído salir desde esos bancos mueras a Cataluña. (Nuevas denegaciones.)

El Sr. Presidente: ¡Orden! ¡Orden! Yo proclamo desde este sitio la fraternidad y el amor a todas las regiones españolas y el respeto a todas las ideas, mientras se produzcan dentro de la ley. (El Sr. Gil Robles pide la palabra.) E invito al Sr. Albiñana a que no continúe por ese camino, produciendo un espectáculo del que seguramente ya él mismo lamenta el resultado. (Continúan los rumores y las protestas.)

El Sr. Albiñana (disponiéndose, a leer): Estas brevísimas palabras del Sr. Maciá...

El Sr. Presidente: No creo que haya tampoco necesidad de gritar ¡viva España!, como si España estuviera en peligro, porque para amar a España, para mantener la vida de España, para defender la Patria española, la República es suficiente. (Grandes aplausos.- Nuevos ¡vivas! a la República.)

El Sr. Landrove: Es que los que gritan ¡viva España! lo hacen creyendo que así combaten a la República. (Protestas en las derechas.)

El Sr. Albiñana: Señor Presidente, yo felicito a la Presidencia por el éxito que han merecido sus palabras...

El Sr. Presidente: La Presidencia no necesita que S.S. le atribuya o no éxitos felices. (Muy bien.) Lo que hace es invitar a S.S. a que se produzca en términos tales que vayamos rápidamente al final de este incidente.

El Sr. Albiñana: Pero yo tengo que recordar que fué precisamente al lado del Sr. Alba donde aprendí a sentir la monarquía. (Protestas.)

El Sr. Presidente: Pues S.S, ha olvidado la lección.

El Sr. Albiñana: Para terminar tengo que decir que, ante la figura yacente del Sr. Maciá, me descubro como católico y cristiano (Rumores.); pero para su figura política, para su actuación pública, no tengo más que estas palabras finales: ¡Viva España! y ¡viva Cataluña española! (Algunos aplausos.)

El Sr. Gil Robles: He pedido la palabra para un incidente.

El Sr. Presidente: Tiene ahora la palabra el Sr. Muñoz de Diego.

El Sr. Muñoz de Diego: Señores Diputados, me encomiendo a la benevolencia de la Cámara al dirigirme a ello en este momento.

La minoría liberal demócrata no puede permanecer callada en este homenaje a la memoria del Sr. Maciá. (El Sr. Primo de Rivera pide la palabra.) Mi jefe, don Melquíades Alvarez, está ausente de la Cámara y, por ello, no podréis oír su verbo maravilloso haciendo la mejor oración fúnebre a la memoria del Sr. Maciá, y han de ser mis modestas palabras las que se unan a las muy elocuentes pronunciadas aquí por otros miembros en nombre de sus minorías. Callar, silenciar nuestra actitud ante el homenaje al Sr. Maciá, pudiera parecer una omisión maliciosa, voluntaria y turbia y la política debe ser sinceridad y transparencia.

Soy el único miembro de esta minoría presente en la Cámara y tengo, por tanto, la obligación de sumarme a este homenaje. Todo cuanto debe decirse del Sr. Maciá está ya dicho. Don Fernando de los Ríos ha pronunciado una oración maravillosa; don Fernando de los Ríos ha dicho algo que han corroborado después representantes de otras minorías, refiriéndose a que no es este el momento de juzgar la obra política del Sr. Maciá, porque falta, evidentemente, aquella concavidad que presta resonancia a la labor crítica e histórica de la obra del Sr. Maciá, faltándonos la relación para establecer la perspectiva que nos permita contemplar la obra con sus trazos reales y netos, libres de apasionamientos partidistas y de momento.

Yo, que no pensaba pronunciar más que estas palabras, después del incidente que se ha registrado en la Cámara, temo que decir que el homenaje más elocuente a la memoria del Sr. Maciá, que por encima de todo fué un luchador y un republicano, lo han hecho las palabras de sus adversarios, que no han respetado siquiera la muerte, dando lugar a que se haya manifestado el entusiasmo republicano de la Cámara. La minoría radical, la socialista, todas se han levantado para sumarse en el aplauso caluroso al luchador, al republicano, a don Francisco Maciá, y ese es, al fin y al cabo, el mejor elogio, el que más agradecerá don Francisco Maciá. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Gil Robles.

El Sr. Gil Robles: Brevísimas palabras, con la máxima serenidad que impone el momento, para puntualizar la actitud de esta minoría, en relación con el lamentable incidente que aquí se ha producido.

No voy a hacer manifestación alguna en cuanto al asunto de que se viene ocupando la Cámara, va que, en nombre de esta minoría, con precisa elocuencia, expresó nuestro criterio el Sr. Alvarez Robles.

Bien quisiera yo, Sres. Diputados, que la actitud que esta minoría ha tomado en el incidente, que acaba de producirse, quedara circunscrita a los verdaderos límites de una significación que yo tengo un grande empeño en que no se desvirtúe, por ningún concepto.

Sin ser testigo presencial, por ausencia obligada de la Cámara, de la iniciación del incidente que nos ocupa, sí he podido contemplarlo en los términos agudos en que se produjo hace un instante, y temo que decir, de una manera categórica, que la actitud de este grupo, que en un momento dado intervino en lo más subido del incidente, ha sido debida, pura y exclusivamente, al deseo de no dejar desamparado a un Diputado que pudo ser objeto de alguna violencia (Rumores.), sin que ello signifique una identificación de pensamiento con el Sr. Albiñana, del cual nosotros nos encontramos apartados en tantos extremos. (Aplausos.)

Ya demostramos nosotros en la labor parlamentaria de las Cortes pasadas una discrepancia radical con la política que seguía la Esquerra catalana, cuya más alta representación era el Sr. Maciá, y esa misma oposición política tenemos que mantenerla en el momento actual, pero encerrando siempre nuestra oposición -quiero que quede esto bien claro- dentro de los límites de una cordialidad exquisita con todos los sectores, aunque sean enemigos nuestros, v, desde luego, con una corrección que yo quiero para mi minoría, desde el momento en que la pido para todos los demás, en sus relaciones con nosotros.

Esta ha sido nuestra actitud, y de ella no tenemos que desviarnos.

Aun cuando el Sr. Presidente de la Cámara hizo la oportuna rectificación de unas palabras del Sr. Prieto, quiero que ahora quede hecha una declaración expresa: de estos bancos no ha salido muera alguno. (El Sr. Gordón Ordás: Ha salido, porque lo he oído yo. Lo ha dicho eje señor, que no sé cómo se llama. (Señalando un Sr. Diputado de la minoría popular agraria.) Insisto en que de esta minoría no ha salido, no ha podido salir un "muera Cataluña", porque, sean cuales sean las diferencias políticas que nos separen de los que dominan la política de Cataluña, por encima de ello ponemos el amor a una región predilecta de España (Muy bien.), y que aun en el caso en que nosotros tuviéramos que combatir de una manera enérgica su política, quisiera que quedara muy claro que la combatiríamos precisamente por amor a Cataluña. (Muy bien.- Aplausos.)

Yo no quisiera que este incidente, por mi culpa, tomara ninguna proporción que no debe tomar; pero sí quiero salir al paso de algo que, dirigido a nosotros, en la actitud de grandes sectores de la Cámara podría parecer un reto. Nosotros nos hemos levantado aquí para aplaudir al señor Presidente de la Cámara cuando dijo que, para defender a España, la República no necesitaba de nadie; para defender a Esparta, que es el móvil de nuestras acciones; para servir a nuestro país, que es la meta de todas nuestras aspiraciones políticas; para continuar sirviendo a la Nación en la misma posición que nosotros defendimos el primer alía, en una posición de lealtad absoluta, de lealtad acrisolada, que nace de nuestra condición de ciudadanos v de nuestra conciencia de católicos (Muy bien.), lo podéis creer o no lo podéis creer, pero nuestros hechos hablarán por nosotros. Lo que no hemos de hacer es venir aquí a suscitar incidentes, para que al amparo de un ¡Viva la República!, que quizá en algunos labios sea perfectamente insincero, se vaya a una unión de política izquierdista, en contra de lo que es la voluntad popular. (Grandes aplausos en las derechas.)

Y conste, señores, que podéis hacerlo en la farándula parlamentaria, pero que nadie os creerá, porque para vosotros (Señalando a los socialistas.) la República es cosa secundaria; la utilizasteis cuando creísteis que era para vosotros un medio; la repudiáis ahora, cuando creéis que por otro medio podéis llegar a la consecución de vuestros fines. Allá otros grupos que quieran hacerse tributarios de esa política. Aquí nosotros estamos en nuestros puesto, firmes, a defender a España, donde sea y como sea. Y el día de mañana iremos al pueblo a descubrir todas vuestras maniobras, incluso las que hacéis en una sesión necrológica, al margen de un incidente que no debió pasar de una corrección de la Presidencia. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Primo de Rivera tiene la palabra.

El Sr. Primo de Rivera: Este Diputado, que no pertenece a ninguna minoría, se cree, por lo mismo, con la voz más libre para recabar para sí, y se atrevería a pensar que para todos, esta fiducia: la de que cuando nosotros empleamos el nombre de España, y conste que yo no me he unido a ningún grito, hay algo dentro de nosotros que se mueve muy por encima del deseo de agraviar a un régimen y muy por encima del deseo de agraviar a una tierra tan noble, tan grande, tan ilustre y tan querida como la tierra de Cataluña. Yo quisiera que el Sr. Presidente, y quisiera que la Cámara separase, si es que admite que alguien faltó a eso, a los que, cuando pasamos por esta coyuntura, pensamos como siempre, sin reservas mentales, en España y nada más que en España; porque España es más que una forma constitucional; porque España es más que una circunstancia histórica; porque España no puede ser nunca nada que se oponga al conjunto de sus tierras y a cada una de esas tierras.

Yo me alegro, en medio de todo este desorden, de que se haya planteado de soslayo el problema de Cataluña, para que no pase de hoy el afirmar que si alguien está de acuerdo conmigo en la Cámara o fuera de la Cámara, ha de sentir que Cataluña, la tierra de Cataluña, tiene que ser tratada desde ahora y para siempre con un amor, con una consideración, con un entendimiento que no recibió en todas las discusiones. Porque cuando en esta misma Cámara y cuando fuera de esta Cámara se planteó en diversas ocasiones el problema de la unidad de España, se mezcló con la doble defensa de la unidad de España una serie de pequeños agravios a Cataluña, una serie de exasperaciones en lo menor, que no eran otra cosa que un separatismo fomentado desde este lado del Ebro.

Nosotros amamos a Cataluña por española, y porque amamos a Cataluña, la queremos más española cada vez, como al país vasco, como a las demás regiones. Simplemente por eso; porque nosotros entendemos que una nación no es ya meramente el atractivo de la tierra donde nacimos, no es esa emoción directa y elemental que sentimos todos en la proximidad de nuestro terruño, sino que una nación es una unidad en lo universal, es el grado a que se remonta un pueblo cuando cumple un destino universal en la Historia. Por eso, porque España cumplió destinos universales cuando estuvieron juntos todos sus pueblos, porque España fué Nación hacia fuera, que es como se es de veras nación, cuando los almirantes vascos recorrían los mares del mundo en las naves de Castilla, cuando los catalanes admirables conquistaban el Mediterráneo unidos en naves de Aragón, porque nosotros entendemos eso así, queremos que todos los pueblos de España sientan no ya el patriotismo elemental con que nos tira la tierra, sino el patriotismo de la misión, el patriotismo de lo trascendental, el patriotismo de la misión, el patriotismo de lo trascendental, el patriotismo de la gran España.

Yo aseguro al Sr. Presidente, yo aseguro a la Cámara, que creo que todos pensamos sólo en esa España grande cuando la vitoreamos o cuando la echamos de menos en algunas conmemoraciones. Si alguien hubiese gritado muera Cataluña, no sólo hubiera cometido una tremenda incorrección, sino que hubiera cometido un crimen contra España, y no sería digno de sentarse nunca entre españoles. Todos los que sienten a España dicen viva Cataluña y vivan todas las tierras hermanas en esta admirable misión, indestructible y gloriosa, que os legaron varios siglos de esfuerzo con el nombre de España. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Rubió tiene la palabra.

El Sr. Rubió: En nombre de la minoría de Esquerra Republicana de Cataluña, de la cual fué jefe el insigne desaparecido, el honorable señor Presidente de la Generalidad de Cataluña, voy a dirigir a la Cámara pocas palabras, las indispensables para agradecer al Sr. Presidente de la Cámara y para agradecer a los Sres. Diputados que me han precedido en el uso de la palabra, cuanto han dicho que sea en elogio, que sea en consideración o que sea de simple comprensión hacia el difunto y hacia la causa que representaba, y también, Sres. Diputados, para agradecer a la Presidencia de la Cámara y para agradecer a los diversos sectores de esta Cámara su presencia en las ceremonias fúnebres que tuvieron lugar en Barcelona durante la semana pasada, cuya importancia no pueden comprender, cuyo valor de consuelo para nosotros no pueden comprender más que aquellos señores que hayan sentido, como nosotros, toda la intensidad del dolor de la pérdida.

En cuanto a los Sres. Diputados que han aludido a la conducta del Gobierno de la Generalidad de Cataluña en la ceremonia fúnebre del entierro, yo les contestaré simplemente que el Gobierno de la Generalidad de Cataluña, en el acto del entierro del Sr. Maciá y en todos los actos de su vida, se imitó a cumplir estrictamente las leyes de la República.

A los Sres. Diputados que no han sabido ahogar en estos momentos sus pasiones, yo les contestaré con el más absoluto silencio, porque no quiero empequeñecer la solemnidad que este acto tiene para nosotros y para la mayoría de la Cámara.

He sido. Sres. Diputados, designado para intervenir en la sesión de hoy, no por mis cualidades personales, sino por mi gran amistad con el difunto Francisco Maciá, amistad que arranca de la época amarga de la vida de Francisco Maciá en que fué separado del Ejército español; porque en aquellos momentos, una de las pocas manos que estrecharon la suya fué la de un coronel de Ingenieros, la mano de mi padre. Desde aquel momento mi amistad con Maciá se fué estrechando; y hoy, al hablar de él, yo no puedo, Sres. Diputados, hacer su elogio fúnebre. Si yo quisiera recordar los momentos de amargura de su vida, las campañas parlamentarias en esta misma Cámara, su destierro y finalmente su victoria, tenga la seguridad de que la emoción ahogaría mi voz y no podría hablar; porque en estos momentos siento toda la avaricia que tuvimos los catalanes al denominar a Maciá con el nombre del «Avi». En realidad debiéramos haberle llamado padre, porque ciertamente lo fué para todos los catalanes. Y si venciendo la emoción, Sres. Diputados, si venciendo esas lágrimas que vienen a mis ojos yo intentase hacer un discurso, ese discurso resultaría pálido al lado de la manifestación que el pueblo catalán rindió al difunto. En las jornadas del martes y miércoles de la semana pasada, Cataluña manifestó directamente su sentimiento; en aquellas jornadas, Sres. Diputados, Cataluña entera tributó su elogio fúnebre a Maciá. Cuando el pueblo habla directamente, nosotros, sus mandatarios, tenemos que escuchar los latidos del corazón del pueblo. No es hora de hablar, es hora de escuchar; pero si realmente no puedo hablar de Maciá ni de su obra, sí he de hablaros de esa ceremonia fúnebre.

Por primera vez después de cincuenta años de catalanismo político la representación del Estado español, la representación política de Cataluña y la unanimidad del pueblo catalána han vibrado con una sola emoción, con una emoción sin interés alguno, sin odios, sin esperanzas ni recelos. Esto, Sres. Diputados, es un hecho nuevo en la historia política de Cataluña, que se ha producido en torno al cadáver de Francisco Maciá, llamado el primer separatista. Y esto quiere decir que con lealtad en el corazón y franqueza en los labios es posible conciliar los más antagónicos intereses, los más contrapuestos puntos de vista. Cuando el miércoles último veíamos los catalanes desfilar las fuerzas del Ejército español ante el cadáver de nuestro ilustre Presidente, comprendimos, Sres. Diputados, la lección póstuma de Maciá; comprendimos que Maciá tenía razón cuando nos decía que dentro de la República española, dentro de la Constitución del 31, interpretada fielmente con arreglo a su letra y con arreglo a su espíritu, cabía una Cataluña libre, completamente libre (Rumores.): la Cataluña rica y plena de que se habla en las estrofas de nuestro himno nacional. (Fuertes rumores.)

El Sr. Presidente: Pero ¿es ésta la primera vez que hemos oído en la Cámara, como una orientación política, el llamado nacionalismo catalán? ¿Es que nos vamos a escandalizar de ello ahora? (Protestas en las minorías de derecha.) Yo afirmo desde aquí que hacen mucho más daño a España aquellos que exageran o desfiguran en sentimiento patriótico que los que guardan silencio y oyen con respeto a los señores representantes de Cataluña.

El Sr. Matesanz: No es eso; no lo ha oído bien el Sr. Presidente.

El Sr. Rubió: Y entonces nosotros, ante el cadáver de Maciá, los que militamos en los campos más extremistas del catalanismo, renovamos nuestra promesa de fidelidad a la República; renovamos nuestra promesa de fidelidad a la Constitución de 1931. (Un Sr. Diputado: ¿Y a España?.- Rumores.) Altísimo Maciá, te seguimos de lejos, pero seguiremos siempre tus huellas. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Presidente del Consejo de Ministros.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Lerroux): Sobriamente, Sres. Diputados, para asociarme, en nombre del Gobierno, con toda sinceridad, a este homenaje que estáis rindiendo a la figura insigne del primer Presidente de la Generalidad y que, debiendo haber sido oración piadosa y justa, llena de emoción, a la memoria de aquel luchador que representaba generosamente un ideal, que no todos compartían, ha estado a unto de convertirse en función política. (El Sr. Aragay: Es el cristianismo de esos señores .- Protestas en las minorías de derecha.) Allá SS.SS. En todo caso, es muy posible que yo prefiriese estar con el cristianismo de SS.SS. que con el libre pensamiento de S.S. (Aplausos en las minorías de derecha y radical.)

Como representantes de la Nación, todos tienen el mismo derecho para levantar aquí su voz y unirse a este homenaje, pero yo quiero invocar para mí un leve derecho de preferencia. Nací parlamentariamente en Cataluña en 1901; fuí allí elegido por primera vez Diputado y lo he sido durante muchos años consecutivamente; luché allí y luché frente a frente y con la mía bien descubierta, dando el pecho y la cara, contra aquellos ideales que podían redundar en perjuicio de la unidad española, del patriotismo como yo lo siento. Pero he de deciros que todavía entonces no era el Sr. Maciá hombre representativo de ningún ideal en Cataluña; lo fué más adelante. Y quiero expresar mi consideración, mi afecto, a la memoria de aquel hombre honrado, porque, fuese cualquiera el punto de partida para su actuación en la vida pública, seguí con tal serenidad, con tal fidelidad, con tan honrada lealtad sus ideales primeros, que, como siempre a los que se expresan en esos términos, yo rendía muda y calladamente al hombre representativo de aquel ideal que me era tan contrario, el homenaje de mi admiración y de mi consideración personal.

Se ha dicho aquí con razón que el Sr. Maciá era un acumulador de energías. Siguiendo la metáfora, me permitirá el Sr. Ventosa y Calvell yo añada que ha sido también un transformador de energías, y me ha de permitir la Cámara que, sin arrogancias de ningún género, yo me atribuya una participación en el triunfo que convirtió al Sr. Maciá en ese transformador de energías de Cataluña.

Destacaba sobre todo en el Sr. Maciá la espiritualidad. Yo no puedo pensar en él, yo no le podía mirar sin acordarme de aquellos versos de Rubén Darío, porque me lo representaba siempre, como la figura hidalga del «Hidalgo Manchego»: con la adarga al brazo, todo fantasía; con la lanza en ristre, todo corazón. Lo dió todo por sus ideales, y dió tanto, que en le última hora de su vida realizó, por aquella transformación, aquel ideal por el cual yo hube en cierta ocasión de ceñir a mi frente los colores de la bandera nacional para ponerla en contra de los que la vilipendiaban. Tengo que decir que el Sr. Maciá ha rendido en las postrimerías de su vida el más eminente servicio a la unidad nacional. ¿En qué ha consistido? Ha consistido en que, haciendo compatibles las libertades de Cataluña con la libertad de España entera, haciendo posible la personalidad regional dentro de la unidad nacional, aquel separatismo espiritual que nos oponía los unos a los otros se haya reducido en términos que ya no tiene sino de vez en cuando alguna que otra voz, de la cual no se hace responsable ningún hombre que sea solvente en la vida pública española. (Muy bien.) Son asperezas que se van reduciendo, son reliquias del pasado, son gritos del dolor de los vencidos; vencidos que debieran llamarse victoriosos cuando ven que Cataluña en el seno de España levanta su personalidad caminando hacia más amplias libertades, que serán compatibles con las de todo el resto del país.

Ahí se levantó una vez un orador en el momento de un drama histórico a decir, terminando un discurso: «La Humanidad camina de cumbre en cumbre, y en cada cumbre va dejando una cruz- ¡mi cristianismo! -, en cada cumbre va dejando una cruz que señala como un jalón las diversas etapas del progreso moral de la civilización.» De igual manera quiero yo decir ahora, plagiándome a mí mismo: la sociedad española va haciendo su historia de cumbre en cumbre, y en cada cumbre va señalando con una victoria como una hoguera espiritual en que se encienden luces de esperanza de esa integración, a que es preciso llegar de todo el país, hoy con la libertad de Cataluña, que cada día se irá haciendo más compatible, más armónica con las libertades del resto de España; mañana, con Estatuto de la región vasca; pasado -cumpliendo fielmente la Constitución, porque ese es nuestro deber y a eso estamos obligados si no queremos ser desleales a la República y a España- (Muy bien.- Aplausos), con todas esas etapas, una de esas cruces que destacan en la cumbre, uno de esos sacrificios es el del Sr. Maciá, que, venciéndose a sí mismo, venciendo acaso inclinaciones de un dolor que expresaba su protesta en frases que no eran las adecuadas, contra la tiranía del pasado y contra las injusticias históricas, pudo en algunos momentos, y debió, suscitar nuestras protestas. Pero posteriormente, cuando presidía una institución que se subordinaba al Estado, que es compatible con el Estado, realizó esa transformación a que me he referido y por la cual ya podemos tender los brazos a todos los catalanes, por encima de la tumba del Sr. Maciá, que, por eso, se ha convertido en un ara sagrada. (Muy bien, muy bien.- Prolongados aplausos en varios lados de la Cámara.)

El Sr. Presidente: ¿Acuerda la Cámara que conste en acta su sentimiento y que se comunique así a la familia del Sr. Maciá y a la Generalidad de Cataluña? (Manifestaciones de asentimiento.)

Así se acuerda.

El Sr. Albiñana: Con mi voto en contra, Sr. Presidente. (Rumores.)

El Sr. Presidente: Constará el voto en contra de S.S

Cierra España.

SUCESOS 1934.1ª parte


Agitada sesión necrológica sobre Maciá. Albiñana provoca un incidente. Diario de Sesiones, de 4 de enero de 1934
El Sr. Presidente: Se va a dar cuenta de una comunicación:

El Sr. Secretario (Alfaro) : Dice así

«Excmo. Sr.: Tengo el sentimiento de comunicar a V. E. el fallecimiento del Honorable Presidente de la Generalidad, don Francisco Maciá Llussá; ocurrida en el día de hoy.

Asimismo he de poner en su conocimiento que, de acuerdo con el artículo 44 del Estatuto interior de Cataluña, me he hecho cargo interinamente de la Presidencia de la Generalidad.

Viva V. E. muchos años.

Barcelona, Palacio de la Generalidad, 25 de diciembre de 1933.-

Casanova.- Excmo. Sr. Presidente de la Junta de Diputados, Madrid.»

El Sr. Presidente: Señores Diputados, por motivos que la Cámara conoce lo mismo que la Mesa, no ha sido posible dar hasta este momento noticia al Congreso de la triste nueva que contiene la comunicación que acaba de leer el Sr. Secretario. Cumplirá la Presidencia el deber tradicional de dedicar algunas palabras a nuestro ilustre compañero el Sr. Maciá, honorable Presidente de la Generalidad de Cataluña. Al hacerlo, claro es que no puede prescindir, ni prescindirse en ningún caso, de aquel carácter que ha distinguido siempre a las palabras necrológicas pronunciadas desde este sitio por el Presidente de la Cámara, referidas no tanto a la acción política personal del Diputado de que se tratara, como a su vida parlamentaria, en contacto con los Diputados a lo que ha sido la actuación de la persona a quien se recuerda, en el curso del tiempo, dentro de esta casa.

Vino el Sr. Maciá al Congreso hace va bastantes años; en 1907, por el distrito de Bona (Lérida), y continuó siendo elegido en aquellos Parlamentos hasta 1923. Su actuación fué la de un Diputado celoso y entusiasta, la de un procurador asiduo de los intereses de sus representados. En 1931 fué elegido por Barcelona y por Lérida. Ultimamente, en 1933, lo había sido por Barcelona.

Página destacada de la historia del Sr. Maciá, en el orden parlamentario, es aquel momento en que habiendo renunciado al acta, como consecuencia de la disolución del movimiento de la solidaridad de Cataluña, mil electores del Sr. Maciá vinieron a Madrid a presentar el acta y a requerir a las Cortes para que no dejaran de recibir en su seno el concurso ilustre del que era su Diputado hasta entonces.

No he de entrar en un análisis de lo que ha sido la vida política del Sr. Maciá en órdenes a los que -ya lo he dicho antes- no sería discreto que la Presidencia hubiera de acudir, tanto en cuanto que dignos señores Diputados de distintas significaciones de la Cámara habrán de intervenir después.

La figura del Sr. Maciá pertenece ya a la Historia. La visión de los distintos actos en que ha venido interviniendo no ha de hacerse con un criterio momentáneo, seguramente apasionado, que podría brotar del fondo del pensamiento de los que fueron con él o contra él beligerantes. Pero destacan en la vida del Sr. Maciá dos cualidades que he de subrayar ante la Cámara como ejemplo a otros ciudadanos y a todos los que actúan en política: su abnegación y su tenacidad. La abnegación, condición eminente en la vida pública, que consiste en supeditar todos los afanes, todos los intereses, aun aquellos que puedan merecer y sean más legítimos, a la obra política que se persigue. Quien haya leído, como yo lo he hecho en estos mismos días, el discurso que allá en 1907 pronunciara el Sr. Maciá al desprenderse de algo que formaba parte de su propia personalidad, durante muchos años, más aún que de su cuerpo de su alma, su condición de militar; el sentimiento íntimo con que iba a dejar de serlo y las protestas que hace en aquella ocasión de su amor a España, y de cuanto entrega por mantener y defender una política, no podrá menos de descubrirse con respeto delante de una figura que de tal modo se conduce. Pero además el Sr. Maciá fué un hombre tenaz, persistente, de voluntad irreprimible. En esta raza latina, donde no suelen equipararse las aspiraciones de la inteligencia con la expresión de la actividad de cada hombre público, Maciá fué ante todo un hombre que tuvo una perfecta ecuación entre estas dos facultades suyas: la inteligencia y la voluntad. Maciá, un día y otro día, un año y otro año, persevera en sus ideales, con una tenacidad que a algunos llega a parecerles obsesión; pero era su obsesión la condición más eminente de su carácter. Al fin y al cabo no habría una sola obra en la historia política de un pueblo que hubiera podido realizarse sin la obsesión persistente del hombre que la propagara y la defendiera.

Y recuerdo como una página íntima, inolvidable para mí, ciertos diálogos con el Sr. Maciá, cuando ambos nos encontrábamos emigrados en Bruselas y en París. He de deciros, con la expresión fiel de la intimidad de aquellos diálogos, que no podían estar influidos por, ningún género de consideraciones de momento, ya que uno y otro nos creíamos muy alejados del Poder -era en el año 1921-. Y el Sr. Maciá hablaba con una firmeza, con una estoica serenidad, con una magnífica dignidad, con aquella que tienen los varones fuertes delante de la desgracia. El Sr. Maciá, a quien muchos creían entonces abandonado y poco menos que desilusionado, tenía fe en sus ideas, tenía fe en Esparta, tenía fe en Cataluña, y era un sujeto admirable para el diálogo, no ya con hombres españoles como yo mismo, sino con hombres políticos eminentes de otros pueblos, que se honraban también con su amistad.

Quien aprecie lo que es la evolución del Sr. Maciá desde aquel discurso de 1901, en que se desprende, como digo, con pena, con dolor de lo que formaba parte de su personalidad y en cuyo discurso hay ciertos atisbos republicanos, pero sin romper totalmente con el pasado: cómo el ritmo se va acelerando delante de la situación de España, y cómo, a consecuencia de la evolución de las ideas en Cataluña y en toda nuestra Patria, el Sr. Maciá llega a tener, clara y rotunda, otra significación, apreciará el valor enorme, inmenso, como elemento espiritual y humano, de aquel convencimiento que brota en el Sr. Maciá, y de esta resolución, que va desde su discurso de 1907 hasta aquel momento glorioso, histórico, trascendental, en que proclama la República en Barcelona.

Hay que recoger, señores, este ejemplo: el ejemplo de la persistencia; imitar la obra constructiva. Yo creo -en ello no dudo que interpreto el sentimiento y la voluntad de la Cámara- que la mejor ofrenda que podemos depositar en la tumba de este gran ciudadano es decir que la Cámara española tiene un respeto absoluto y una actitud de buena fe perfecta delante de la implantación del Estatuto de Cataluña, que esta misma Cámara votó en funciones constituyentes, y que no hay núcleos políticos que puedan estorbar, ni quieran estorbar, ni dificultar, ni regatear el ejercicio de la libre voluntad de los catalanes; pero que, al mismo tiempo, esta expresión y este voto es también una espléndida ratificación de la voluntad nacional, de una voluntad española, que junta a los catalanes con todas las demás regiones en una afirmación, que es la afirmación gloriosa de España bajo la bandera dela República. (Aplausos.)

Previa la venia del Sr. Presidente, dijo

El Sr. De los Ríos: Señores Diputados, la minoría socialista quiere rendir el testimonio de su duelo a la memoria de don Francisco Maciá. Lo hace, porque en nosotros suscita una emoción vivamente admirativa esa característica del Sr. Maciá, consistente en un sentimiento heroico de la vida civil, sentimiento de que está impregnada toda su actuación desde que aparece en esta Cámara y en la vida política con motivo de Solidaridad catalana, hasta su muerte. Es esta emoción heroica en la vida civil del Sr. Maciá la que le lleva en los momentos difíciles, muy difíciles, de su vivir, a estar propicio en todo instante a ofrendar cuanto tenía: profesión, libertad, bienes económicos, vida; ello se debe a que Maciá pertenece a esa dinastía de hombres que se sienten absolutamente sugestionados por la constelación de ideales que hay en el interior de su conciencia y que a causa de esa sugestión encuentran firmeza moral y posibilidades para un querer fuerte, querer que brota del centro de su ideal mismo. Yo diría, subrayando palabras del Sr. Presidente de la Cámara, que la característica del Sr. Maciá fué una de las que debe tener todo gran político: Maciá supo querer, supo dotar a su voluntad de objetivos concretos que alcanzar, y cuando él vió claramente en el fondo de su querer, fué fiel a su querer, fué fiel al ideal de su Cataluña y fué fiel, como ahora lo mostraré, al ideal de una España republicana. Quien quiera darse cuenta de esta fidelidad, debe meditar sobre un proceso histórico de la vida española y sobre la significación de un hecho al que voy a referirme.

El proceso es la lucha de Cataluña contra el afrancesamiento político español, contra un cartesianismo político que llevaba a eliminar de la vida española las diferencias reales, vitales, biológico-geográficas y biológico-culturales de nuestras regiones; y en Cataluña, frente a esa posición, a virtud de la cual se hacía exclusivamente un uniforme político y jurídico para España, se levanta una concepción pluralista orgánica del Estado; concepción que, a su vez, es asumida por personalidades en todas las regiones de España; posición que, a causa de la polémica agria que hubo de sostener Cataluña contra el régimen centralista monárquico, llegó a agudizarse en términos, tales, que desembocó en posiciones maximalistas políticas, una de las cuales era la del Estat Catalá. Pues bien, Sres. Diputados, vino la República en el momento en que el caudillo de esa fuerza del Estat Catalá era don Francisco Maciá, en que éste era el símbolo de las reivindicaciones maximalistas de Cataluña, en que, a su vez, se convierte en objeto de la idolatría popular; era la hora del cenit político de don Francisco Maciá ; y en aquel instante Maciá supo querer, y supo querer porque supo renunciar, que es lo más difícil de saber. ¿Cómo renunció a esa posición maximalista?

Era el 17 de abril, y el Gobierno provisional nos había encargado al Sr. Nicolau d'Olwer, a don Marcelino Domingo y a quien tiene el honor de dirigirse a la Cámara, una misión que hubimos de cumplir en Barcelona. Horas de diálogo porfiado, noblemente porfiado; horas en que nuestros pensamiento, no concordes, entrechocaban, haciéndole ver al Sr. Maciá los graves daños que podría acarrear a España una persistencia en la actitud que implicaba la concepción del Estat Catalá, y en aquel momento hubo un repliegue espiritual en el Sr. Maciá. Recuerdo el final de aquella conversación: «Hoy -dijo el Sr. Maciá- hago el mayor sacrificio de mi vida pero lo hago sabedor de su alcance y de su necesidad.» Pues bien; aquél fué un día de albricias para España, porque al saber renunciar Maciá a lo que renunciaba, libertó a España de muchos males posibles, tal vez de una salpicadura de drama civil.

Señores Diputados, no es posible todavía que la concavidad de la Historia nos devuelva el eco de las acciones políticas del Sr. Maciá y podamos juzgarle en la plenitud de su significación, pero, precisamente en esa hora postrera y solemne en que se abre para los hombres el misterio de lo trascendente de la vida, no creo que cabe otra actitud, si no se ha de cometer una injusticia valorativa, más que la de medir a los hombres por el esfuerzo que hayan hecho para llevar a su máxima grandeza espiritual la unidad de su vida. Y porque en este sentido alcanzó una cota muy alta don Francisco Maciá, nosotros, la minoría socialista, le rendimos no sólo el testimonio de nuestro duelo, sino también el de nuestra respetuosa admiración. (Aplausos en varios lados de la Cámara.)

El Sr. Presidente: El Sr. Bello tiene la palabra.

El Sr. Bello: Los diversos grupos que forman esta minoría de izquierdas -Acción republicana, radicales socialistas, federales y Orga- me encargan que les represente en el homenaje a la memoria del señor Maciá. Hemos creído oportuno, para mayor fidelidad del pensamiento, recocerlo en una nota, que, con la venia de la Presidencia, voy a leer.

«El tiempo, transcurrido desde la muerte de Francisco Maciá, así como la magnitud de la manifestación de duelo que le tributó Cataluña, han servido para delinear con cierta perspectiva histórica la figura del gran patriota. Maciá es el guía, el héroe, el símbolo sentimental del pueblo catalán. Conviene explicar, para ejemplaridad de los políticos que amen lo que en otros tiempos clásicos se decía el aura popular, cuál es y dónde está la raíz de esos sentimientos de adhesión. A dos grandes hombres les ha llamado el pueblo en España de la misma manera: a Maciá, «el Avi»; a Pablo Iglesias, «el Abuelo». Y no por sus años -que otros fueron más viejos-, sino por el género de protección y tutela que esperaba de ellos la gran familia catalana, la gran familia proletaria. Los dos eran hombres de acción. Ninguno de los dos dudaba sobre el origen de su autoridad moral. La acción perseverante y firme atrae el afecto, porque los pueblos quieren a aquellos de quienes saben que nunca fallarán, que nunca torcerán su destino.

Tuvo don Francisco Maciá la suerte de figurar entre los pocos guía felices que logran decir a los suyos: «¡Aquí tenéis la tierra de promisión!» Hace falta para eso un ideal circunscrito, una visión rectilínea; hace falta que exista la tierra prometida. Y ha hecho falta, además, en este caso, el concurso de una revolución triunfante.

Y aquí viene lo esencial para nosotros, que pertenecemos a los partidos de izquierda colaboradores en la Constitución de la República. Maciá no torció ni truncó su destino y el pueblo se le mantuvo fiel. Habló cuando lo conveniente y lo acertado era hablar. Cuando era justo conspirar, conspiró. Hubo un día en que España se le hizo inhabitable y se lanzó a la emigración. Cuando la monarquía, para salvarse, interpuso una Dictadura, Maciá forjó una Constitución separatista, como si desahuciara sus propias esperanzas y quisiera cortar las amarras de una vez para siempre. Y el 14 de abril, cuando la primera virtud política era la resolución, la audacia, él dió el salto del tigre, adelantándose a proclamar la República catalana.

Pero entiéndase bien: sólo así pudo ser el héroe; así llegó a ser el símbolo, y por serlo, precisamente por serlo, cuando toda España se alzó en un movimiento revolucionario demostrándole que no estaba solo; cuando desde Madrid se hablaba un lenguaje distinto al de la monarquía, él pudo hacer que Cataluña, sintiéndose libre, entrara con todo entusiasmo y toda lealtad en la Constitución española. Hasta las mayores estridencias de aquellas horas de combate, viniendo del «Avi», venían amortiguadas por un acento patriarcal. Quedó construído el nuevo régimen autonómico y Maciá, sin torcer su destino ni el de su pueblo, siguió siendo el símbolo, no sólo para los catalanes que veían en él la garantía de sus libertades, sino para todos los españoles que por su concurso sentíamos garantizado el concepto más amplio de la unidad patria.

Maciá ha muerto. Su obra queda, su espíritu le sobrevive. Mientras aliente en las generaciones catalanas, entre los «hereus» y los desheredados, el espíritu del «Avi», la República española tendrá en Cataluña su más firme baluarte.» (Muy bien.- Aplausos en distintos lados de la Cámara.)

El Sr. Presidente: El Sr. Ventosa tiene la palabra.

El Sr. Ventosa: La sesión de hoy viene a subrayar y acentuar una nota característica que se observó ya en la manifestación de duelo imponente realizada por el pueblo de Cataluña el día del entierro de don Francisco Maciá. La nota característica consistió en que aquella manifestación no fué simplemente expresión de un sentimiento de solidaridad en el duelo por la muerte del primer presidente de la Generalidad de Cataluña. Había esto; pero no era sólo de Cataluña la manifestación de duelo, sino que en ella figuraba la más alta representación del Estado, el Sr. Presidente de la República; había una representación de las Cortes; existía representación de muchas ciudades españolas; figuraba representación de las más altas instituciones de España. ¿Por qué? Ni el acto del entierro ni la sesión de hoy representan la exaltación de un partido ni la aprobación de una política. Nosotros fuimos adversarios de Maciá durante su vida, y, sin embargo, asistimos al entierro y nos sumamos hoy al acto de homenaje. ¿Qué significa entonces? ¿Es simplemente ese impulso de generosidad que nos lleva a extremar los elogios a los muertos, como muchas veces extremamos los ataques a los adversarios vivos? No. En el homenaje a Maciá hay algo más: el sentimiento de que en su personalidad existe algo que merece este tributo de respeto y de consideración excepcionales.

No quiero referirme a las condiciones de la persona, de las que elocuentemente han hablado el Sr. Presidente de la Cámara y otros señores Diputados; me refiero a una condición de Maciá, en la cual seguramente todo el mundo está conforme, y es que Maciá, por una ley psicológica misteriosa, independiente de otras cualidades personales, tuvo la virtud, tuvo la fuerza de ser un condensador de entusiasmos y de adhesiones populares. Con razón o sin ella, por lo que fuera, representó un condensador de energías y de entusiasmos. El uso que hiciera de esa facultad excepcional no es hoy el momento de juzgarlo. Como se ha dicho muy bien, es muy poco el tiempo transcurrido para que podamos formular serenamente nuestro juicio, favorable o adverso, sobre la obra realizada por Maciá; pero ya, desde ahora, podemos señalar alguna cosa que debe traducirse en su elogio. A ello hacían referencia indirectamente algunos de los señores que han hablado, y es que en el momento del desbordamiento revolucionario, Maciá, condensador de energías y de entusiasmos, dió a aquel movimiento revolucionario, por su propia manera de ser, por su ideal, por su invencible optimismo, un sentido positivo y de afirmación que evitó, como acaso hubiera ocurrido, que pudiera derivar en actuaciones anárquicas, caóticas, meramente negativas.

Y concretamente, respecto del problema de Cataluña, prescindiendo de antecedentes sobre los cuales no hemos de formular ahora juicio, es evidente que la actuación de Maciá contribuyó a que este problema, que tantas pasiones despierta y que tantas violencias podía suscitar, tuviera una solución adecuada dentro del marco de la Constitución española y mediante una ley votada por las Cortes de la República. Yo creo que éste es un hecho y ésta es una nota, de tanta trascendencia, que bien merece que las Cortes rindan hoy a la memoria de Francisco Maciá este homenaje de respeto y de consideración.

El Sr. Presidente: El Sr. García-Bravo Ferrer tiene la palabra.

El Sr. García-Bravo Ferrer: La minoría republicana conservadora alza también su voz para dedicar en breves pero emocionadas palabras un recuerdo y un homenaje a la memoria del que fuera honorable primer Presidente de la Generalitat de Cataluña.

No pueden estas palabras, por ser mías, tener los acentos de elocuencia de aquellas que, con delectación ha escuchado la Cámara, y por ser ellas intérprete del criterio y del pensamiento de la minoría a que me honro en pertenecer, no podrán ser tampoco de loa ni de alabanza para la obra o para la labor política que realizara don Francisco Maciá, y con la cual nosotros estuvimos casi siempre en público y notorio desacuerdo. Ello no es obstáculo para que evoquemos con emoción la figura de Maciá y para que reconozcamos públicamente cómo aquel hombre que fué a un tiempo caudillo y guía de las multitudes y símbolo de las aspiraciones de Cataluña, siguió en todo momento, en la vida pública, caminos y sendas de los más elevados ideales y supo esmaltar su personalidad política con admirables y ejemplares virtudes cívicas.

En homenaje precisamente a la memoria de don Francisco Maciá, la minoría republicana conservadora silencia hoy el criterio que le mereciera su labor política. Sin embargo, nosotros tenemos que destacar una vez más aquella que fué la condición más estimada para nosotros en el Sr. Maciá: sus emperrados afanes idealistas. Y es que a nosotros, cuando examinábamos el panorama de la política nacional, los viejos partidos de Cataluña y sus hombres representativos, quizá por inexperiencia nuestra, se nos antojaba que sólo se preocupaban de las cuestiones económicas y financieras, y quizá debido también a esa inexperiencia teníamos la sensación de que toda la política de Cataluña estaba demasiado tocada de los problemas materiales, y fué un contraste alentador para nuestro espíritu romántico ver cómo la figura señera de don Francisco Maciá daba un mentís a ese concepto que nosotros teníamos de la política de Cataluña.

Esto es lo que nosotros queremos destacar singularmente en la figura de don Francisco Maciá, a quien creemos digno, a pesar de nuestra discrepancia con toda su política, de nuestra admiración. Silenciamos, por lo tanto, en homenaje debido a su memoria, el juicio que su labor política nos merezca. Como republicanos, hemos de evocar siempre con enorme emoción la figura de don Francisco Maciá, luchador en aquella gesta de las conspiraciones revolucionarias. Nosotros participamos en el dolor íntimo de los que fueron sus amigos y de los que fueron sus leales en vida y seguirán siendo leales a su memoria, y como cristianos, al pie de la tumba en que yace Maciá, elevamos una plegaria al Dios de la justicia, que es también el Dios de la misericordia. (Aplausos.)

El Sr. Aguirre: Pido la palabra.

El Sr. Presidente: La tiene S. S.

El Sr. Aguirre: La figura de don Francisco Maciá tiene para nosotros doble motivo de admiración y de profundo respeto. Al Sr. Maciá, nacionalista catalán, le unían con nosotros grandes vínculos derivados de una identidad ideológica; el Sr. Maciá, además, era gran amigo nuestro; el Sr. Maciá era afiliado de honor del partido nacionalista vasco. Pero he de fijarme exclusivamente en dos puntos en este acto de homenaje póstumo a la memoria del Sr. Maciá. Hombre de ideal, representa para nosotros una esperanza; hombre abrazado al sacrificio durante toda su vida, consecuente con su pensamiento, limpio en sus procedimientos, para nosotros, principalmente para la juventud que lucha por ideales de nobleza, y lucha por la libertad de su pueblo, así como él luchó por la del suyo, la figura del Sr. Maciá es y será tanto más elevada cuanto mayor sea nuestro concepto del ideal. Pero, además, nosotros, que propugnamos la libertad para nuestro pueblo y al mismo tiempo propugnarnos con todas las ansias de nuestro corazón, una civilización netamente cristiana, una civilización que borre lo mismo la hipocresía, que tanto ha dañado las puras esencias de la religión, como el sectarismo, del cual estamos heridos, en la figura de Maciá, muerto, con el Cristo en sus manos, vemos sublimarse la figura del sacrificio, y de aquel Cristo que está en sus manos sentimos emanar toda suerte de ánimos y de empujes para que nuestra labor, sobre la base del sacrificio, siga por la ruta que ha emprendido. Dios, en los Cielos, mirando por los pueblos de la tierra, y estos pueblos, Sres. Diputados, viviendo como Maciá quería y como nosotros queremos, en plena libertad, hermanada luego en un gran ideal de redención que abarque la Humanidad entera.

De aquí que en la figura de Maciá veamos al hombre de ideal, que luchó por su patria como nosotros luchamos por la nuestra, y al hombre que muere, al fin, con el Cristo en sus manos, que constituye precisamente el consuelo, el resumen, la satisfacción suprema de los que, como nosotros, queremos hoy y mañana, destinar nuestras vidas por medio del sacrificio a un magnífico ideal de redención de los pueblos y de la Humanidad. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Alvarez Robles tiene la palabra.

El Sr. Alvarez Robles: Señores Diputados, si la minoría popular agraria callase durante el curso de toda esta sesión, tengo la seguridad de que su actitud se prestaría a muy diversas interpretaciones, a todas esas interpretaciones que han ido sirviendo de base a la edificación de las teorías que nos explican la doctrina del silencio. Aquellos que creen que callar es lo mismo que otorgar, verían en nuestro silencio una afinidad, mejor dicho, una coincidencia con todo lo que aquí esta tarde se ha manifestado sobre Maciá, considerado como político. Para aquellos que profesan la teoría de que «quien no está conmigo está contra mí», nuestro silencio podría equivaler a un disentimiento con las patentizaciones de dolor que se han puesto de relieve en esta sesión necrológica. Tenemos la seguridad de que para nadie sería nuestro silencio un silencio elocuente: para unos sería tal vez una maniobra; para los otros, una actitud turbia, y nosotros queremos huir en todo momento de las actitudes turbias; somos partidarios de áctitudes tan claras que todos las entiendan y no puedan menos de entenderlas.

Lamento verdaderamente el encargo delicado que se me ha conferido, tan delicado que me parecerá poca la máxima cautela que ponga en mis palabras, de las cuales quiero apartar -lo digo como criterio interpretativo- todo lo que signifique un aspecto polémico, e incluso todo lo que pudiera producir un efecto retórico.

Estamos, de un lado, ante la presencia de un dolor íntimo de los que deploran la desaparición del pariente, del amigo, del compañero de representación parlamentaria; pero, de otro lado, han salido a relucir hoy idearios, principios, actuaciones políticas, sobre los cuales no es este el momento de que nosotros fijemos una actitud. La tenemos fijada, resellada y reiteradamente consignada, y no es este el momento, repito, de que una vez más la consignemos; pero tampoco es el momento de decir que la ratificamos. Es el momento, sencillamente, de decir que queda en pie.

Dos fases distintas del mismo problema, dos fases que hay que considerar distintamente también, para que ninguna invada el área de la otra, y así esta hora puede ser y sea, efectivamente, una hora de condolencia. pero de una condolencia cortés y sincera, porque la cortesía, para serlo, no necesita esconderse en los equívocos ni engañar con los disfraces de la mentira. (Muy bien, en las minorías de derechas.)

Se ha hablado aquí de Maciá persona; se han hecho patentizaciones, como decía, del dolor que a todos hoy ha producido su desaparición, y nosotros, por un principio de humanidad que debe ser común a todos los bien nacidos, nos asociamos de todo corazón a ese dolor. He dicho por un sentimiento de humanidad y no quiero que se hagan reservas mentales acerca de mis palabras; quiero hacer la salvedad expresa de que hay algo más: un sentimiento de solidaridad cristiana, al que aludía el Sr. Aguirre, y que hace que nosotros deploremos singularmente la muerte del hombre, que ha venido a fallecer en el seno de nuestra fe, de esa fe que, salvando todas las excepciones, por numerosas y respetables que sean, es el norte hacia el cual, instintivamente, se vuelven las miradas y los pasos de España y de los españoles en las horas críticas de dolor de la Historia y de la vida.

Pero se ha hablado aquí de algo más. Han salido, como decía, a relucir principios, actuaciones, idearios políticos, y se ha hablado de Maciá como personificación de esos principios y de esas actuaciones políticas, y nosotros, que nos hemos asociado a ese dolor, y consecuentemente a las manifestaciones de ese dolor, no podemos asociarnos a nada que pueda significar ni coincidencia remota con esos principios y actuaciones, y lógicamente, extremando hasta el límite la cortesía, por las circunstancias de dolor en que os dirijo la palabra, cuidaremos muy mucho de sumarnos a nada que pueda representar homenaje a esos principios, a esas actuaciones, ni homenaje a la propia personificación de esos principios y esa política en el difunto Sr. Maciá. (Muy bien en la minoría popular agraria.)

Como digo, no es esta la ocasión, porque he querido apartar de mis palabras toda intención polémica, de entrar a definir actitudes y criterios políticos; pero nosotros no podemos borrar ni una tilde, no podemos olvidar ni un acento de aquellas fórmulas escritas o habladas en que se ha condensado algo, en que para nosotros está todo nuestro corazón y aún algo más: un criterio de razón, para nosotros inexpugnable, y por lo tanto invariable a la vez.

Cierra España.

1934


La muerte de Maciá provoca discusiones en la sesión necrológica. El socialismo español se decide por la tendencia extremista de Largo Caballero en lugar de la moderada de Besteiro o la centrista de Prieto.

La anulación de la Ley de Cultivos de la Generalidad de Cataluña por el Tribunal de Garantías Constitucionales provoca gran malestar en Cataluña. Ambos hechos y la llegada de la CEDA al gobierno provocarán la revolución de octubre planeada para toda España, pero que se limitará a Asturias, con carácter de extrema izquierda, y a Cataluña, donde será regional-separatista.

Cierra España.