viernes, 18 de diciembre de 2009

SUCESOS 1934.1ª parte


Agitada sesión necrológica sobre Maciá. Albiñana provoca un incidente. Diario de Sesiones, de 4 de enero de 1934
El Sr. Presidente: Se va a dar cuenta de una comunicación:

El Sr. Secretario (Alfaro) : Dice así

«Excmo. Sr.: Tengo el sentimiento de comunicar a V. E. el fallecimiento del Honorable Presidente de la Generalidad, don Francisco Maciá Llussá; ocurrida en el día de hoy.

Asimismo he de poner en su conocimiento que, de acuerdo con el artículo 44 del Estatuto interior de Cataluña, me he hecho cargo interinamente de la Presidencia de la Generalidad.

Viva V. E. muchos años.

Barcelona, Palacio de la Generalidad, 25 de diciembre de 1933.-

Casanova.- Excmo. Sr. Presidente de la Junta de Diputados, Madrid.»

El Sr. Presidente: Señores Diputados, por motivos que la Cámara conoce lo mismo que la Mesa, no ha sido posible dar hasta este momento noticia al Congreso de la triste nueva que contiene la comunicación que acaba de leer el Sr. Secretario. Cumplirá la Presidencia el deber tradicional de dedicar algunas palabras a nuestro ilustre compañero el Sr. Maciá, honorable Presidente de la Generalidad de Cataluña. Al hacerlo, claro es que no puede prescindir, ni prescindirse en ningún caso, de aquel carácter que ha distinguido siempre a las palabras necrológicas pronunciadas desde este sitio por el Presidente de la Cámara, referidas no tanto a la acción política personal del Diputado de que se tratara, como a su vida parlamentaria, en contacto con los Diputados a lo que ha sido la actuación de la persona a quien se recuerda, en el curso del tiempo, dentro de esta casa.

Vino el Sr. Maciá al Congreso hace va bastantes años; en 1907, por el distrito de Bona (Lérida), y continuó siendo elegido en aquellos Parlamentos hasta 1923. Su actuación fué la de un Diputado celoso y entusiasta, la de un procurador asiduo de los intereses de sus representados. En 1931 fué elegido por Barcelona y por Lérida. Ultimamente, en 1933, lo había sido por Barcelona.

Página destacada de la historia del Sr. Maciá, en el orden parlamentario, es aquel momento en que habiendo renunciado al acta, como consecuencia de la disolución del movimiento de la solidaridad de Cataluña, mil electores del Sr. Maciá vinieron a Madrid a presentar el acta y a requerir a las Cortes para que no dejaran de recibir en su seno el concurso ilustre del que era su Diputado hasta entonces.

No he de entrar en un análisis de lo que ha sido la vida política del Sr. Maciá en órdenes a los que -ya lo he dicho antes- no sería discreto que la Presidencia hubiera de acudir, tanto en cuanto que dignos señores Diputados de distintas significaciones de la Cámara habrán de intervenir después.

La figura del Sr. Maciá pertenece ya a la Historia. La visión de los distintos actos en que ha venido interviniendo no ha de hacerse con un criterio momentáneo, seguramente apasionado, que podría brotar del fondo del pensamiento de los que fueron con él o contra él beligerantes. Pero destacan en la vida del Sr. Maciá dos cualidades que he de subrayar ante la Cámara como ejemplo a otros ciudadanos y a todos los que actúan en política: su abnegación y su tenacidad. La abnegación, condición eminente en la vida pública, que consiste en supeditar todos los afanes, todos los intereses, aun aquellos que puedan merecer y sean más legítimos, a la obra política que se persigue. Quien haya leído, como yo lo he hecho en estos mismos días, el discurso que allá en 1907 pronunciara el Sr. Maciá al desprenderse de algo que formaba parte de su propia personalidad, durante muchos años, más aún que de su cuerpo de su alma, su condición de militar; el sentimiento íntimo con que iba a dejar de serlo y las protestas que hace en aquella ocasión de su amor a España, y de cuanto entrega por mantener y defender una política, no podrá menos de descubrirse con respeto delante de una figura que de tal modo se conduce. Pero además el Sr. Maciá fué un hombre tenaz, persistente, de voluntad irreprimible. En esta raza latina, donde no suelen equipararse las aspiraciones de la inteligencia con la expresión de la actividad de cada hombre público, Maciá fué ante todo un hombre que tuvo una perfecta ecuación entre estas dos facultades suyas: la inteligencia y la voluntad. Maciá, un día y otro día, un año y otro año, persevera en sus ideales, con una tenacidad que a algunos llega a parecerles obsesión; pero era su obsesión la condición más eminente de su carácter. Al fin y al cabo no habría una sola obra en la historia política de un pueblo que hubiera podido realizarse sin la obsesión persistente del hombre que la propagara y la defendiera.

Y recuerdo como una página íntima, inolvidable para mí, ciertos diálogos con el Sr. Maciá, cuando ambos nos encontrábamos emigrados en Bruselas y en París. He de deciros, con la expresión fiel de la intimidad de aquellos diálogos, que no podían estar influidos por, ningún género de consideraciones de momento, ya que uno y otro nos creíamos muy alejados del Poder -era en el año 1921-. Y el Sr. Maciá hablaba con una firmeza, con una estoica serenidad, con una magnífica dignidad, con aquella que tienen los varones fuertes delante de la desgracia. El Sr. Maciá, a quien muchos creían entonces abandonado y poco menos que desilusionado, tenía fe en sus ideas, tenía fe en Esparta, tenía fe en Cataluña, y era un sujeto admirable para el diálogo, no ya con hombres españoles como yo mismo, sino con hombres políticos eminentes de otros pueblos, que se honraban también con su amistad.

Quien aprecie lo que es la evolución del Sr. Maciá desde aquel discurso de 1901, en que se desprende, como digo, con pena, con dolor de lo que formaba parte de su personalidad y en cuyo discurso hay ciertos atisbos republicanos, pero sin romper totalmente con el pasado: cómo el ritmo se va acelerando delante de la situación de España, y cómo, a consecuencia de la evolución de las ideas en Cataluña y en toda nuestra Patria, el Sr. Maciá llega a tener, clara y rotunda, otra significación, apreciará el valor enorme, inmenso, como elemento espiritual y humano, de aquel convencimiento que brota en el Sr. Maciá, y de esta resolución, que va desde su discurso de 1907 hasta aquel momento glorioso, histórico, trascendental, en que proclama la República en Barcelona.

Hay que recoger, señores, este ejemplo: el ejemplo de la persistencia; imitar la obra constructiva. Yo creo -en ello no dudo que interpreto el sentimiento y la voluntad de la Cámara- que la mejor ofrenda que podemos depositar en la tumba de este gran ciudadano es decir que la Cámara española tiene un respeto absoluto y una actitud de buena fe perfecta delante de la implantación del Estatuto de Cataluña, que esta misma Cámara votó en funciones constituyentes, y que no hay núcleos políticos que puedan estorbar, ni quieran estorbar, ni dificultar, ni regatear el ejercicio de la libre voluntad de los catalanes; pero que, al mismo tiempo, esta expresión y este voto es también una espléndida ratificación de la voluntad nacional, de una voluntad española, que junta a los catalanes con todas las demás regiones en una afirmación, que es la afirmación gloriosa de España bajo la bandera dela República. (Aplausos.)

Previa la venia del Sr. Presidente, dijo

El Sr. De los Ríos: Señores Diputados, la minoría socialista quiere rendir el testimonio de su duelo a la memoria de don Francisco Maciá. Lo hace, porque en nosotros suscita una emoción vivamente admirativa esa característica del Sr. Maciá, consistente en un sentimiento heroico de la vida civil, sentimiento de que está impregnada toda su actuación desde que aparece en esta Cámara y en la vida política con motivo de Solidaridad catalana, hasta su muerte. Es esta emoción heroica en la vida civil del Sr. Maciá la que le lleva en los momentos difíciles, muy difíciles, de su vivir, a estar propicio en todo instante a ofrendar cuanto tenía: profesión, libertad, bienes económicos, vida; ello se debe a que Maciá pertenece a esa dinastía de hombres que se sienten absolutamente sugestionados por la constelación de ideales que hay en el interior de su conciencia y que a causa de esa sugestión encuentran firmeza moral y posibilidades para un querer fuerte, querer que brota del centro de su ideal mismo. Yo diría, subrayando palabras del Sr. Presidente de la Cámara, que la característica del Sr. Maciá fué una de las que debe tener todo gran político: Maciá supo querer, supo dotar a su voluntad de objetivos concretos que alcanzar, y cuando él vió claramente en el fondo de su querer, fué fiel a su querer, fué fiel al ideal de su Cataluña y fué fiel, como ahora lo mostraré, al ideal de una España republicana. Quien quiera darse cuenta de esta fidelidad, debe meditar sobre un proceso histórico de la vida española y sobre la significación de un hecho al que voy a referirme.

El proceso es la lucha de Cataluña contra el afrancesamiento político español, contra un cartesianismo político que llevaba a eliminar de la vida española las diferencias reales, vitales, biológico-geográficas y biológico-culturales de nuestras regiones; y en Cataluña, frente a esa posición, a virtud de la cual se hacía exclusivamente un uniforme político y jurídico para España, se levanta una concepción pluralista orgánica del Estado; concepción que, a su vez, es asumida por personalidades en todas las regiones de España; posición que, a causa de la polémica agria que hubo de sostener Cataluña contra el régimen centralista monárquico, llegó a agudizarse en términos, tales, que desembocó en posiciones maximalistas políticas, una de las cuales era la del Estat Catalá. Pues bien, Sres. Diputados, vino la República en el momento en que el caudillo de esa fuerza del Estat Catalá era don Francisco Maciá, en que éste era el símbolo de las reivindicaciones maximalistas de Cataluña, en que, a su vez, se convierte en objeto de la idolatría popular; era la hora del cenit político de don Francisco Maciá ; y en aquel instante Maciá supo querer, y supo querer porque supo renunciar, que es lo más difícil de saber. ¿Cómo renunció a esa posición maximalista?

Era el 17 de abril, y el Gobierno provisional nos había encargado al Sr. Nicolau d'Olwer, a don Marcelino Domingo y a quien tiene el honor de dirigirse a la Cámara, una misión que hubimos de cumplir en Barcelona. Horas de diálogo porfiado, noblemente porfiado; horas en que nuestros pensamiento, no concordes, entrechocaban, haciéndole ver al Sr. Maciá los graves daños que podría acarrear a España una persistencia en la actitud que implicaba la concepción del Estat Catalá, y en aquel momento hubo un repliegue espiritual en el Sr. Maciá. Recuerdo el final de aquella conversación: «Hoy -dijo el Sr. Maciá- hago el mayor sacrificio de mi vida pero lo hago sabedor de su alcance y de su necesidad.» Pues bien; aquél fué un día de albricias para España, porque al saber renunciar Maciá a lo que renunciaba, libertó a España de muchos males posibles, tal vez de una salpicadura de drama civil.

Señores Diputados, no es posible todavía que la concavidad de la Historia nos devuelva el eco de las acciones políticas del Sr. Maciá y podamos juzgarle en la plenitud de su significación, pero, precisamente en esa hora postrera y solemne en que se abre para los hombres el misterio de lo trascendente de la vida, no creo que cabe otra actitud, si no se ha de cometer una injusticia valorativa, más que la de medir a los hombres por el esfuerzo que hayan hecho para llevar a su máxima grandeza espiritual la unidad de su vida. Y porque en este sentido alcanzó una cota muy alta don Francisco Maciá, nosotros, la minoría socialista, le rendimos no sólo el testimonio de nuestro duelo, sino también el de nuestra respetuosa admiración. (Aplausos en varios lados de la Cámara.)

El Sr. Presidente: El Sr. Bello tiene la palabra.

El Sr. Bello: Los diversos grupos que forman esta minoría de izquierdas -Acción republicana, radicales socialistas, federales y Orga- me encargan que les represente en el homenaje a la memoria del señor Maciá. Hemos creído oportuno, para mayor fidelidad del pensamiento, recocerlo en una nota, que, con la venia de la Presidencia, voy a leer.

«El tiempo, transcurrido desde la muerte de Francisco Maciá, así como la magnitud de la manifestación de duelo que le tributó Cataluña, han servido para delinear con cierta perspectiva histórica la figura del gran patriota. Maciá es el guía, el héroe, el símbolo sentimental del pueblo catalán. Conviene explicar, para ejemplaridad de los políticos que amen lo que en otros tiempos clásicos se decía el aura popular, cuál es y dónde está la raíz de esos sentimientos de adhesión. A dos grandes hombres les ha llamado el pueblo en España de la misma manera: a Maciá, «el Avi»; a Pablo Iglesias, «el Abuelo». Y no por sus años -que otros fueron más viejos-, sino por el género de protección y tutela que esperaba de ellos la gran familia catalana, la gran familia proletaria. Los dos eran hombres de acción. Ninguno de los dos dudaba sobre el origen de su autoridad moral. La acción perseverante y firme atrae el afecto, porque los pueblos quieren a aquellos de quienes saben que nunca fallarán, que nunca torcerán su destino.

Tuvo don Francisco Maciá la suerte de figurar entre los pocos guía felices que logran decir a los suyos: «¡Aquí tenéis la tierra de promisión!» Hace falta para eso un ideal circunscrito, una visión rectilínea; hace falta que exista la tierra prometida. Y ha hecho falta, además, en este caso, el concurso de una revolución triunfante.

Y aquí viene lo esencial para nosotros, que pertenecemos a los partidos de izquierda colaboradores en la Constitución de la República. Maciá no torció ni truncó su destino y el pueblo se le mantuvo fiel. Habló cuando lo conveniente y lo acertado era hablar. Cuando era justo conspirar, conspiró. Hubo un día en que España se le hizo inhabitable y se lanzó a la emigración. Cuando la monarquía, para salvarse, interpuso una Dictadura, Maciá forjó una Constitución separatista, como si desahuciara sus propias esperanzas y quisiera cortar las amarras de una vez para siempre. Y el 14 de abril, cuando la primera virtud política era la resolución, la audacia, él dió el salto del tigre, adelantándose a proclamar la República catalana.

Pero entiéndase bien: sólo así pudo ser el héroe; así llegó a ser el símbolo, y por serlo, precisamente por serlo, cuando toda España se alzó en un movimiento revolucionario demostrándole que no estaba solo; cuando desde Madrid se hablaba un lenguaje distinto al de la monarquía, él pudo hacer que Cataluña, sintiéndose libre, entrara con todo entusiasmo y toda lealtad en la Constitución española. Hasta las mayores estridencias de aquellas horas de combate, viniendo del «Avi», venían amortiguadas por un acento patriarcal. Quedó construído el nuevo régimen autonómico y Maciá, sin torcer su destino ni el de su pueblo, siguió siendo el símbolo, no sólo para los catalanes que veían en él la garantía de sus libertades, sino para todos los españoles que por su concurso sentíamos garantizado el concepto más amplio de la unidad patria.

Maciá ha muerto. Su obra queda, su espíritu le sobrevive. Mientras aliente en las generaciones catalanas, entre los «hereus» y los desheredados, el espíritu del «Avi», la República española tendrá en Cataluña su más firme baluarte.» (Muy bien.- Aplausos en distintos lados de la Cámara.)

El Sr. Presidente: El Sr. Ventosa tiene la palabra.

El Sr. Ventosa: La sesión de hoy viene a subrayar y acentuar una nota característica que se observó ya en la manifestación de duelo imponente realizada por el pueblo de Cataluña el día del entierro de don Francisco Maciá. La nota característica consistió en que aquella manifestación no fué simplemente expresión de un sentimiento de solidaridad en el duelo por la muerte del primer presidente de la Generalidad de Cataluña. Había esto; pero no era sólo de Cataluña la manifestación de duelo, sino que en ella figuraba la más alta representación del Estado, el Sr. Presidente de la República; había una representación de las Cortes; existía representación de muchas ciudades españolas; figuraba representación de las más altas instituciones de España. ¿Por qué? Ni el acto del entierro ni la sesión de hoy representan la exaltación de un partido ni la aprobación de una política. Nosotros fuimos adversarios de Maciá durante su vida, y, sin embargo, asistimos al entierro y nos sumamos hoy al acto de homenaje. ¿Qué significa entonces? ¿Es simplemente ese impulso de generosidad que nos lleva a extremar los elogios a los muertos, como muchas veces extremamos los ataques a los adversarios vivos? No. En el homenaje a Maciá hay algo más: el sentimiento de que en su personalidad existe algo que merece este tributo de respeto y de consideración excepcionales.

No quiero referirme a las condiciones de la persona, de las que elocuentemente han hablado el Sr. Presidente de la Cámara y otros señores Diputados; me refiero a una condición de Maciá, en la cual seguramente todo el mundo está conforme, y es que Maciá, por una ley psicológica misteriosa, independiente de otras cualidades personales, tuvo la virtud, tuvo la fuerza de ser un condensador de entusiasmos y de adhesiones populares. Con razón o sin ella, por lo que fuera, representó un condensador de energías y de entusiasmos. El uso que hiciera de esa facultad excepcional no es hoy el momento de juzgarlo. Como se ha dicho muy bien, es muy poco el tiempo transcurrido para que podamos formular serenamente nuestro juicio, favorable o adverso, sobre la obra realizada por Maciá; pero ya, desde ahora, podemos señalar alguna cosa que debe traducirse en su elogio. A ello hacían referencia indirectamente algunos de los señores que han hablado, y es que en el momento del desbordamiento revolucionario, Maciá, condensador de energías y de entusiasmos, dió a aquel movimiento revolucionario, por su propia manera de ser, por su ideal, por su invencible optimismo, un sentido positivo y de afirmación que evitó, como acaso hubiera ocurrido, que pudiera derivar en actuaciones anárquicas, caóticas, meramente negativas.

Y concretamente, respecto del problema de Cataluña, prescindiendo de antecedentes sobre los cuales no hemos de formular ahora juicio, es evidente que la actuación de Maciá contribuyó a que este problema, que tantas pasiones despierta y que tantas violencias podía suscitar, tuviera una solución adecuada dentro del marco de la Constitución española y mediante una ley votada por las Cortes de la República. Yo creo que éste es un hecho y ésta es una nota, de tanta trascendencia, que bien merece que las Cortes rindan hoy a la memoria de Francisco Maciá este homenaje de respeto y de consideración.

El Sr. Presidente: El Sr. García-Bravo Ferrer tiene la palabra.

El Sr. García-Bravo Ferrer: La minoría republicana conservadora alza también su voz para dedicar en breves pero emocionadas palabras un recuerdo y un homenaje a la memoria del que fuera honorable primer Presidente de la Generalitat de Cataluña.

No pueden estas palabras, por ser mías, tener los acentos de elocuencia de aquellas que, con delectación ha escuchado la Cámara, y por ser ellas intérprete del criterio y del pensamiento de la minoría a que me honro en pertenecer, no podrán ser tampoco de loa ni de alabanza para la obra o para la labor política que realizara don Francisco Maciá, y con la cual nosotros estuvimos casi siempre en público y notorio desacuerdo. Ello no es obstáculo para que evoquemos con emoción la figura de Maciá y para que reconozcamos públicamente cómo aquel hombre que fué a un tiempo caudillo y guía de las multitudes y símbolo de las aspiraciones de Cataluña, siguió en todo momento, en la vida pública, caminos y sendas de los más elevados ideales y supo esmaltar su personalidad política con admirables y ejemplares virtudes cívicas.

En homenaje precisamente a la memoria de don Francisco Maciá, la minoría republicana conservadora silencia hoy el criterio que le mereciera su labor política. Sin embargo, nosotros tenemos que destacar una vez más aquella que fué la condición más estimada para nosotros en el Sr. Maciá: sus emperrados afanes idealistas. Y es que a nosotros, cuando examinábamos el panorama de la política nacional, los viejos partidos de Cataluña y sus hombres representativos, quizá por inexperiencia nuestra, se nos antojaba que sólo se preocupaban de las cuestiones económicas y financieras, y quizá debido también a esa inexperiencia teníamos la sensación de que toda la política de Cataluña estaba demasiado tocada de los problemas materiales, y fué un contraste alentador para nuestro espíritu romántico ver cómo la figura señera de don Francisco Maciá daba un mentís a ese concepto que nosotros teníamos de la política de Cataluña.

Esto es lo que nosotros queremos destacar singularmente en la figura de don Francisco Maciá, a quien creemos digno, a pesar de nuestra discrepancia con toda su política, de nuestra admiración. Silenciamos, por lo tanto, en homenaje debido a su memoria, el juicio que su labor política nos merezca. Como republicanos, hemos de evocar siempre con enorme emoción la figura de don Francisco Maciá, luchador en aquella gesta de las conspiraciones revolucionarias. Nosotros participamos en el dolor íntimo de los que fueron sus amigos y de los que fueron sus leales en vida y seguirán siendo leales a su memoria, y como cristianos, al pie de la tumba en que yace Maciá, elevamos una plegaria al Dios de la justicia, que es también el Dios de la misericordia. (Aplausos.)

El Sr. Aguirre: Pido la palabra.

El Sr. Presidente: La tiene S. S.

El Sr. Aguirre: La figura de don Francisco Maciá tiene para nosotros doble motivo de admiración y de profundo respeto. Al Sr. Maciá, nacionalista catalán, le unían con nosotros grandes vínculos derivados de una identidad ideológica; el Sr. Maciá, además, era gran amigo nuestro; el Sr. Maciá era afiliado de honor del partido nacionalista vasco. Pero he de fijarme exclusivamente en dos puntos en este acto de homenaje póstumo a la memoria del Sr. Maciá. Hombre de ideal, representa para nosotros una esperanza; hombre abrazado al sacrificio durante toda su vida, consecuente con su pensamiento, limpio en sus procedimientos, para nosotros, principalmente para la juventud que lucha por ideales de nobleza, y lucha por la libertad de su pueblo, así como él luchó por la del suyo, la figura del Sr. Maciá es y será tanto más elevada cuanto mayor sea nuestro concepto del ideal. Pero, además, nosotros, que propugnamos la libertad para nuestro pueblo y al mismo tiempo propugnarnos con todas las ansias de nuestro corazón, una civilización netamente cristiana, una civilización que borre lo mismo la hipocresía, que tanto ha dañado las puras esencias de la religión, como el sectarismo, del cual estamos heridos, en la figura de Maciá, muerto, con el Cristo en sus manos, vemos sublimarse la figura del sacrificio, y de aquel Cristo que está en sus manos sentimos emanar toda suerte de ánimos y de empujes para que nuestra labor, sobre la base del sacrificio, siga por la ruta que ha emprendido. Dios, en los Cielos, mirando por los pueblos de la tierra, y estos pueblos, Sres. Diputados, viviendo como Maciá quería y como nosotros queremos, en plena libertad, hermanada luego en un gran ideal de redención que abarque la Humanidad entera.

De aquí que en la figura de Maciá veamos al hombre de ideal, que luchó por su patria como nosotros luchamos por la nuestra, y al hombre que muere, al fin, con el Cristo en sus manos, que constituye precisamente el consuelo, el resumen, la satisfacción suprema de los que, como nosotros, queremos hoy y mañana, destinar nuestras vidas por medio del sacrificio a un magnífico ideal de redención de los pueblos y de la Humanidad. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Alvarez Robles tiene la palabra.

El Sr. Alvarez Robles: Señores Diputados, si la minoría popular agraria callase durante el curso de toda esta sesión, tengo la seguridad de que su actitud se prestaría a muy diversas interpretaciones, a todas esas interpretaciones que han ido sirviendo de base a la edificación de las teorías que nos explican la doctrina del silencio. Aquellos que creen que callar es lo mismo que otorgar, verían en nuestro silencio una afinidad, mejor dicho, una coincidencia con todo lo que aquí esta tarde se ha manifestado sobre Maciá, considerado como político. Para aquellos que profesan la teoría de que «quien no está conmigo está contra mí», nuestro silencio podría equivaler a un disentimiento con las patentizaciones de dolor que se han puesto de relieve en esta sesión necrológica. Tenemos la seguridad de que para nadie sería nuestro silencio un silencio elocuente: para unos sería tal vez una maniobra; para los otros, una actitud turbia, y nosotros queremos huir en todo momento de las actitudes turbias; somos partidarios de áctitudes tan claras que todos las entiendan y no puedan menos de entenderlas.

Lamento verdaderamente el encargo delicado que se me ha conferido, tan delicado que me parecerá poca la máxima cautela que ponga en mis palabras, de las cuales quiero apartar -lo digo como criterio interpretativo- todo lo que signifique un aspecto polémico, e incluso todo lo que pudiera producir un efecto retórico.

Estamos, de un lado, ante la presencia de un dolor íntimo de los que deploran la desaparición del pariente, del amigo, del compañero de representación parlamentaria; pero, de otro lado, han salido a relucir hoy idearios, principios, actuaciones políticas, sobre los cuales no es este el momento de que nosotros fijemos una actitud. La tenemos fijada, resellada y reiteradamente consignada, y no es este el momento, repito, de que una vez más la consignemos; pero tampoco es el momento de decir que la ratificamos. Es el momento, sencillamente, de decir que queda en pie.

Dos fases distintas del mismo problema, dos fases que hay que considerar distintamente también, para que ninguna invada el área de la otra, y así esta hora puede ser y sea, efectivamente, una hora de condolencia. pero de una condolencia cortés y sincera, porque la cortesía, para serlo, no necesita esconderse en los equívocos ni engañar con los disfraces de la mentira. (Muy bien, en las minorías de derechas.)

Se ha hablado aquí de Maciá persona; se han hecho patentizaciones, como decía, del dolor que a todos hoy ha producido su desaparición, y nosotros, por un principio de humanidad que debe ser común a todos los bien nacidos, nos asociamos de todo corazón a ese dolor. He dicho por un sentimiento de humanidad y no quiero que se hagan reservas mentales acerca de mis palabras; quiero hacer la salvedad expresa de que hay algo más: un sentimiento de solidaridad cristiana, al que aludía el Sr. Aguirre, y que hace que nosotros deploremos singularmente la muerte del hombre, que ha venido a fallecer en el seno de nuestra fe, de esa fe que, salvando todas las excepciones, por numerosas y respetables que sean, es el norte hacia el cual, instintivamente, se vuelven las miradas y los pasos de España y de los españoles en las horas críticas de dolor de la Historia y de la vida.

Pero se ha hablado aquí de algo más. Han salido, como decía, a relucir principios, actuaciones, idearios políticos, y se ha hablado de Maciá como personificación de esos principios y de esas actuaciones políticas, y nosotros, que nos hemos asociado a ese dolor, y consecuentemente a las manifestaciones de ese dolor, no podemos asociarnos a nada que pueda significar ni coincidencia remota con esos principios y actuaciones, y lógicamente, extremando hasta el límite la cortesía, por las circunstancias de dolor en que os dirijo la palabra, cuidaremos muy mucho de sumarnos a nada que pueda representar homenaje a esos principios, a esas actuaciones, ni homenaje a la propia personificación de esos principios y esa política en el difunto Sr. Maciá. (Muy bien en la minoría popular agraria.)

Como digo, no es esta la ocasión, porque he querido apartar de mis palabras toda intención polémica, de entrar a definir actitudes y criterios políticos; pero nosotros no podemos borrar ni una tilde, no podemos olvidar ni un acento de aquellas fórmulas escritas o habladas en que se ha condensado algo, en que para nosotros está todo nuestro corazón y aún algo más: un criterio de razón, para nosotros inexpugnable, y por lo tanto invariable a la vez.

Cierra España.

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