jueves, 22 de octubre de 2009

Discusión sobre el uso del catalán y del castellano en la educación de Cataluña (4ª parte)

El Sr. Presidente del Gobierno (Azaña): Pido la palabra.


El Sr. Presidente: La tiene S.S.

El Sr. Presidente del Gobierno: Tenía la intención de no intervenir en esta discusión, no ciertamente porque fuera mi propósito escudarme en un prudente silencio para eludir una declaración de actitud o de pensamiento político en la materia, como parece que suponía el señor Maura cuando requería a todos, en general, a una definición clara de actitudes. No. No pensaba intervenir, en primer término, porque mi posición en este problema es conocidísima, notoria y antigua; segundo, porque la enmienda que se discute va encabezada por mi correligionario el Sr. Sánchez Albornoz y está aceptada por todo el partido de Acción Republicana, y, tercero, porque, ocupando yo este puesto, la más elemental prudencia me aconsejaba mantenerme un poco apartado del debate, a fin de que no pareciese que yo trataba de ejercer alguna presión o coacción sobre los correligionarios que contienden en este asunto. Pero la actitud del Sr. Maura me obliga, bien a mi pesar, a decir cuatro palabras que pongan la cuestión en sus verdaderos términos.

El Sr. Maura está satisfecho, seguramente, de lo que acaba de hacer. El Sr. Maura ha levantado una bandera, y es natural. El Sr. Maura acaba de salir del Gobierno, tiene plena libertad para sus movimientos políticos, es un fogoso temperamento de propagandista y necesita inmediatamente -yo lo comprendo- una plataforma sobre la cual luchar. (Grandes y prolongado rumores. -El Sr. Maura hace gestos negativos y, como otros Sres. Diputados, pronuncia palabras que no se perciben.) Yo le digo al Sr. Maura que, no obstante ser libre cada cual en la elección de los términos políticos en que se plantean las cuestiones del gobierno de España, me parece un error que un hombre de la autoridad de S.S. haya tomado parte en esta cuestión en nombre del españolismo. (El Sr. Manra hace signos de extrañeza.) Lo acaba de decir S.S... (El Sr. Maura: No.) Ha empleado S.S. estas palabras... (El Sr. Maura: ¿Me perdona S.S.?) en nombre del españolismo. Y yo digo; Sr. Maura, que el error más grave, si no se tratara de S.S. diría que la pifia más grave (Rumores), que se puede cometer en esta materia, es contraponer el criterio de S.S., en nombre del españolismo, al criterio de los Diputados catalanes o de los partidarios de las autonomías o de los demás partidos políticos que tienen un criterio opuesto a S.S., pero que no dejan de ser españoles ni españolistas por ser autonomistas y catalanes. (Muy bien.)

Este es el error fundamental. Su señoría es muy dueño de apreciar la situación como le plazca, pero ni S.S ni nadie tiene derecho a decir que es más españolista que los demás si éstos no comparten el criterio que su señoría acaba de defender.

Es demasiado seria la cuestión, Sres. Diputados, para llevarla a términos de pasión y de efecto político parlamentario inmediato.

¿Quién da al Sr. Maura el derecho a decir que los que voten en un determinado sentido son indiferentes a que el Estado mantenga o no en Cataluña la enseñanza? Pero ¿de cuándo acá tiene S.S el derecho de interpretar por anticipado el voto de los partidos? (El Sr. Maura: El texto de la ley.) El texto de la ley no es el que ha dado S.S. Su señoría ha dicho que el que vote en contra de la enmienda que acaba de defender el Sr. Unamuno significa que le es indiferente que el Estado tenga o no a su cargo la enseñanza en Cataluña, y éste es un derecho que S.S. se toma, pero que nadie le ha concedido. (Rumores.)

Lo que tengo que decir a las Cortes, y lo digo como hombre de partido y como Diputado que va a votar en favor de la enmienda, hoy dictamen, a causa de haber sido aceptada por la Comisión, es esto: nosotros hemos hecho una revolución, o la ha hecho quien fuere; hemos traído la República, o la ha traído quien fuere, y una de las cosas que tiene que hacer la República es resolver el problema de Cataluña, y si no lo resolvemos, la República habrá fracasado, aunque viva cien años (Rumores), y la única manera de resolver el problema de Cataluña es resolverlo en sentido liberal, haciendo honor a las propagandas, a las promesas y a los programas de los partidos, publicados en todas partes y suscritos, en lo que se refiere al problema de Cataluña, por el propio Sr. Maura. (Muy bien en la minoría de izquierda catalana y en algún otro banco.) Y en todo el problema catalán no hay nada más sensible, nada más doloroso, nada más irritante, a veces, que la cuestión de las Lenguas.

¿Cómo es posible, Sr. Maura, que nosotros, en esta situación, al discutirse la Constitución, vayamos a adoptar un texto constitucional que haga imposible el día de mañana la votación libre del Estatuto de Cataluña, o del de otra región cualquiera, prejuzgando una cuestión que debe resolverse en su esencia al votarse esos Estatutos y no la Constitución? ¿ Qué hemos hecho nosotros en estas Cortes cada vez que el texto constitucional ha rozado de cerca o de lejos el problema de las autonomías, sino adoptar un texto constitucional que no prejuzgue la cuestión, que deje íntegramente su resolución al porvenir, con el fin de que al llegar la discusión de los Estatutos catalán, vasco o gallego, las Cortes, con plena soberanía, con plena autoridad, puedan aprobarlos o rechazarlos en todo o en parte? Lo que no se puede hacer desde ahora es cerrar los caminos, disgustando a los que hemos venido aquí con el mejor deseo de dar a este problema una solución armónica y constitucional que permita vivir a Cataluña en paz con toda España.

Este es mi criterio y ésta estimo que es la verdadera cuestión, señores Diputados; de ninguna manera creo procedente lanzarse a fondo sobre el problema de si el Estado debe tener estas o las otras atribuciones respecto a la enseñanza en Cataluña, en Vasconia o en Galicia. ¿Que es este el problema parlamentario actual, Sr. Maura? No; el problema parlamentario actual consiste en votar un texto constitucional que, reservando íntegramente todas las facultades del Estado en el porvenir, reserve también todas las posibilidades del Estado para cuando las Cortes lo quieran votar.

No es otro el problema y tomarlo en otro sentido, aunque la contraposición sea leal, sincera y noble, es muy mal sistema, Sr. Maura, y puede llevarnos a situaciones inextricables que, desde este sitio aconsejaría a su señoría que no las provocase.

Por lo tanto, Sres. Diputados, yo no voy a hacer una defensa de la enmienda del Sr. Sánchez Albornoz, aceptada por la mayoría de la Comisión, pero puesto que el Sr. Maura decía que había que fijar actitudes, yo fijo públicamente la mía, voy a votar el texto de la Comisión, y lo voy a votar por esa razón, porque deja libre el camino del Estatuto, porque no prejuzga el Estatuto y porque, habiéndolo aceptado los Diputados catalanes, de cuya vigilancia por el porvenir de sus aspiranes no creo que pueda caber ninguna duda, y teniendo nosotros, hombres de partido, la convicción de que no se roza para nada ni se mete para nada con el porvenir de las atribuciones del Estado, estamos en el deber de transigir así y proponer a nuestros amigos y correligionarios que voten la enmienda tal como la ha aceptado la Comisión.

Me parece que la situación es bien clara, Sr. Maura. ¿Qué tiene que ver con un problema de la gravedad de éste lo que dijo ayer el partido radical o lo que dijo ayer el partido socialista? ¿Es que el partido radical ayer no defendía legítimamente una posición histórica suya? ¿Es que no se votó? ¿Es que no quedó denotada la posición del partido radical? ¿Es que un partido, el partido radical, una vez que pierde una votación no puede ya volver a moverse más en los debates parlamentarios, no puede adoptar otra posición dejando a salvo su criterio y el ideario de su partido? ¿Es posible, Sr. Maura, que S.S., que conoce las responsabilidades del Gobierno, ahora que se ve libre de ellas, pueda en un ímpetu oratorio magnífico como suyo y prenda de su magnífico temperamento político y parlamentado, crear una situación parlamentaria difícil? Sr. Maura, hay responsabilidades, colaboraciones, que no se rompen en veinticuatro horas, y S.S. no puede ahora venir a decirnos que él no participa en cabildeos, en secretos y en cambalaches. ¿Cuándo no han ocurrido estos cabildeos, secreteos y cambalaches? ¿Es que es alguna cosa punible, vergonzosa, deshonrosa, que los Diputados y los partidos, enfrentándose en el salón de sesiones por criterios opuestos, se reúnan, expongan en común sus ideas, razonen alrededor de una mesa, digan familiarmente los argumentos o los motivos o los hechos que quizá no caben en los términos de un discurso y lleguen a un convencimiento común, a un texto aceptable para todos, transigiendo todos? ¿Es que esto es lo que se llama con tono despectivo un cabildeo, cambalache o cosa por el estilo? Pero Sr. Maura, ¿cuántas veces en nuestra accidental etapa de Gobierno no hemos hecho S.S. y yo lo mismo en otras cuestiones? ¿Pues no ha ido S.S. al despacho de Ministros a preguntarme qué es lo que íbamos a hacer, y yo se lo he dicho? ¿Está feo? No. Pues si no lo está, ¿por qué nos censura S.S.? (El Sr. Maura: Ya lo explicaré.) Yo, Sres. Diputados, dicho esto, y dando a esta réplica del Sr. Maura, que, naturalmente, he tenido que poner en el tono de viveza que él ha dado a su intervención, cosa que me cuesta poco trabajo, porque seis meses de convivencia con el Sr. Maura me han hecho familiarizarme con su timbre de voz y su tono, rogaría a las Cortes que apreciasen el problema tal como es, que no se trata ahora de resolver para siempre si el Estado va a tener la enseñanza de Cataluña, si el Estado va a tener esta o la otra función, que se reserva íntegra la posibilidad del Estado en Cataluña, que este problema se plantea para el Estatuto, que hay que dejar paso al Estatuto y que no hay derecho a contraponer nunca la vigilancia, el cuidado y el amor a la cultura castellana con la vigilancia, el cuidado y el amor a la cultura catalana.

No puedo admitir eso porque la cultura catalana y la cultura castellana son la cultura española (Muy bien), y cada una de ellas forma su parte alícuota en la cultura de mi patria y es absurdo sembrar la discordia, crear un resquemor injustificado cuando a la noble ambición de aquellos hombres que traen de su país una aspiración, un lenguaje y una ambición legítimas se les pone, como valladar, el respeto a la cultura castellana, que nada tiene que temer de ninguna otra cultura nacional, puesto que forma parte, como todas las otras, de la cultura española. Sr. Maura, no hablemos a los catalanes en tono de oposición de la cultura castellana. Tan española es la suya como la nuestra y juntos formamos el país y la República.

¿Vamos a olvidar la colaboración de los Diputados republicanos catalanes en la instauración de la República? ¿Es posible, Sr. Maura, que su señoría se vuelva a esos hombres, como acaba de hacerlo, y prevea para el porvenir presiones, gestiones sobre supuestos Gobiernos chiles que van a abandonar en manos de los grupos políticos catalanes no sé qué parte esencial del Estado? Pero ¿en qué manos cree S.S. que va a caer el Gobierno de España, o qué clase de hombres cree S.S. que son esos Diputados catalanes? Pues qué, ¿no sabe S.S. que actualmente la República en Cataluña no tiene mejor apoyo, ni tiene mejor escudo, ni tiene mejores paladines que todos esos Diputados y los partidos que ellos representan? ¿O es que cree S.S. que el escudo de la República en Cataluña está en el nacionalismo de la extrema derecha o en los sindicatos revolucionarios?

Esos hombres, esos Diputados, para nosotros representan un sentido de libertad republicana y un sentido de autonomía que coincide exactamente con los programas, con las ideas y con los propósitos de nuestro partido republicano, que responde exactamente al ideario, de la revolución y de la República, y se comprometerían las promesas, las obligaciones y el porvenir de la República, si ahora, por un movimiento pasional, por un patriotismo que no puede ser mayor ni menor en unos que en otros, les defraudásemos, presentándonos como enemigos de las reivindicaciones de Cataluña. (Grandes aplausos.)

Cierra España.


Discusión sobre el uso del catalán y del castellano en la educación de Cataluña (3ª parte)

El Sr. Ruiz Funes (de la Comisión): Pido la palabra.

El Sr. Presidente: La tiene S.S.

El Sr. Ruiz Funes: La Comisión ha aceptado la enmienda del señor Sánchez Albornoz, por mayoría de votos, porque entiende que en esa enmienda resultan coincidentes la mayor parte de los criterios de los grupos o sectores de la Cámara, en su deseo de resolver este problema con el máximo de acierto posible.

Aceptada la enmienda del Sr. Sánchez Albornoz, la Comisión hace, por mi boca, la declaración dolorosísima, porque le consta al maestro Unamuno que todos y cada uno de los miembros de la Comisión tienen para el ilustre profesor una veneración especial, de que no puede admitir su enmienda por haber sido aceptada ya la del Sr. Sánchez Albornoz, que no coincide exactamente con la del Sr. Unamuno, aunque sí tiene con ella algún punto de contacto.

El Sr. Presidente: Antes de proceder a la votación, si el Sr. Maura desea usar de la palabra, puede hacerlo.

El Sr. Maura: Porque atribuyo a lo que ahora se está discutiendo la máxima importancia, dentro del tema constitucional, me levanto, no sólo a explicar el voto, aunque sea ese el trámite reglamentario, sino a hacer un llamamiento a la conciencia de la Cámara y a pedir, si ello es posible, que se definan, de una vez, las actitudes de cada cual en este problema de la enseñanza de Cataluña. (Muy bien.)

Y vamos a colocar el problema en su verdadero lugar, porque yo, Sr. Sánchez Albornoz, teniendo por S.S. el máximo respeto, he de decirle que toda la disertación de S.S. en esta tarde ha flotado en el vacío. Porque el problema no es ése; no es el problema de la Lengua; es un problema mucho más vivo. (El Sr. Sánchez Albornoz pide la palabra) Luego la pedirá S.S. con más razón, después de que oiga todos mis razonamientos. (Risas y rumores.)

El problema es éste: frente a las regiones autónomas, ¿cuál va a ser la actitud del Estado en materia de enseñanza? Pues hay tres posturas: una, la inhibición total; otra, la de hacer compatible la enseñanza del Estado con la enseñanza de las regiones en unos mismos Institutos y Universidades, y otra, la de que el Estado diga a las regiones autónomas: «Yo estoy donde estoy y no me voy, porque cumplo una obligación elemental (Muy bien), y tú, región autónoma, si quieres montar tu Universidad, te autorizo a ello y te doy la facultad para que colaciones los grados; pero yo no me voy.» (Muy bien.) Esta es la postura que este Diputado considera más adecuada. Pero eso, Sr. Sánchez. Albornoz, con carácter obligatorio. ¿Por qué? Pues la razón es clara: porque el Estado que deserte de esa misión fundamental, fundamentalísima, que supone nada menos que formar las conciencias de las generaciones en los Institutos y en las Universidades, entrega a estos señores, o a quien sea, el porvenir entero de una región, del alma de una región, que es mucho más que el de la economía y que el de todas las esencias de la vida de la región. Y un Estado que hace eso se suicida. (Muy bien.) Y yo digo que el Estado español y las Cortes Constituyentes españolas, al votar hoy la enmienda con el «podrá», lo que harán será facultar, a través de cubileteos y de enredos, como los que estamos presenciando a diario... (Aplausos que impiden oir el final del párrafo.) Esta minoría (señalando a la de izquierda catalana) arranca al Gobierno el desistimiento de la enseñanza allí y hace que no pueda volver jamás el Estado a establecer, con pleno derecho, la enseñanza en Cataluña. Tiene una gravedad inmensa lo que se está discutiendo hoy.

Pero, además, Sres. Diputados, en la enmienda nuestra, en la propuesta nuestra, ¿dónde está el agravio para Cataluña? ¿Qué queréis? ¿La autonomía? La tenéis absoluta. Cread otras Universidades, dadles la colación de grados. ¿En qué os daña, en qué os perjudica que el Estado esté allí presente, cuidando de la enseñanza, de la cultura castellanas, que tiene la obligación de defender? ¿En qué os perjudica eso? Hablad sinceramente. ¿Hay algo que os perjudique en eso? ¡Ah! Pues si hay algo, lo que quiere decir es que pretendéis imponer en la Universidad vuestra el espíritu vuestro, con exclusión del espíritu castellano, a las generaciones de Cataluña. Y frente a eso estaremos todos como un sólo hombre. Pero, además, señores, tenemos la experiencia. ¿Pero es que no ha habido en Barcelona un Instituto de Estudios catalanes? ¿No ha funcionado ese Instituto durante años? ¿Y qué ha salido de ese Instituto? (Un Sr. Diputado pronuncia palabras que no se perciben.) Muchas obras en castellano, ya lo sé; pero allí se ha forjado toda esa pléyade de separatistas que son hoy la flor y nata de la juventud separatista de Cataluña.

Está bien; que sigan haciéndolo si quieren; pero el castellano que vive en Cataluña, ¿No tiene derecho a que el Estado cumpla con su obligación de darle el asilo intelectual y de formarle su espíritu en castellano con la Ciencia castellana? (Un Sr. Diputado: Y la catalana.) Y la catalana para los catalanes. (Rumores.) Se decía ayer: es que nosotros enseñaremos también la cultura castellana ¡Pues no faltaba más que se negaran a enseñar la cultura castelllana! Y si no enseñaban eso, ¿qué iban a enseñar? (Risas y rumores.) ¡Ya lo creo! Pero hay muchos modos de enseñar una cultura. La cultura castellana no consiste sólo en enseñar la historia de la literatura o la historia patria, no; hay muchos modos de imbuir en el espíritu de las gentes, de los muchachos, de los alumnos, el fondo de la cultura. Y eso es lo que yo temo, y por eso es por lo que el Estado no puede ni debe pasar.

Y ahora, para ser breve, vamos a aclarar la situación parlamentaria. Señor Guerra del Río y señores de la minoría radical: ¿Qué ha pasado de ayer a hoy para que, levantándose S.S. cuando se discutía el voto del Sr. Iglesias, dijese que no lo votaban porque había una enmienda socialista que iban a votar SS.SS. por estar con ella conformes? (El señor Guerra del Río pide la palabra.) Que venga el Diario de Sesiones de ayer, a ver si no digo cosa cierta. (Rumores.-El Sr. Guerra del Río: Pregunte S.S. a la minoría socialista por qué no votó ayer la enmienda de la minoría radical -Nuevos rumores y algunas protestas en la minoría socialista.-El Sr. De Francisco: La minoría socialista ha explicado su actitud a la faz de todo el mundo. -Nuevos y prolongados rumores.)

Lo que yo deseo, no es causar una perturbación política; lo que yo deseo es ver si en este problema, de una gravedad tal que lo considero el más grave de todos dentro del problema constitucional, hay modo de aclarar actitudes y de que no prevalezcan aquí conciliábulos de fuera. Lo menos a que tenemos derecho los Diputados y el país es a saber dónde está cada cual en un problema de esta naturaleza. (Muy bien, muy bien. El Sr. Ortega y Gasset (D. Eduardo) pronuncia palabras que no se perciben.) ¿Qué dice S.S.? (El Sr. Ortega y Gasset (D. Eduardo): Que el diablo, harto de pasteles, se metió a fraile.) ¿Por quién dice eso S.S.? (El Sr. Ortga y Gasset (D. Eduardo): Por los muchos pasteles que ha hecho S.S. Rumores.) ¿Yo? ¿Con quién? ¿No será con S.S.? (Risas y aplausos.)

Yo lo que digo es que en la tarde de ayer la minoría radical, por boca del Sr. Guerra del Río, manifestó que estaba en esencia conforme con el espíritu de la enmienda del Sr. Iglesias. (Rumores.- El Sr. Guerra del Río: Fué al revés.) Y que, salvando la parte personal que el señor Iglesias había puesto en su discurso, no votaba con él porque al día siguiente se iba a votar la enmienda de los socialistas. (Denegaciones en las minorías radical y socialista.) ¿No es eso? (El Sr. Guerra del Río: Todo lo contrario.) Bien.

Señores radicales: ¿Podéis decir...? (El Sr. Guerra del Río: Interrogatorios, no. Ya contestaremos; pero aquí no admitimos interrogatorios. Grandes rumores.) Tienen SS.SS. que escucharme. (El Sr. Guerra del Rio: No admitimos ese tono, ni a S.S. ni a nadie; eso al Sr. Pildain, cuando estaba aquí; a nosotros, no. -Nuevos rumores y protestas.)

Si eso no es así, quedará claro que planteado el pleito en esa forma, que es la única en que se puede plantear, porque ese es el fondo del pleito, votarán en contra de la enmienda del Sr. Unamuno todos los que piensen que es indiferente para el Estado tener o no tener su enseñanza propia en Cataluña. (Rumores y protestas. El Sr. Presidente del Gobierno: Eso es un sofisma, Sr. Maura. Pido la palabra. -Grandes rumores.)

Señor Presidente del Consejo, quiero anticiparme a la observación o a la réplica que S.S. ha de hacerme. Seguramente me va a decir que, desde el momento en que en el precepto constitucional se dice que el Estado «podrá tener», es facultad del Estado, en todo instante, tener o no la enseñanza allí, los organismos allí y, por consiguiente, que el Estado, cuando lo considere preciso, asistirá a la enseñanza en Cataluña y en las demás regiones estableciendo sus órganos de enseñanza. Pues bien; yo a eso contesto, por anticipado, a S.S. con este sencillo argumento: el Estado hoy está emplazado en Cataluña, su enseñanza instalada. Y el problema que se plantea es éste, que cuando haya un Gobierno lo suficientemente débil y para que la presión de los señores catalanes sea bastante eficaz a fin de que el Estado les ceda las Universidades allí existentes, a partir de ese momento el Estado tendrá necesidad de entrar por la fuerza, ¡por la fuerza!, y volver a instalar allí la Universidad. Y quien no conozca eso, no conoce la realidad. (El señor Presidente del Gobierno: ¡Con la Guardia civil!) Ni con la Guardia civil. (Grandes rumores. -Muchos Sres. Diputados pronuncian palabras que no se perciben.) Si yo no pretendo convencer a nadie. Me he levantado a salvar mi responsabilidad, y lo he hecho. (El Sr. Hurtado pronuncia palabras que tampoco se perciben.) Aguarde S.S. Repito que me he levantado a salvar mi responsabilidad y decir que, si se vota y subsiste eso, la inmediata, después de votada la Constitución y arrancado eso con el Estatuto, será que la actual Universidad española en Barcelona pasará a manos de los catalanes; y esa responsabilidad, hoy, en el Diario de Sesiones, quiero dejarla a salvo, concretamente, para ahora y para lo sucesivo. Lo demás no es de mi incumbencia; es de la vuestra, señores de los partidos. (El Sr. Pittaluga: Pido la palabra para una aclaración de voto.)

Cierra España.


Discusión sobre el uso del catalán y del castellano en la educación de Cataluña (2ª parte)



El Sr. Jiménez de Asúa: La Comisión acepta la enmienda.


El Sr. Presidente: El Sr. Maura tenía pedida la palabra, pero puesto que la Comisión ha aceptado la enmienda, si lo estima oportuno, le reservaré la palabra para cuando se discuta inmediatamente una enmienda presentada por el Sr. Unamuno, y entonces, cuando llegue el momento de la votación, tendré mucho gusto en conceder al Sr. Maura la palabra para explicar el voto.

El Sr. Maura: Pero ¿no se va a votar esta enmienda?

El Sr. Presidente: No, porque queda incorporada al dictamen. Yo supongo que, después de las manifestaciones de la Comisión, la Cámara no tendrá inconveniente en tomar en consideración esta enmienda. La Presidencia entiende que, admitida por la Comisión, queda sin más incorporada al dictamen y que la Cámara se pronunciará en relación con las otras enmiendas.
El Sr. Alba: Pido la palabra.

El Sr. Presidente: La tiene S. S.

El Sr. Alba: Por encima de la voluntad de la Comisión, señor Presidente y señores Diputados, está la voluntad de la Cámara, y ésta podrá hacer uso de su derecho de admitir o no esa enmienda.

El Sr. Presidente: Efectivamente, por encima de la voluntad de la Comisión está la de la Cámara. Pero la admisión de esa enmienda no quiere decir sino que, si no se admiten otras, va a ser sometida a una votación definitiva como artículo, como ponencia del artículo, y entonces es cuando se manifiesta la voluntad de la Cámara.

Hay otra enmienda del Sr. Unamuno. (Véase el Apéndice 3.: al Diario número 60.)

El Sr. Unamuno: Pido la palabra.

El Sr. Presidente: La tiene S.S.

El Sr. Unamuno: La enmienda dice asi:

«A LAS CORTES CONSTITUYENTES

Los Diputados que suscriben tienen el honor de proponer la siguiente enmienda al dictamen de la Comisión de Constitución, en el art. 48:

«Art. 48. Es obligatorio el estudio de la Lengua castellana, que deberá emplearse como instrumento de enseñanza en todos los Centros de España.

Las regiones autónomas podrán, sin embargo, organizar enseñanzas en sus Lenguas respectivas. Pero en este caso el Estado mantendrá también en dichas regiones las Instituciones de enseñanza de todos los grados en el idioma oficial de la República.

»Palacio de las Cortes a 21 de octubre de 1931.- Miguel de Unamuno.- Miguel Maura. - Roberto Novoa Santos.- Fernando Rey.- Emilio González.- Felipe Sánchez Roman.- Antonio Sacristán.»

Y ahora Sres. Diputados, debo confesar que me levanto en muy especial estado de ánimo, no muy placentero ciertamente. Apenas convaleciente de un cierto arrechucho, no sólo físico, sino también psíquico, vengo con el ánimo profundamente entristecido y contristado y no sé si podré poner la debida sordina a mis palabras y contenerme en los límites también debidos, porque no tengo costumbres ninguna de ese forcejeo de partidos políticos ni de cambalaches ni de transacciones. Afortunadamente para mí, y acaso más afortunadamente para vosotros, no pertenezco o no formo parte de ninguno de esos partidos, mejor o peor cimentados, y en los que se resuelven las cosas bajo normas de disciplina; pero hay por debajo de esos partidos políticos una especie de -no le llamaremos partido- agrupaciones, que podían denominarse profesionales. En esta Cámara hay médicos, en esta Cámara hay abogados, en esta Cámara hay ingenieros, hay también hombres de oficios manuales, y en esta Cámara, señores, hay demasiados catedráticos (Murmullos); probablemente somos demasiados entre maestros y catedráticos. Yo, que sé lo que he sufrido bajo el pliegue profesional, quisiera hoy, cuando se trata de la enseñanza, poder libertarme de él, poder libertarme de ese triste pliegue que no nos deja ver las cosas con bastante claridad. Dondequiera que el Ejército ha abusado, se ha formado un partido antimilitarista; donde el Clero ha abusado, se ha formado un partido anticlerical. Nuestros hijos, nuestros nietos, conocerán en España un Partido antipedagogista, porque yo temo mucho a la pedantería de los que nos arrogamos el sacerdocio de la cultura. (Muy bien, mny bien.) Esto es algo muy peligroso; mas ahora que oigo hablar continuamente de cultura (ya es una palabra que me duele en los oídos del corazón), y aquí, cuando parece que se trata de apoderarse, por la enseñanza del niño, de formar su alma, hay veces que, tristemente, creo que de lo que se trata es de dejar tranquilos a los maestros y a los profesores; es un funcionarismo. No sé por qué en esta Constitución de papel que estamos haciendo no se ha puesto un artículo que diga: «Todo español será funcionario público»; y en muchos casos esto quiere decir que todo español será pordiosero. Esta es la verdad verdadera.

Digo esto, porque precisamente en estos días, cuando estaba apasionando aquí y fuera de aquí -en Cataluña, en Vasconia, en Galicia y en las demás partes de España- este problema de la enseñanza del idioma, he recibido cartas y telegramas de padres de familia, de muchachos algunas, de una amargura extrema, que me recordaban a aquellos pobres españoles que fueron a Cuba en un tiempo, casaron allí, formaron allí su familia y se vieron luego despreciados por sus hijos. He recibido cartas de una enorme amargura; pero la mayor parte de los telegramas han sido de funcionarios, de maestros, que lo que querían es que no se les quitara una colocación. Y es que en el fondo, más que de otra cosa, se trata de eso: de si ciertos funcionados podrán seguir funcionando en unos sitios con libertad o no podrán seguir funcionando. No es más que eso; muchas veces es una cuestión de competencia profesional.

Pero, viniendo al fondo de la cuestión, no es, acaso, lo de la lengua, con serlo tanto, lo más grave. La lengua, en muchos casos -y lo decía muy bien el Sr. De Francisco-, en mi tierra nativa se toma como un instrumento de nacionalismo regional y de algo peor, y es alli, además, una lengua que no existe, que se está inventando ahora y que rechaza todo el mundo, porque el genuino aldeano, si se le pregunta a solas, dice: 'A mí no me importa eso; lo que yo quiero es aquello que me pueda elevar el espíritu y que me pueda hacer entender de la mayor parte de las gentes.» Pero lo que se trataba con la lengua es de establecer lo que la Biblia llama un «schibolet» para distinguir a unos de otros y que pasara el que pronunciara una cosa bien y no pasara el que pronunciara otra mal. Yo he visto cosas, como decir que para poder aspirar a ser secretario de un Ayuntamiento era menester conocer el vascuence en un pueblo donde el vascuence no se habla.

Quiero abreviar, porque ya digo que no estoy en ánimo muy propicio. Se ha venido aquí hablando continuamente de cultura (oímos esta palabra allá en los principios de la guerra mundial): cultura con c de la pequeña, latina, o con k alemana, con cuatro puntas como un caballo de Frisia; pero hay otra cosa que parece más modesta que la cultura y que, sin embargo, a mí me preocupa mucho más, que es la civilización: la cosa civil. Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, cuando se dirigía a sus paisanos, a los hebreos, les hablaba en hebreo -lo cuenta el libro de «Los hechos de los Apóstoles»-, pero dictaba su cristianismo en lengua griega, que era la lengua ecuménica del Imperio romano; cuando se presentaba ante el pretor, contestaba: «Soy ciudadano romano.» La civilización es de ciudadanía y es romana y lo de la civilización es siempre imperial.

Aquí se hablaba el otro día de minorías étnicas. ¿Qué es eso de minorías étnicas? ¿Dónde están las minorías étnicas? ¿Minorías en qué sentido? ¿Contada toda España o contada una sola región? Yo me acuerdo que, hace años, un alcalde de Barcelona se dirigió al entonces rey D. Alfonso XII, en nombre, decía, de los naturales de Barcelona. Yo me creí obligado a protestar. Un alcalde de Barcelona no puede dirigirse en nombre de los naturales, sino de los vecinos, sean naturales o no, ni se puede establecer una diferencia entre vecinos y naturales. No hay, ni puede haber, dos ciudadanías.

Este es el punto de la civilización. Yo no sé cuántos son los que constituyen esa llamada minoría étnica; por ejemplo, en Barcelona no sé si son el 10, el 20, el 30 ó el 40 por 100. Lo que me parece bochornoso es que se les vaya a proteger como a una minoría. ¡A proteger! El Estado no debe pasar por eso; a que le protejan otros y a que se les dé como una asignatura el castellano; como un instrumento, no; como una asignatura, no. Esto hace que se forme ese triste caso de lo que llaman el meteco, el hombre que está continuamente sufriendo. ¿Que por qué no se asimila? ¡Ah! Eso habría que verlo muy despacio y con mucha calma.

Pero dejando estas consideraciones, porque si me dejase llevar de ellas llegaría a cosas muy amargas, vengo al texto concreto. «Es obligatorio el estudio de la lengua castellana, que deberá emplearse como instrumento de enseñanza en todos los Centros docentes de España.» Yo hubiera preferido que se dijera: «es obligatorio enseñar en castellano. Las regiones autónomas podrán, sin embargo, organizar enseñanzas en sus lenguas respectivas (naturalmente, los comunistas podrán organizarlas en esperanto o en ruso); pero en este caso, el Estado mantendrá también en dichas regiones las instituciones de enseñanza de todos los grados en el idioma oficial de la nación.» En este caso, y en cualquier caso, «mantendrá». La cosa está bien clara; no tiene más que seguir manteniendo.

Hoy hay en Barcelona una Universidad de España, y este es el punto fuerte; Universidad de que no puede ni debe desprenderse el Estado español en absoluto; que no debe caer bajo el control de ningún otro Poder que el del Estado español, ni compartirlo. Porque aquí, de lo que se trata en el fondo es de apoderarse de esa Universidad. ¡Cuidado!, que yo temo más aún que a la autonomía regional a la autonomía universitaria. Llevo cuarenta años de profesor, sé lo que serían la mayor parte de nuestras Universidades si se dejara una plena autonomía y cómo se convertirían en cotos cerrados para cerrar el paso a los forasteros. Alguien me decía: ¿Es que se va a sostener allí una Universidad con el dinero de Cataluña? No, con el dinero de toda España, naturalmente, incluso Cataluña; como se mantienen las Universidades del resto de España, y con el dinero de Cataluña.

Además, yo que no entiendo mucho, ni quiero entender, de ciertas distinciones jurídicas, veo que hay una cosa, que nunca comprendo bien, cuando se habla de catalanes y no catalanes. Para mí todo ciudadano español radicado en Cataluña, donde trabaja, donde vive, donde cría su familia, es no sólo ciudadano español, sino ciudadano catalán, tan catalanes como los otros. No hay dos ciudadanías, no puede haber dos ciudadanías.

Por lo demás, y quiero abreviar, por encima de esta Constitución de papel está la realidad tajante y sangrante. Se quiere evitar con esto cierta guerra civil (claro; no una guerra civil cruenta a tiros y palos, no): me parece que va a ser muy difícil, y además no lo deploro. Me he criado, desde muy niño, en medio de una guerra civil y no estoy muy lejano de aquello que decía el viejo Romero Alpuente de que la guerra civil es un don del cielo. Hay ciertas guerra civiles que son las que hacen la verdadera unidad de los pueblos. Antes de ella, una unidad ficticia; después es cuando viene la unidad verdadera. Y ¿qué más da que hagamos la guerra civil? Cualquier cosa que hagamos estará siempre en revisión; la revisión es una cosa continua; los períodos constituyentes no acaban nunca; es una locura creer que porque pongamos una cosa en el papel, va a quedar ya hecha. Además, ¡hay tantas cosas que no quieren decir nada, que no tienen eficacia ninguna!

Y como alguien más podrá manifestar algo (puede ser que yo tenga ocasión de añadir algo también), digo que no veo peligro, como se me ha dicho, en tomar ciertas actitudes. Me han dicho que hay peligros para la República. No sé; no veo que los haya. Parece la República muy timorata; cree que es hasta un acto de agresión hacer la apología del régimen monárquico. A mí me parece esto una inocentada; pero, en fin, yo no veo esos peligros y, en último caso, si los viera, creo que hay que atajarlos; mas, también, como he dicho muchas veces, creo que aquí hay algo por encima de la República. (Aplausos.)

Cierra España.


Discusión sobre el uso del catalán y del castellano en la educación de Cataluña (1ª parte)


Sánchez Albornoz, Unamuno, Maura y Azaña - Diario de Sesiones, 22 de octubre de 1931




El Sr. Presidente: El Sr. Sánchez Albornoz tiene la palabra.

El Sr. Sánchez Albornoz: Quiero comenzar, Sres. Diputados, por declarar que esta enmienda no responde exactamente al pensamiento de ninguno de los firmantes, ni siquiera al mío (Rumores y risas.) Sin embargo, todos hemos aceptado el texto de la misma, con la mira puesta en el porvenir de la República y de España; hemos cedido cada uno una parte de nuestras opiniones; hemos descendido de nuestras posiciones ideales, porque, Sres. Diputados, se trata de algo trascendental para la vida de España. No nos hallamos en presencia de una de tantas cuestiones como se han tratado y se han de tratar en esta Cámara en el debate de la Constitución, referentes a la vida jurídica del nuevo Estado y de la nueva sociedad que estamos organizando en estos días; emerge la cuestión de la entraña misma del futuro de España. Si nos equivocamos en cualquiera otro de los temas aquí resueltos o que hemos de resolver, habremos hecho o haremos un cieno daño a tal o cual ideal y, en último término, al Estado que estamos formando; pero si nos equivocamos al resolver este problema, habremos hecho un grave daño a la República y a España.

No creo que pueda ser sospechoso de falta de fervor por Castilla y por España; cuantos me conocen saben hasta qué punto vibra mi sensibilidad ante todas las cuestiones que afectan a Castilla, ante todas las tradiciones castellanas, ante el pasado y el futuro de Castilla. En esta misma Cámara he demostrado ese interés y esa devoción y muchos saben también cómo constituye para mi una pesadilla el recuerdo de la ruina de Castilla, por el abandono de las otras regiones en el momento en que ella estaba sosteniendo una política, heredada precisamente de la corona catalanoaragonesa. Pero, a pesar de todo, estoy satisfecho de haber puesto mi firma al lado de las de otros Sres. Diputados castellanos y catalanes, para encontrar una solución a este problema fundamental de las lenguas, porque estoy convencido de que en el problema de las lenguas radica tal vez la clave de la futura organización de España; que en el problema de las lenguas estriba la clave de los movimientos regionales que han venido constituyendo la grieta de España, como se ha dicho con frase gráfica por un escritor norteamericano.

Mientras nosotros no acertemos a encontrar una fórmula que satisfaga por igual a todos, el problema de las lenguas seguirá pesando sobre España, y España seguirá en equilibrio inestable, arrastrando esa pesadumbre de los problemas regionales que han constituido un obstáculo para la Monarquía y que pueden constituirlo para la República. Será vano que nosotros concedamos las máximas autonomías a las regiones, que lleguemos a ser ultraliberales en el establecimiento de las funciones de los órganos regionales, si nosotros dejamos pendiente un hilillo, por leve que sea, que pueda parecer coyunda para el futuro desenvolvimiento de esas lenguas vernáculas de las regiones hermanas de Castilla. Por eso, señores Diputados, todos sabéis que llevo semanas preocupándome de resolver esta cuestión, de acuerdo con los Diputados de las regiones, especialmente con los Diputados de Cataluña; ellos saben hasta qué punto ha llegado en mí la tenacidad en la disputa con ellos mismos, y mis compañeros de minoría, cuál ha sido mi constancia en la defensa de mi pensamiento y de mis ideas a este respecto.

Algunos amigos catalanes, entre bromas y veras han llegado a hablar de que se proyectaba en mí como una sombra del viejo imperialismo de Castilla, deseando establecer también un nuevo imperialismo castellano en los tiempos modernos. Ni entonces ni ahora empuja la nave de Castilla la más leve ráfaga de imperialismo; cuando el castellano triunfó en las regiones hermanas de Castilla, no hubo disposición alguna que lo impusiera; fue el genio de Castilla, movido entonces por los cerebros más fuertes de la raza, el que determinó la adopción libérrima de nuestra cultura y de nuestras letras por las regiones gallega y catalana (Muy bien.) No me mueve, Sres. Diputados, un átomo de imperialismo. ¿Para qué? ¿Qué podría importarnos a nosotros que hablasen o no mañana el castellano cuatro millones de catalanes españoles, si lo van a hablar cientos de millones de hombres a través de todos los mares y de todos los continentes? Porque, como decía Nebrija, la lengua sigue al imperio y por los azares de la Historia (aunque yo no creo que el azar presida la Historia), el castellano se ha difundido por todos los mares a todos los continentes y cada año aumenta el número de las gentes que piensan, sienten, sufren y aman empleando el verbo de Castilla. No puede, por lo tanto, preocupar a ningún castellano el porvenir de nuestro idioma; el porvenir de nuestro idioma está definitivamente asegurado en el mundo.

Algunos escritores catalanes hablan, tal vez con gozo, de la posible dispersión de esa lengua en una serie de lenguas diferentes, a través de todo el mundo en donde se habla nuestro idioma; yo debo decir desde aquí, a Rovira y Virgili, que ha sostenido esta tesis, que no olvide que en estos tiempos la Imprenta, la intercomunicación entre los hombres, la rapidez de los viajes, la posibilidad incluso de hablar con América a través de los mares, ha de impedir esa transformación. No olvidemos que para producir la de la lengua latina fue necesario que pasaran muchos siglos. No nos preocupa, por tanto, el porvenir, ni tenemos interés alguno en imponer el castellano; quiero que esta afirmación quede terminante y precisa por boca de un hijo de Castilla.


Hay otros, castellanos, que, a la inversa, piensan que me mueve un temor de ruptura de la unidad española. No; ni imperialismo orgulloso ni temor pusilánime al futuro de España. La unidad española radica en algo sustantivo; pese a algunos amigos catalanes que se sientan enfrente, hay una unidad geográfica, racial, cultural, de temperamento y de destino, que nos ata a perpetuidad; pese a las pesadillas de los cerebros torturados de uno y otro bando, no corre peligro la unidad española, primero, porque sólo desean la ruptura de esa unidad una docena de insensatos, que llaman ya traidores a las gentes que se sientan en esos bancos (Señalando a los de la minoría catalana) y que defienden la libertad de las regiones; después, porque si algún día la pasión cegara de tal manera las mentes de todas las gentes que integran una cualquiera de las regiones españolas que les llevara a un suicidio colectivo, a pensar en una separación de España, las otras regiones no lo consentirían, y, por último, porque si España tendiera algún día puente de plata a la región hostil que no se comportara fraternalmente con otras, todos lo sabéis, la región que atravesara el Rubicón de la ruptura, antes de medio siglo, o tendría que pedir sin condiciones su reingreso en la comunidad española o seria un montón de harapos y de ruinas.

Yo estoy absolutamente tranquilo por la unidad de España; no creo que corra ningún peligro; por lo tanto, no es un movimiento imperialista ni un movimiento de temor lo que me ha llevado día tras día a discutir con unos y con otros para asegurar el mantenimiento de la enseñanza del castellano en Cataluña. Porque hay, Sres. Diputados, dos problemas en el artículo que estamos discutiendo: uno, el que hace referencia a la perpetuación del conocimiento del castellano en toda España; otro, que se refiere al respeto de los derechos de las minorías o de las mayorías de habla castellana en una región determinada. No hay paridad entre ambos; los separa un abismo. El derecho de las minorías de habla castellana, para gentes de espíritu liberal como nosotros, es un derecho respetable, más que respetable, es un derecho sagrado; pero no puede haber comparación entre el respeto de este derecho sagrado de las minorías y el interés supremo de mantener la unidad espiritual de España, de mantener el conocimiento integral de la lengua castellana en toda España, y a este mantenimiento del conocimiento del castellano va encaminada precisamente mi enmienda, que todos conocéis, que trata de establecer el empleo del castellano como instrumento de enseñanza, para que puedan las gentes que habitan las distintas regiones conocer debidamente la lengua que es trabazón del Estado español.

Me mueve a mantener esta enmienda, a procurar su aprobación, un claro deseo de mantener la unidad espiritual de España y un férvido entusiasmo por el propio interés cultural de las regiones. La unidad espiritual de España se mantendrá, como se mantuvo en otros tiempo, sin imposición legal de ningún género; lo he dicho otro día desde estos bancos: nunca hemos estado más atados por las leyes que en los últimos tiempos, y nunca hemos estado, sin embargo, más distanciados en las voluntades y en los corazones. Yo no siento pavor alguno ante el mañana, porque la cultura de Castilla seguirá triunfando como hasta ahora, y más que hasta ahora, cuando no represente una imposición para Cataluña, cuando represente sencilla y únicamente la cultura del Estado dentro del cual se mueve; la cultura de corte universal a la que está unida por una tradición secular.

Pero aun más interés tiene para las regiones que para nosotros el mantenimiento del conocimiento del castellano en ellas, porque la Historia ha dejado reducidas las hablas de Vasconia y de Cataluña, por ejemplo, a un rincón de los Pirineos la una; a un rincón de la costa mediterránea la otra. Para moveros en España y en el mundo, hermanos de Cataluña y Vasconia, necesitáis una segunda lengua; esa segunda lengua, desde que Cataluña se unió a Aragón, hace siete siglos, y en Galicia y Vasconia, desde que el castellano se formó en las montañas de Bureba, ha sido siempre la lengua castellana. La hermandad, la facilidad de aprendizaje, hace que no sea para vosotros dificultad ninguna su conocimiento; además es la lengua de todo el Estado español y, sobre todo, de esa comunidad hispanoamericana, formada por 80 millones de hombres (cuyo número puede doblarse y triplicarse a medida que ascienden en su curva de desenvolvimiento los Estados hermanos de América), dentro de cuyo imperio cultural tenemos por fuerza que movernos, si no queremos perecer en el choque futuro de las constelaciones de Estados; porque es notorio que la Humanidad marcha hacia organizaciones superestatales que descansen en unidades distintas de la nación, y naturalmente, una de esas constelaciones ha de ser la constituida por los pueblos hispanoamericanos. Dentro de ese radio de acción hemos de vivir si no queremos perecer todos, y en estos momentos en que los espíritus adivinos del mañana ven con claridad que el mundo futuro ha de repartirse entre los pueblos de habla eslava, entre los pueblos de habla inglesa y entre los pueblos de habla castellana, son cientos de miles las gentes que en Germania, en Eslavia, en Inglaterra, en Francia y en América buscan el instrumento de la lengua castellana, pensando en ese inmenso porvenir reservado a nuestra raza. ¿Puede haber una sola región tan suicida que, teniendo en su mano el instrumento maravilloso del idioma castellano, que ha de permitirle moverse dentro de ese ámbito general de la cultura hispanoamericana, lo abandone? Por eso los catalanes han aceptado mi enmienda y la han firmado conmigo, convencidos de que era necesario para ellos, como para todos, no abandonar ese arma, de universal alcance, para las luchas futuras del mañana. Y aceptada por ellos la convicción de que era necesario el conocimiento de la lengua castellana, la fórmula de que se utilizara como instrumento de enseñanza era una consecuencia natural de las normas pedagógicas modernas. Es notorio, señores Diputados, que en todas partes surgen hoy instituciones que procuran facilitar el conocimiento de las lenguas utilizándolas como instrumento de enseñanza; este es el régimen, por ejemplo, que se recomienda en la Sociedad de las Naciones, el que se emplea en instituciones de Ginebra, el que se emplea hoy también en instituciones españolas, como el Colegio Plurilingüe; este el método que al fin y al cabo ha de imponerse en todas partes, el método que científicamente ha de emplearse mañana para aprender aquellos idiomas que quieran ser perfectamente conocidos y hablados por las gentes de verbo diferente.

El problema del mantenimiento del castellano en España, en todas las regiones que forman la trinidad de las que no usan la lengua castellana como suya, está, pues, garantido con la enmienda que un grupo numeroso de Diputados de distintos sectores de esta Cámara hemos sometido a deliberación.

Queda el problema de las minorías, señores Diputados; queda un problema tal vez leve hoy, pero grave por sus posibles consecuencias. Piense la Cámara que vamos a jugar con fuego. No hay en el articulo una sola sombra que limite el derecho de esas minorías a recibir la enseñanza en la lengua nacional. Está garantido en el artículo 47 (El Sr. Maura pide la palabra), porque nosotros estableceremos en la futura ley de Instrucción pública cuáles han de ser las formas y sistemas de enseñanza en todas partes; está garantido en este propio artículo 48, en la frase que dice: «Se concederá a las regiones el derecho a establecer la enseñanza conforme a lo que determinen sus Estatutos.» En esos Estatutos, en el catalán, por ejemplo, viene ya el reconocimiento de las minorías a recibir la enseñanza en castellano en la Escuela y en el Liceo, y de ahí lo llevaremos también a las Universidades, y lo llevaremos, porque para eso estamos nosotros aquí, y porque además yo me fío por completo de la lealtad de esos hombres que saben perfectamente que la única garantía para la aprobación de su Estatuto es nuestro espíritu liberal. Siendo nosotros los más, y a pesar de los movimientos pasionales que algunas palabras, algún gesto de ciertos catalanes habían levantado en nosotros, hemos convenido aquí en el reconocimiento de su autonomía. Ellos, en nombre de la libertad, nos piden el reconocimiento de su derecho al libre establecimiento de sus leyes, pero no nos podrán pedir en nombre de esa libertad el establecimiento de una tiranía para las minorías. Yo estoy seguro de que ellos han de venir aquí aceptando en sus Estatutos la misma libertad que nosotros hemos votado y vamos a votar. Pero si, por el contrario, alguna región no lo trajera así establecido en su Estatuto -siempre estaría en nuestras manos el aprobarlo o no-, esa garantía para la minoría castellana siempre queda asegurada por el derecho del Estado a establecer en esas regiones aquellos Centros de enseñanza que juzgase necesarios para salvaguardar la unidad espiritual española y el derecho de las minorías lingüísticas.

Yo no dudo, señores Diputados, de que estas consideraciones que sugiere el examen atento y minucioso de los artículos que discutimos, llevarán al ánimo de la Cámara el convencimiento de que no tiene nada que temer tampoco el derecho, he dicho antes que sagrado, de todos los españoles a recibir la enseñanza en la lengua materna y en la lengua oficial de la República. Queda la Cámara como garantía última para la aprobación o denegación de los Estatutos en que se niegue aquella libertad a la que nosotros asentimos. Y esto sentado, que piense la Cámara, que medite la Cámara en lo que va a votar. Vosotros, amigos radicales, que habéis sido el partido histórico de la revolución, y vosotros, amigos socialistas, que sois firme esperanza del mañana para la República, tened en cuenta que mientras dejemos pendiente un solo hijo que pueda parecer coacción, sombra de menoscabo en el empleo de las lenguas regionales, habrán sido inútiles todos nuestros esfuerzos, habrá sido inútil nuestra revolución. La República seguirá viviendo en situación inestable, como vivía la Monarquía, arrastrando tras sí el peso de los movimientos regionales, que dificultarán, no la vida de la República, que esta asegurada (porque, pasara lo que pasara en esta Cámara, en Cataluña no podría ocurrir nada contra la República), pero sí la emoción cordial de las regiones frente a esta República que nosotros hemos traído y que queremos afirmar para bien de España.

Sólo mediante la concesión de las máximas libertades y mediante los máximos respetos a las hablas regionales podremos encontrarnos todos a gusto dentro de este Estado que estamos edificando todos juntos. Porque, señores Diputados de habla castellana, de la misma manera que nosotros amamos nuestra lengua, que ha sido la lengua de nuestros padres, que lo es de nuestras mujeres y de nuestros hijos, en la cual hemos vertido nuestros pensamientos, los frutos de nuestras vigilias, con la misma emoción aman también la suya nuestros hermanos de Vasconia, de Galicia y de Cataluña; y si nosotros pondríamos todo nuestro esfuerzo si amenazara la más leve sombra de coacción a nuestra lengua, si nosotros lucharíamos sin freno y sin tregua para obtener la libertad de la lengua castellana, tenemos también la obligación de asentir con el mismo entusiasmo a la lucha sin freno y sin tregua por el mantenimiento y por el reconocimiento de sus idiomas de las otras regiones hermanas de Castilla.

El Sr. Presidente: Advierto al Sr. Sánchez Albornoz que ha pasado ya el tiempo reglamentario.

El Sr. Sánchez Albornoz: Termino en este momento dirigiéndome también a los Diputados de Cataluña para decirles: yo preferiría que votaseis y que asintieseis a esta fórmula, pensando como pensaba el gran poeta Mistral cuando decía: «J'aime mon village plus que tout vilage, j’aime ma Provence plus que ta province, j'aime la France plus que tout.»

Preferiría, señores Diputados catalanes, que votaseis esta enmienda, amando sobre todo a España, como Mistral amaba a Francia; pero tened en cuenta, por lo menos, este gesto cordial de Castilla y no os apresuréis a doblar, como lo ha hecho recientemente «Gaziel», por la muerte de España, porque aún no ha llegado el momento de entonar cantos funerarios por la España única, que hizo Castilla en fraternal alianza con las otras regiones; aun no pueden cantar gallos en esa aurora, porque España existirá mientras exista el mundo. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: La Comisión tiene la palabra.

Cierra España.

Esa revolución...


Miguel de Unamuno - Cruz y Raya - nº 1, 15 de abril de 1933


¡Estamos haciendo la revolución! ¡Tenemos que acabar la obra revolucionaria! O aquella tan socorrida, típica y tópica metáfora del cabalgar. Hay quien cree que hace galopar a su corcel -o lo que sea- entre ladridos; que lleva a su cabalgadura, cuando es ésta la que le lleva. Y va desbocada, que el torpe jinete no sabe manejar ni las riendas ni las espuelas.

Como aquel que arrebatado por un huracán se ponía en un balandro a soplar la vela creyendo que así contribuía al huracán. Y después, al ir apuntando el alba, encendía una cerilla para ver salir el sol. ¡Todo una persona! Y tomaba por ladridos los embates de las olas contra el quebradizo casco del pobre balandro.

¡Estamos haciendo la revolución! ¿Cuál?, ¿la del artículo h, o x o n de la Constitución? ¿La de la reforma agraria? ¿La de la ley de Congregaciones? ¿La de otra ley cualquiera de papel? No, la revolución es la otra; la revolución es la de los agentes ciegos y sordos de un instituto colectivo, la de la innata necesidad de un sello de violencia, la de los que quieren crearse una conciencia de vencedores, ya que carecen de conciencia alguna. La voluntad de poder, que dijo Nietzsche, y que en las muchedumbres es voluntad de destrucción. Y luego esos mismos, fuerzas ciegas, se volverán contra lo que ahora se les antoja erigir. De la misma muchedumbre que grita: ¡Abajo el fascio! saldrán los fajistas. Vendrá la resaca, vendrá el golpe de retroceso. Es ley de mecánica social como lo es de mecánica física.

¿Y quién se salvará de esa mecánica, de ese determinismo de la realidad? El que tenga fe en el espíritu, en la personalidad, en la libertad. Como los revolucionarios a su pesar y a la fuerza, también él se verá arrastrado en el torbellino. Los revolucionarios a la fuerza, porque no supieron retirarse del poder -poder aparente- al ver que desde él no podían encauzar el torbellino: y luego, ya en éste, ¿qué van a hacer? Pero el que tenga fe en el espíritu, es decir, en la libertad, aunque perezca también ahogándose en el torbellino, podrá sentir, en sus últimas boqueadas, que salva en la historia su alma, que salva su responsabilidad moral, que salva su conciencia. Su aparente derrota será su victoria.

Y luego, Dios dirá

Cierra España.