Elecciones municipales con derrota de candidatos gubernamentales. Fernández-Flórez, ironiza sobre la reacción de Azaña
ABC, 26 de abril de 1933
He oído decir -en unión de millares de españoles- al jefe del Gobienro, en actos públicos, dirigiéndose a las oposiciones parlamentarias:
-Yo no tengo por qué creer que la opinión pública está con vosotros. Pronto tendremos ocasión de comprobarlo: en las elecciones de abril. Si entonces resulta derrotado el Gobierno, ya sabemos lo que hay que hacer.
Llegan las elecciones. El Gobierno obtiene solamente un poco menos de la tercera parte de los votos. Lógicamente el Gobierno -que parecía esperar esta prueba- debía dimitir.
Pero Azaña ha encontrado varios argumentos, que ayer ofreció al entusiasmo de la mayoría.
Primer argumento:
Las elecciones han representado un triunfo para el régimen, porque resultaron victoriosos 9.000 republicanos. De este triunfo está orgulloso el Gobierno, que se apresura a hacerlo suyo con lágrimas de alegría en los ojos. El acendrado amor a las institutciones llevará al actual Ministerio a hacer extensivo este júbilo por solidaridad a todos los casos en que el país vote una mayoría republicana. Si el país vota 400 diputados radicales, el Gobierno, sollozando de satisfacción, continuará en el Poder. Si vota a 400 amigos del señor Maura, como el señor Maura y sus amigos son republicanos, el Gobierno, estremecido de contento, continuará aferrado al banco azul.
Segundo argumento:
Los concejales derechistas no cuentan. El señor Azaña los suprime del cómputo. ¿Son derechistas? Luego no son concejales. Lógica.
Todos estos votos constituyen lo que Azaña denomina «una alucinación».
¡Ah! Y cuidado con lo que hacen las demás oposiciones. Porque si suman esos concejales a los obtenidos por ellas, para demostrar que en total son muchos más que los del Gobierno, son contaminadas de derechismo. Y al contaminarse de derechismo, tampoco existente; se ven repentinamente convertidas en alucinaciones consortes.
Tercer argumento:
Por si no se admite ninguno de los anteriores, queda aclarado desde la altura del Poder que los distritos que votaron en estas elecciones parciales son «burgos podridos». El señor Azaña ha dicho que son burgos podridos. Y ahí queda eso. Cuando él habló de que de este ensayo saldría aclarado suficientemente si la opinión estaba al lado del Gobierno o en contra de él, no sabía de qué clase de burgos de trataba. Pero comenzaron a llevarle datos del Ministerio de la Gobernación. En toda Valencia, tres concejales azañistas.
Y Azaña olfateó el dato.
Otro Ayuntamiento. Otra derrota.
Nuevo olfateo, ya con el ceño fruncido.
Y, de pronto, un gesto de asquito, el de Júpier al sacudir el regazo hasta el que el audaz escarabajo había subido con su bolita:
-¡Pero que porquería de Ayuntamientos es ésta! ¡Si están todos podridos!
Argucia inatacable y que asegurará la permanencia de Azaña en el mando todo el tiempo que le apetezca. Bastará este gerundio en las disposiciones oficiales:
«Declarando podrida toda la provincia de X, que no ha votado un solo diputado ministerial.»
Si, en fin, flaqueasen los tres procedimientos, queda el que propuso en la sesión de ayer un diputado de la mayoría: echar a la calle a las oposiciones -aunque los pobres molestan lo menos que pueden-, y, ya a solas, todo marcharía mejor, desde el reparto de cargos hasta la aprobación de las leyes.
Y si tampoco esto alcanzase la ansiada eficacia, existe un recurso supremo: sacar una pistola. Esta excelente idea se le ocurrió también ayer a un diputado socialista.
Resumen: una situación que dispone de tantos recursos que no puede derrumbarse.
Los que pretenden otra cosa es que sienten el inmoderado apetito del Poder, como afirma sensatamente el señor Azaña con un carrillo hinchado por la cartera de Guerra, el otro por la de Hacienda y mientras insaliva la Presidencia del Consejo.
Si algo molesta su sensibilidad -después de los burgos podridos- es que existan personas que sientan el afán de ser ministros.
Cierra España.
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