miércoles, 21 de octubre de 2009

¿Adónde vamos?


Miguel de Unamuno - Cruz y Raya nº 5, 15 de agosto de 1933

Procedióse a forjar una Constitución republicana, la de una república semi-federal-federable-, semi-socialista y semi-jacobina. Y entre tanto se hablaba de revolución, de una revolución que apenas hay quien sepa en qué consiste, y los que menos lo saben son los sedicentes revolucionaros. Mas la verdadera revolución, la honda, la de la conciencia pública, se iba y se va abriendo camino por más dentro de las capas que podríamos llamar políticas de la población española. La verdadera revolución, el ascenso a la conciencia pública ciudadana de los íntimos anhelos del pueblo, esta revolución se hace fuera de los partidos políticos. los programas de éstos, de los partidos políticos organizados, con sus comités y sus congresos, no le dicen nada al pueblo. La llamada masa neutra empieza a hacerse, bajo el acicate revolucionario, una conciencia histórica. Que es política, aunque no de partido alguno. Una conciencia española. Y reviven viejas tradiciones.
¿Revolución? La hay, indudablemente, pero en forma de lo que suele llamarse reacción. ¿Contra el nuevo régimen? Más bien para hacerlo de veras nuevo. La reacción -y ciego ha de ser el que no la vea- va contra el semi-socialismo, contra el semi-federalismo y contra el semi-jacobinismo. España, la conciencia histórica española, al despertar, trata de recobrarse y unirse haciendo cesar la lucha llamada de clases, la lucha de intereses y sentimientos particulares -regionales, comarcales, locales- y la lucha de confesiones. Y se presenta un caso que por designarlo con un término extranjero, y aun sin traducirlo, parece algo traducido también. Nos referimos al llamado fascismo. ¡Tabú, tabú! Ya está nombrado el Coco. El Coco y el comodín.

Eso que los revolucionarios de mentirijillas, los semi-revolucionariois, llaman al fascismo, el fascio español ni ellos saben lo que es ni lo saben los que a sí mismos, aquí en España, se llaman fascistas. Ese fascismo que un Gobierno que parece entontecido persigue como si se tratara de una terrible organización clandestina y anti-republicana es algo tan pueril, tan inocente, tan ridículamente deportivo, que da pena. Sus manifiestos, sus manifestaciones, las hojas que reparte, sus ejercicios litúrgicos, darían que reír si no diesen pena por el rebajamiento mental que delatan. No sabe uno de qué sorprenderse más, si de la tontería de esos chiquillos deportistas que juegan al fajo, o de la tontería gubernamental y policíaca que anda a su caza.

Pero ¡ah!, es que bajo ese fascismo de tramoya, de opereta bufa, bajo esos desahogos de una mozalbetería de cine sonoro, hay algo que está cobrando conciencia seria. Los presuentos fajistas -los que se creen serlo y aquellos a quienes la tontería gubernamental supone tales- no saben lo que el fajo llegue a ser más que los republicanos del 12 de abril sabían lo que habría de ser la república de los semis. Tan inconscientes los unos como los otros.

¿Adonde vamos? -suelen preguntarse los españoles que se inquietan de serlo. Adonde nos lleve la historia. Que no es la política de los partidos, sino la del pueblo. Adonde nos lleve el Hado -otros le llaman Providencia-, que en la historia es ley de libertad

 
Cierra España.

Mi rebelión en Barcelona


Ramón María del Valle Inclán - Ahora, 2 de octubre de 1935

Reinaba Isabel II. Acaba de proclamarse su mayoría de edad. Todavía no era llegado el desposorio con su primo el señor infante don Francisco. Ya se cursaba, sin embargo, la intriga ultramontana para consumar aquel adefesio. Reinaba Isabelona y era presidente del Consejo don Salustiano Olózaga. Entre los personajes del progresismo, ninguno tan señalado por el saludable liberalismo de sus convicciones, la prudente entereza de sus actos, la elocuente dignidad de su palabra. Don Salustiano traía en su sobreaviso a la camarilla ultramontana. Hubo conciliábulo de rábulas y sacristanes. Se convino una intriga de antecámara para perderle. Todo se hacía mirando al mayor servicio y gloria de Dios. Don Pedro José Pidal tomó las veces de maese Pedro. No se excusó ni el falso testimonio de la reina. Hizo honor a su sangre la hija de Narizotas. Alzóse la intriga sobre la falsa imputación de que la tierna soberana había sido forzada por el presidente del Consejo. No con el forzamiento que pudiera temerse de la canicular juventud de su católica majestad. Había gestado la invención en caletre de rábula y no en cotilleo de damas palaciegas. El forzamiento lo había sido para garrapatear la real firma al pie de un decreto. Llevóse la acusación a las Cámaras.


Es famoso el denuedo y magnífica la expresión oratoria con que rechazó la calumnia don Salustiano Olózaga. No pudo excusarse que una representación de diputadores y senadores, con los presidentes y secretarios, se trasladase a la cámara regia para oír a la tierna soberana. Malogróse el propósito. Su majestad, con la excusa de hallarse enferma, salvó el apuro de verse en presencia de don Salustiano. Don Pedro José Pidal tomó a su cargo leer una ramplona y marrullera declaración, amañada por su experiencia de rábula, para sosegar a la hija de Narizotas. Y como afirmaba que el injusto forzador, para mejor asegurar su violencia, había echado el cerrojo a la puerta, hubo de cecearle al oído el espadón de Loja:

- Compadre, acelere usted la diligencia, que la maldita puerta no tiene cerrojo.

Esta intriga de la picaresca ultramontana, al cabo de un siglo, resucita la aviesa ramplonería de sus númenes para acusar a don manuel Azaña. Reinaba la Isabelona...

La sombra taciturna de un agente policíaco apagaba sus pasos sobre los pasos del señor Azaña. Tenía la dual obligación de proteger y espiar al famoso político republicano. Para protegerle faltó ocasión, y el espionaje tampoco le tuvo por dónde sospechar ni atribuir culpas revolucionarias al señor Azaña. Pero no le valió la fe policíaca de aquel sabueso, puesto sobre sus pasos, y fue encarcelado. Tampoco le valió su fuero de diputado en Cortes. El Parlamento permaneció ajeno, adormilado en una siesta ofidia, hasta que se le deparó la feliz coyuntura de entender en el suplicatorio para procesar al ex presidente del Consejo de ministros, gran collar de la República. Entonces nombró una comisión de su seno que no tuvo sonrojo en abrir indagatoria y tomar declaración en cárcel a quien solamente podía hallarse preso por la muda complicidad del Parlamento. Se acusaba al gran político republicano de haber tenido parte en los sucesos revolucionarios de Barcelona (octubre 1934). Fue concedido el suplicatorio y procesado el diputado don Manuel Azaña. Por la calidad del reo correspondió entender a la Sala segunda del Tribunal Supremo. La sentencia puso en libertad, con todos los pronunciamientos favorables, al austero político del primer bienio republicano. Tal es el esquema del libro que estos días admira, suspende, esclarece y consterna a los honrados y benéficos ciudadanos de esta Barataria.

No es fácil empeño revertir y acuñar en palabras las resonancias enormes y difusas que, como una gran caracola de mar, prolongan estas páginas de tan calificado castellano. Mi rebelión en Barcelona alcanza su más alto valor estético en cuanto logra, por los rigores de una sobriedad expresiva, sin contaminaciones románticas, el fin dramático y barroco de ponernos en sobresaltada espera de infortunios, de estremecernos con aviso de daños e irreparables azares. Este libro tan sereno tiene una última sugestión aterrorizante. Se sale de su lectura como de la visita a esos museos donde se guardan antiguos y anacrónicos instrumentos de tortura. Esta prosa tan concisa pone en pie los fantasmas de un pasado que habíamos supuestos abolido; remueve las larvas del terror a los jueces, de las acusaciones absurdas y venales, de la letra procesal, del tintero de cuerno, del estilo de las relatorías, de la coroza, del pregonero, del verdugo, todo el viejo melodrama procesal que aún roen las ratas por los sótanos y desvanes de las antiguas Chancillerías. Pero con mayor fuerza que esta tradición espeluznante y picaresca nos sobrecogen los nuevos ejemplos de la estupidez humana, sacados a la luz en este libro. La ruin bazofia jurídica que guisan el barbero lugareño y el clérigo de misa y olla en venganza contra la austera fe republicana del hombre del bienio.

Don Manuel Azaña advierte con sereno juicio que el aura inquisitorial de su proceso no viene ni del rigor del encarcelamiento ni de su largo plazo, que no pasó de ochenta días a bordo de un barco de guerra. El austero político republicano muestra en la consideración del suceso una desdeñosa indiferencia y aun pone en el comentario las sales de donosas burlas. El aura inquisitorial de estos autos es una consecuencia del ruin sectarismo que anima la represalia ultramontana contra el político del primer bienio republicano. De estas páginas tan serenas, por una profunda y subterránea afinidad, se levanta, espeluznada, una evocación de cárceles llenas de presos anónimos: viejos obreros afiliados al socialismo, jóvenes menestrales, lectores nocturnos de las bibliotecas populares; proletarios hambrientos que sólo han recibido amparo del Socorro Rojo. Cárceles, cárceles, cárceles. Tristes y enrejados casones, repartidos por toda la redondez del ruedo nacional, con guardia de fusiles a la puerta y asustado coro de mujerucas con los críos colgados de la teta.

En la vida nada se pierde, y el haber sufrido hambre y sed de justicia es siempre de provechosa enseñanza para aquellos hombres singulares, propuestos por el Destino para la gobernación de los Estados.

No es dudoso que pronto, en el correr de futuros días, tengan ocasión de confirmarlo cuantos españoles cifren una esperanza en las prendas de gobernante que son raro patrimonio de don Manuel Azaña. Si ha sufrido cárcel y proceso, en el acíbar de tales agravios habrá gustado austeras y prudentes advertencias. La cárcel para el hombre cabal es madre de consejos. Y, aun sin celebrar que los enemigos del gran repúblico le hayan honrado con tan dura escuela, de ello pudiera decirse feliz rigor, mirando al fruto sazonado de este libro. Si para el remedio de los afanes nacionales es grande parte el conocimiento que promete el andar caminos bajo soles y lluvias con las botas de siete leguas, no es menor el que se saca de medir uno y otro día los cuatro pasos de un calabozo y de contemplar la luna sobre la altura del enrejado tragaluz. Noble laurel ofrece la cárcel cuando va acompañada de la persecución injusta.

Cierra España.

20 N




Arriba España¡¡
Franco¡¡
Franco¡¡
Franco¡¡

Cierra España.