El lado oculto de las complejas relaciones Franco-Perón
EL MITO DEL TRIGO DE EVITA
En el imaginario colectivo de los españoles de más edad sigue viva la imagen de Eva Perón en su gira por la España de 1947, un país aislado frente al resto del mundo, con graves dificultades de abastecimiento, incluso hambre, necesitada de los alimentos más fundamentales como el trigo o el maíz. Y el papel de la Argentina de Perón, proveedora de alimentos a un país al borde de la hambruna. Pero la historia de ese envío masivo de trigo tiene muchas aristas poco conocidas. Lo que empezó como un enorme favor de Perón para romper la soledad internacional del régimen de Franco terminó en un conflicto.
Tras el final de la Guerra Mundial las potencias vencedoras pasaron factura al franquismo por su anterior relación con el Eje. Por sorprendente que hoy pueda parecer en varios medios internacionales, corrió en 1945 el rumor de que la paupérrima España podría estar preparando armamento nuclear con asistencia de refugiados nazis, y hasta se señalaron los Montes de Toledo o el Pirineo como lugares en los que se trabajaba en esos proyectos. La situación tenía bastantes puntos de contacto con la de la actual Corea del Norte: un régimen aislado, una economía de extrema rigidez que no podía contar más que con sus propios recursos, en un país hambriento y además con muy malas cosechas por las terribles sequías. Polonia, entonces en el bloque del Este, se hizo eco de esos rumores, compartiendo críticas incluso con sectores representativos de las instituciones norteamericanas, preocupados por la falta de libertades, empezando por las religiosas que obstaculizaban en España el libre ejercicio de las confesiones protestantes. Se hablaba de España como “un peligro para la paz mundial”. La ONU no sólo impidió el ingreso de España en la organización sino que la Asamblea General instó a un boicot diplomático, que terminaron por cumplir casi todos los países, a excepción de Portugal, el Vaticano y Argentina. Pero ese boicot tuvo muchos matices: desde la embajada británica en Madrid se había propuesto a su gobierno que no secundara un duro boicot económico por la crítica situación alimenticia del país desde 1945 y el riesgo de que el Régimen puediera caer dando paso a una caótica y violenta revolución. En ese juego diplomático sólo Argentina estaría dispuesta a vender cantidades masivas de alimentos a España y en unas buenas condiciones económicas.
Mientras, Estados Unidos jugó sus propias cartas: deseaba el aislamiento de Franco pero no quería otra segunda parte de la Guerra Civil en un momento de inicio de la Guerra Fría y de creciente agresividad entre los bloques. ¿No se atrevió Norteamérica o Canadá a vender trigo a España por la mala imagen internacional que le podría traer, pero a cambio de exportar petróleo a Argentina hizo la “vista gorda” para que este país realizara esos suministros a España?, ¿explica esto el silencio occidental ante esa operación comercial de Perón que salvó a la España de la época de una situación insostenible dado que ningún otro país parecía dispuesto a comerciar con España? Es uno de los interrogantes de esta historia.
En 1946 antes de la toma de posesión de Perón, el gobierno saliente concedió a España un crédito de 30 millones de pesos que no se hizo público por temor a las reacciones de otros países. Por contra, con el líder justicialista en la Presidencia fue notoria la publicidad del acuerdo con España de un monto tan elevado para la época. Argentina concedía un crédito de 350 millones de pesos en tres años a un bajo interés, un préstamo de 400 millones a devolver en dos décadas para pagar parte de las importaciones de España en Argentina.Y lo hacía a los ojos de todo el mundo. Se vendían en 1947 a España casi medio millón de toneladas de trigo y una cantidad algo menor en el año siguiente, más 120.000 toneladas de maíz, carne, y otros alimentos. Todo ello ligado a los excedentes de Argentina. Con una claúsula que permitía a España, si encontrara mejores precios en otros países, reajustar el acuerdo. La contrapartida española ofrecía a Argentina aceitunas, textiles, y la construcción de barcos en astilleros españoles. Y lo más singular de todo, la concesión de zonas francas en puertos nacionales para que el país austral pudiera dar salida a sus productos en los mercados europeos; concretamente se llegó a hablar en 1948 de la cesión por 50 años de un puerto franco en Cádiz. También se establecieron algunos compromisos para que Argentina pudiera acoger a una importante cifra anual de emigrantes españoles. Era un acuerdo entre un país entonces poderoso, y un régimen europeo aislado y en extremas dificultades, con un severo sistema de cartillas de racionamiento.
Aunque más allá de lo material, Perón prestó un importante servicio político a Franco: rompió el aislamiento, incluso trató de mediar con otros países para que suavizaran las tensas relaciones con España. Así las cosas, la visita a España de Eva Perón era la culminación de una de las operaciones simbólicas más relevantes tanto para el franquismo de posguerra como para la imagen de Eva, que sin formar parte del gobierno de su marido tenía un decisivo papel como estandarte representativo del movimiento e imagen del mismo. Pero no era oro todo lo que llegaba a relucir: dentro de la administración peronista no todos eran partidarios de ofrecer un cheque en blanco a un régimen en cuarentena. Dentro del propio justicialismo aparecían sensibilidades extremadamente diferentes, galvanizadas por la figura de Perón, que había sido capaz de crear un movimiento nacionalista, acusado de fascista por sectores de opinión mundial e interior, con elecciones ganadas apoteósicamente, la construcción de un poderoso sindicalismo burocratizado (con sorprendentes integraciones en un país que en las primeras décadas del siglo había tenido un sindicalismo anarquista con presencia). El ministro de Exteriores, Bramuglia, nada simpatizante de Franco, tuvo que dar explicaciones diplomáticas a Norteamérica sobre el viaje de Evita a España sugiriendo que se había organizado sin dar tiempo a que su diplomacia pudiera opinar. Sólo cabía un papel que Evita representó a la perfección: el símbolo. En sus intervenciones y discursos en España hablaba de la mujer, de los trabajadores, de los lazos entre dos países hermanos... Pero se cuidó mucho de hacer expresas declaraciones de apoyo al Régimen. Este sí supo utilizar muy bien ese valor simbólico: Evita venía a corroborar el apoyo de Argentina a una España “incomprendida por el resto del mundo”.
La gira tuvo caracerísticas que en el mundo de hoy resultarían insólitas. Nada menos que dos largas semanas de recorrido por distintos territorios: Madrid, Andalucía, incluyendo Granada y La Rábida, Santiago de Compostela, Barcelona... Recibida siempre como la protagonista de un espectáculo teatral en el que se desenvolvía como una auténtica estrella operística (1). Y Franco prestaba la figuración, las masas. En la Plaza Mayor de Madrid se le ofrecio el homenaje de todas las provincias españolas, con la exhibición y el regalo de un cincuentena de trajes hechos a su media que representaban los típicos de la totalidad del país (vestidos que se conservaron en un museo en Argentina), el arzobispo Eijo Garay impuso a Eva y a Carmen Polo, mujer de Franco, el escapulario de la Virgen del Carmen. Se cuenta que en El Pardo, Franco le mostró un gran tapiz que ella recibió sorprendida como regalo (la pieza fue devuelta tras la caída de Perón). En todas las ciudades Evita fue obsequiada con trajes, alhajas, asistió a muestras típicas, concentraciones, representaciones teatrales, recepciones siempre en olor de multitudes, como bien atestiguan las numerosas imágenes de la prensa y el No-Do de la época.
Pero no todo era lo que aparentaba ser: la cancillería argentina puso su empeño en que el viaje no fuera sólo a España, sino dentro de una gira que la llevó por distintos países europeos y el Vaticano. Más allá de la espectacularidad de las recepciones entre la personalidad de Evita y la de sus anfitrionas se venía a demostrar que provenían de culturas muy distintas. Evita había tenido un pasado de “culebrón”, más allá de sus espectaculares atuendos y las ropas de moda que lucía, frente al papel de damas de la más rancia derecha de la que la mayoría de ese poder procedía. A los pocos días empezaba a hacerse evidente esa divergencia de estilos, como preludio a alguna de las maledicencias que empezarían a llegar a oídos de la corte del Pardo, como las que hablaban de una “relación muy especial” de Evita con el embajador español, José María de Areilza, que había llegado a Buenos Aires en la primavera de 1947. ”Os ofrezco mi corazón de mujer, empapado en la nueva justicia que hemos dado a los obreros en mis ciudades y mis campos”, dijo Evita a modo de saludo. Pero no había en sus discursos referencias directas al Régimen, y si a la “madre patria”.
Por Manuel Espín
Cierra España.